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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nuestra moneda

La presentación ayer en Francfort de los billetes de euro constituye la plasmación física del mayor proyecto europeo desde el Tratado de Roma, la moneda única, y una de las iniciativas más importantes en la historia de la economía mundial. Aunque ya existe en forma contable desde el 1 de enero de 1999, en que la peseta guardó su nombre pero se convirtió en mera denominación del euro, la moneda europea física empezará a circular el próximo 1 de enero, y dos meses después será la única que esté en las cuentas y en los bolsillos de los 303 millones de europeos de los doce países que participan en este proyecto convertido en realidad. Ver, tocar, contar y comerciar en euros tendrá una inmensa carga psicológica para una integración europea actualmente lacia, falta de símbolos y referencias de una unión voluntaria única en el mundo por su amplitud y diversidad. Es la moneda de nuestra Europa.

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El euro es ya de uso habitual en las transacciones financieras y en las bolsas, y será la de referencia para muchos más, en Europa del Este y más allá. Si a la unión monetaria, proyecto en el que falta aún por desarrollar la esencial dimensión de la unión económica, se suman en un futuro no demasiado distante el Reino Unido, Suecia y Dinamarca, el euro podrá mirarle a la cara al dólar. El banco central danés bajó los tipos de interés minutos después que el BCE (Banco Central Europeo) hiciera lo propio, lo que demuestra, especialmente para un país como España, que participar en el euro no es perder soberanía, sino ganarla, incluso para unos alemanes reticentes, que habían hecho del marco su bandera nacional, pero que ahora, pese a una opinión pública reticente, ven en el euro una plataforma de dimensión acorde con sus aspiraciones. El euro ha europeizado al marco.

Hasta el momento, pese a los vaivenes en su valor, el nacimiento del euro ha sido una historia de éxito. La introducción final de la moneda europea sin duda provocará ciertos problemas de adaptación técnica -desde los cajeros a las tragaperras- y psicológica. Algunos Estados y empresas están retrasados en sus preparativos para la llegada de los 14.000 millones de billetes y 50.000 millones de monedas, y la destrucción de los existentes, que plasmarán la irreversibilidad de la integración monetaria. La esperable confusión que se vivirá a partir de enero -suavizado por el anticipo en las cuentas bancarias en septiembre en España- será superable y de corta duración. Pero hasta que no estén en sus manos los billetes y las monedas, la gente no empezará a pensar en euros, y algunos seguramente nunca llegarán a habituarse. Pero sí se sentirán más europeos que nunca cuando, sin cambiar divisas, puedan viajar desde el norte de Finlandia hasta el sur de España.

Reducción de tipos

La presentación de los billetes ha coincidido con una buena noticia: la tan esperada como necesaria reducción del tipo de interés de intervención en un cuarto de punto, hasta el 4,25%, decidida por el Consejo de Gobierno del BCE, en el mismo sentido que otros bancos centrales, para adecuar las políticas monetarias a una manifiesta debilidad en los ritmos de crecimiento económico, sin peligros inflacionistas destacables. Hacía mucho tiempo que los tres grandes bloques económicos (EE UU, UE y Japón) no se encontraban simultáneamente inmersos en una manifiesta desaceleración. Sin embargo, el BCE ha actuado tardíamente, con una insuficiente capacidad de anticipación ante riesgos tan importantes.

Los indicadores a los que el BCE presta atención en la conducción de su estrategia de política monetaria obligan a inquietarse más por los riesgos de estancamiento de las principales economías de la zona que por una inflación que exceda el límite del 2% establecido por el Banco. La tasa del IPC en la eurozona convergerá, muy probablemente, hacia esa cifra, pero las que se revisan continuamente, y a la baja, son las previsiones de crecimiento económico en los doce países de la eurozona. La economía alemana, un 30% del PIB del área, está prácticamente estancada, como Francia e Italia, tributarias todas del enfriamiento internacional.

Una vez que el BCE ha hecho lo que debía ( facilitar las condiciones de financiación de los agentes y reducir obstáculos al crecimiento de la demanda) corresponde a los Gobiernos avanzar en la dirección de las reformas que no sólo contribuyan a esa estabilidad de los precios, sino a asentar la confianza de los agentes en una rápida y sana recuperación. El Gobierno español es uno de los que tiene ante sí un comienzo del curso político más cargado de asignaturas pendientes en este aspecto. La integración en el euro, que le ha correspondido pilotar a un PP reticente a la moneda única cuando estaba en la oposición, ha sido el shock positivo más importante para la economía española desde el Plan de Estabilización de 1959 y la entrada en las Comunidades Europeas en 1986. Sin embargo, las carencias en infraestructuras, educación e investigación y desarrollo marcan un preocupante déficit de futuro, cuando lo que debería poder hacer España es aprovechar ese trampolín que le supone su participación en el euro, con la que pronto olvidaremos la maltratada peseta y sus constantes devaluaciones. El euro es ya nuestra moneda.

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