Sionismo, racismos
¿Es el sionismo un racismo? Probablemente sí. Todo el mundo lo es. Víctimas de un racismo perpetuo, parte de los judíos quisieron crear un Hogar Nacional, y algunos de ellos, más duros, un Estado: a costa de quienes vivían allí. No diría que en esto difieren de la mayoría de razas, culturas y civilizaciones, pueblos o minorías de este mundo. La condena de los privados de Durban es tan justa como injusta la fijación única en este Estado y en esa palabra. España es racista: los cadáveres en las playas, el espanto de los fugitivos en el mar y frente a la Guardia Civil, la huida y persecución armada de los que llegan, las condiciones de huida, las contrataciones abusivas de legales o ilegales: es racista el partido del Gobierno, la Ley de Extranjería, el partido de la oposición, los sindicatos tímidos y una gran parte del pueblo (un pueblo hecho de muchas razas diferentes, y donde ahora unas peculiares entidades llamadas autonomías defienden la grandeza de su raza peculiar, que es la misma que la de todos). Son racistas los arios contra los eslavos, y los están destrozando en los Balcanes.
Estos arios somos nosotros, dirigidos por nuestro imperio. El Estado judío fue formado por los británicos que querían que formase parte de la Commonwealth para tener esa gran cuña en su imperio sobre los árabes; y les sucedió Estados Unidos con el mismo objeto: el petróleo, el canal de Suez, la puerta de África. Los Estados Unidos de la izquierda (es un decir: los demócratas) trataron de buscar formas de apaciguamiento, aunque siempre desde el mismo punto de vista; los conservadores, o extrema derecha (Bush), desenterraron el hacha de la guerra. La mayor crueldad me parece la imperial caucásica de mantener en pie de guerra, amenazados, armados y pagados, a estos judíos de la última parte de la diáspora, contra los otros semitas, los árabes, empobrecidos y destrozados. Otra crueldad racista (y clasista) la sostienen los otros países islámicos.
Creo que se trata de un episodio de geopolítica y de la economía armada que nos dirige. Pero el espectáculo de ver a un país próspero y sajonizado como Australia rehuyendo ayudar a un grupo de náufragos asiáticos no es peor que el que dirige Sharon; no lo veo menos significativo que el de los árabes suicidas que se hacen estallar en una cafetería. Peor. Los semitas que se enfrentan están alienados por unas religiones, dolidos por una historia, manejados por unos fanatismos. Los otros son fríos y malos.
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