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LA EXTRAÑA PAREJA
Columna
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Democracia clínica

Juan José Millás

Ya sabemos que Fraga es capaz de acabar con un pobre corzo a puñetazos y de destruir toda la fauna marina pisoteando el mar, no necesitamos certificados médicos que lo constaten. Nunca nos ha preocupado su número de leucocitos, sino su número de neuronas. ¿Permitiría don Manuel que se las contaran con la alegría con la que se deja contar los glóbulos blancos? Seguro que no. Y es que a Fraga le haces el test de la mancha de tinta y siempre ve objetivos a abatir. Antes eran demócratas o urogallos, y ahora, ciervos o atunes: el caso es disparar.

Mientras escribo estas líneas veo la expresión de horror del pobre corzo al que se cargó la semana pasada. Espero que le diera una muerte rápida, y por la espalda, porque debe de ser horrible que la última imagen que te lleves al otro mundo sea la de un individuo gritón que te amenaza con perdigonazos de saliva antes de darte el tiro de gracia.

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Fraga no sólo ha hecho mucho daño al bosque y a los demócratas, sino a la lectura. Recuerdo que de jóvenes, cuando ahorrábamos dinero para comprar nuestros primeros libros, un día dijeron por la tele que Fraga tenía en su casa 10.000 o 15.000 volúmenes, no recuerdo la cantidad exacta, y que se los había leído todos. Muchos lectores incipientes empezamos a coger miedo a la letra impresa, como es lógico, hasta que comprendimos la diferencia entre leer y pasarse los libros por la piedra. Hay gente convencida de que para atrapar las ideas contenidas en un papel conviene disparar al aire, para que las ideas salgan con las manos en alto. Pero una idea con las manos en alto es una idea muerta, no sirve para nada. De ahí que Fraga sea el ejemplo vivo de que se pueden leer 20.000 libros sin ningún provecho intelectual. Cuando me piden consejo sobre cómo hacer una campaña de iniciación a la lectura, siempre insisto en que no se trata de leer mucho, sino de leer bien, y para leer bien hay que extraer los conceptos con el cuidado con el que se saca un bígaro de su concha. Hay gente que se mete el bígaro entero en la bocaza, para comer más que los otros, pero no lo disfrutan.

No nos interesa, insisto, saber cómo tiene Fraga el hígado, sino cómo tiene la cabeza. Aunque qué digo: nadie en su sano juicio iniciaría una campaña electoral entregando un certificado médico a la prensa a modo de programa electoral. Fraga ha empezado a confundir su colesterol con su proyecto político. Está convencido de que el déficit se adecuará sin problemas a su velocidad de sedimentación, y de que el producto interior bruto (nunca mejor dicho) crecerá o disminuirá en función de su ritmo cardiaco. En este país sabemos muy bien lo que es vivir pendientes de unos análisis de orina. Cuando el equipo médico habitual que gestionó la agonía de Franco salía por la tele no daba las constantes vitales de un enfermo, sino las de un país, pues nos querían hacer creer que de la evolución de aquellas 'heces en forma de melena', de aquella mierda, en fin, dependía la salud de todos. Lo malo es que en cierto modo era así. De hecho, algunos políticos de extrema derecha, Fraga entre ellos, exhibieron antes de reciclarse el certificado de defunción de su caudillo como un proyecto político.

Éste es un país muy de certificados. Aquí siempre te han pedido papeles para todo. Fraga, que entonces pedía certificados de penales a los demócratas con la delicadeza con la que ahora exige la cornamenta a los ciervos, ha convocado a la prensa para anunciar el comienzo de la campaña electoral y ha repartido un certificado médico. La ocurrencia no tiene ninguna gracia. Más bien es para que se nos pongan los pelos de punta, pues cuando uno está muy empeñado en que el público conozca su perfil clínico es porque quiere tapar su perfil psicológico. El certificado médico de Fraga pretende tener sobre el electorado el mismo efecto narcótico que la última encuesta del CIS, que, curiosamente, parece un análisis clínico más que sociológico.

Quiere decirse que las encuestas del CIS son en estos momentos tan significativas como los telediarios de La Primera o los certificados médicos de Fraga. Todos conocemos gente con el hígado hecho polvo, pero con el sentido común intacto, del mismo modo que hay escritores fantásticos sin Nobel o actores prodigiosos sin Oscar. Quizá Fraga tenga estupendamente los riñones, pero hoy se gobierna con el encéfalo. ¿Qué tal, vacas locas aparte, anda don Manuel de encefalopatías?

Manuel Fraga.
Manuel Fraga.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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