Ambición para 2004
Es más fácil organizar unos Juegos Olímpicos que crear un evento nuevo, con ambición de modelo. Ésta podría ser una de las conclusiones de la confusa historia del nonato Fòrum 2004. Los Juegos Olímpicos son una marca acreditada y reconocida por todo el mundo. Algún día fueron motivo de confrontación política, de Berlín a Melbourne, de Moscú a Los Ángeles, pero en los tiempos que corren se han impuesto como un show business en el que todos quieren tener su medalla, entre el reconocimiento general. Superados los problemas de celos -en Madrid no se podía entender que un día los Juegos se celebraran en España y no fuera en la capital y al otro lado de la plaza de Sant Jaume se temió que los Juegos alargaran la sombra de la figura de Maragall- las administraciones fueron capaces de encontrar vías de acuerdo efectivas que condujeron al éxito. Una vez que los atletas están en la pista la mirada de un pepero no es muy distinta a la de un convergente o un sociata.
Para el Fòrum 2004 todo está siendo mucho más difícil. La apuesta era aparentemente muy fuerte, pero las cartas eran perfectamente desconocidas por todos. Y, cuando la ambición llama a la mesa, si no se concreta puede cundir la idea de que se está jugando al farol. Inventar un modelo no es fácil, pero lo es menos todavía, tratándose de un evento que trabaja sobre materiales siempre conflictivos como la cultura y las ideologías, cuando intervienen en él instituciones regidas por formaciones políticas tan dispares como el Ayuntamiento de Barcelona, la Generalitat y el Ministerio de Cultura. El problema del consenso en materia cultural es que acostumbra a dar un resultado 'chato', fruto de las presiones de cada parte, lo cual es manifiestamente contraindicado con la ambición y con la propia idea de cultura.
La primera ambición del Fòrum 2004 era construir un modelo que tuviera continuidad. Para ello se requieren fórmulas relativamente simples y mínimamente objetivables. Había una vía de articulación posible del proyecto que era convocar ciudades. Si los Juegos convocan federaciones deportivas a través de los comités olímpicos locales y las Expos convocan estados, el Fòrum podía convocar ciudades. Lo cual era ya de por sí un mensaje: la ciudad como lugar del pluralismo real en tiempos peligrosamente dados a la fragmentación multicultural. Pero la política obligó a descartar desde un principio esta hipótesis: al nacionalismo catalán se le cruzan los cables cuando oye la palabra ciudad -que Pujol ha visto siempre como un antídoto a la nación- y desde la Generalitat nunca se habría aceptado este modelo. Aunque, curiosamente, anteayer Pujol hizo, en unas declaraciones al diario Avui, una muy interesante crítica al multiculturalismo.
Mientras el Fòrum 2004 emprendía un incierto camino sin exhibir otro señuelo que un vaporoso discurso sobre la paz, la sostenibilidad y la diferencia, en el mundo ha ido creciendo la polémica sobre el proceso de transformación social y económica imprecisamente llamado globalización, que podría ayudar a dibujar una nueva ambición capaz de relanzar Barcelona como ciudad con vocación de avanzadilla. El debate se ha intensificado, en la medida en que la fe en la privatización general y en la desregulación obligatoria se ha ido debilitando, a la vista de algunos de sus letales efectos. Y algunos grupos políticos -especialmente en la antigua socialdemocracia- han empezado a comprender que no se puede estrechar más de la cuenta el espacio de lo posible. En una primera fase las reacciones contra el proceso de globalización se han mezclado con el radicalismo antisistema -los que siguen sin querer aprender que las enmiendas a la totalidad siempre acaban generando un nuevo totalitarismo- y mediáticamente han tomado la forma prioritaria de la violencia callejera. Pero sería absurdo engañarse pensando que en este ruido se agota todo y que no hay un malestar real sobre el modo en que se dirige la globalización. Precisamente porque se trata de una preocupación fundada, es fácil imaginar que en los tres años que quedan para el Fòrum la propia dinámica de las cosas habrá provocado una criba importante, de modo que puedan darse las condiciones óptimas para un diálogo que permita racionalizar los procesos de cambio y reducir sus efectos negativos. Un diálogo en el que los que no tienen nada que decir -que los hay en todas partes- acabarán excluidos por su propio lastre.
El Fòrum 2004 podría ser una gran ocasión de formalizar y realzar, más allá de los debates académicos, el encuentro -el debate cara a cara- entre quienes representan maneras diversas de entender el cambio tecnológico y social que el mundo está viviendo y las distintas propuestas para hacerlo humanamente soportable. Si se quiere decir de una forma, sin duda excesiva, pero ilustrativa, más allá de Davos y de Porto Alegre, Barcelona 2004. Pero en este caso es el Gobierno del PP el obstáculo, obsesionado sus dirigentes como están con los movimientos antiglobalización, sin distinción ni matiz alguno. Y, sin embargo, el debate sobre la globalización, además de responder a preocupaciones cada vez más extendidas, tiene la ventaja de evitar la trampa de creer que el futuro será dominado por un conflicto de civilizaciones irreductibles. Es decir, de caer en un debate cultural alejado de la realidad económica y social de un mundo en transformación. Y tiene la ventaja de estimular la búsqueda de la herencia civilizatoria común de la humanidad, sin perderse en el narcisismo de los ensimismamientos culturales.
Ha sido probablemente la dificultad de articular una ambición lo que ha impelido a Caminal a abandonar antes de empezar. El problema es que sin alguna ambición el Fòrum 2004 es difícil de justificar como proyecto cultural y por el elevado presupuesto que las administraciones le tienen asignado. En este sentido, la única manera de salir de esta crisis es que a quien le corresponde la responsabilidad ejerza el liderazgo político. Y defina la ambición que se quiere conseguir. Lo cual tiene, sin duda, sus riesgos, pero a estas alturas -a menos de tres años del acontecimiento- los signos han de ser ya muy claros, porque, de lo contrario, sería difícil de explicar y de entender que toda esta movida quedara en un Festival Grec de lujo o algo parecido.
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