Telefónica: ¡le falta un tornillo!
Eso dijo el instalador mientras me mostraba mi nueva línea. No me enfadé. Pensé que el problema no podría ser grave. Total, ¿qué es un tornillo? Además, dejémoslo claro, me tranquilicé al saber que no era a mí a quien le faltaba el tornillo, sino a ellos. El instalador me explicó que en el cajetín exterior de la compañía, donde se enganchaba mi línea, había un tornillo roto, justo uno de los dos que anclaban mi par. La conexión-chapuza que había dejado no era buena, daría problemas. Así que redactaba un parte para su reparación inmediata, misteriosamente complicada y fuera de su alcance en ese momento.
De eso hace, más o menos, un año. Desde entonces, si hace viento, si alguien toca el cajetín, si un camión roza los cables, si el poste recibe un golpe..., ¡como me falta un tornillo! me quedo sin línea.
Ya no me molesta esa reiterada acusación de que me falta un tornillo. Tengo las ideas claras. Es a Telefónica a quien le falta, aunque yo lo padezco. Ni siquiera el que, ¡dichoso tornillo!, no alcance a comprender por qué la reparación definitiva es complicadísima.
Eso me dicen los que la chapuza reparan tras cada nuevo incidente y, metódicamente, vuelven a dar parte para su solución final. Lo que me molesta es que todos sean los miembros del 1002 o los instaladores, que dicen que reparan, sentencian: '¡Esa avería es muy complicada! Damos el parte, pero usted insista, ¡dé mucho la lata para que le hagan caso!'. Y los hechos avalan su desconfianza. Hasta ahora, ni caso al caso. Estoy abrumado. ¿Cómo dar mucho la lata? ¡Nunca entendí lo de la teoría cuántica, y ahora esto! No estoy dispuesto a quemarme a lo bonzo, ni siquiera a declararme en huelga de hambre, ante la sede de la Gran Vía... Insisto, algunas ideas las tengo claras: ¡a Telefónica le falta un tornillo!, pero a mí no. Aunque sufro y pago su incompetencia, otra vez estoy sin línea.
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