EL ÚLTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos
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Miércoles 2 de julio (continuación)
Esto fue lo que me refirió el almirante Sinegato acerca del lugar en que nos encontrábamos, de lo sucedido en el curso de las últimas horas y de lo que estaba por suceder en las horas venideras.
Como es sabido, en el ocaso de la era Etnológica reinaban en la Tierra la confusión, el caos y el desgobierno. Los intentos de restauración monárquica, la revuelta de los vegetarianos, la quiebra del sistema financiero y otros sucesos históricos similares fueron causa y pretexto para terribles explosiones de violencia. La Tierra estaba sumida en sangrientas luchas fratricidas.
Como, por otra parte, la constatación científica irrebatible de que no había en todo el Universo Finito otros seres vivos que los terrícolas ni otros mundos habitables salvo la Tierra, excluían cualquier solución a los problemas existentes que no fuera local y pactada, los gobiernos se reunieron y firmaron un acuerdo encaminado a detener el progreso. De este modo dio comienzo la nueva era, llamada la era Feliz.
Por supuesto, no habría sido viable renunciar al nivel de eficacia y confort alcanzado hasta aquel momento, por lo que el pacto preveía el mantenimiento del sistema sanitario, del sistema de transporte, del sistema energético y, en términos generales, de la mecanización, aunque no su evolución ulterior, en el convencimiento de que nadie sentiría la falta de lo que todavía no había sido inventado. En cambio, los gobiernos firmantes de dicho pacto se comprometían a desactivar todo el sistema de inteligencia mecanizada, es decir, el almacenamiento, selección, combinación y suministro de datos de cualquier tipo y, por consiguiente, toda la capacidad de control e iniciativa, de comunicación a distancia, de cálculo y de creatividad. Se estableció un límite a la disponibilidad de información equivalente a cinco veces el contenido fáctico y dos veces la capacidad de análisis de La guía del ocio, y un límite a la comunicación sin hilos equivalente a la distancia entre el puerto de Odessa y la ría de Vigo. Se restableció el uso de las armas de fuego, del papel moneda, de la escritura manual, del papel carbón, de la radio de lámparas para la emisión de música, noticias y programas dramáticos en forma seriada o en forma de radio-teatro, las calculadoras de seis dígitos y algunos artefactos más. El resto fue destruido.
Se prohibió el consumo de bebidas alcohólicas y otras sustancias tóxicas, si bien las infracciones a esta norma fueron tratadas con indulgencia. Se puso fin a los trastornos derivados de la movilidad social. Fueron abolidas las constituciones. Las leyes fueron reemplazadas por reglamentos administrativos.
Para garantizar la libertad se destruyeron todos los registros. Se institucionalizó la tolerancia completa de creencias, ideas y conductas individuales no delictivas, pero se prohibió cualquier forma de identidad colectiva y sus manifestaciones externas, salvo las de certificada estupidez, como el fanatismo deportivo y los estudios universitarios. Se llevó a cabo una intensa campaña para desarraigar las actitudes antisociales, como el afán de enriquecimiento desmedido, el afán de viajar sin necesidad, la ostentación y otras lacras. De este modo dio comienzo la era Feliz.
Por supuesto, los gobernantes que instauraron el nuevo orden no eran ingenuos ni desconocían la complejidad de la naturaleza humana y de la mecánica social y sus interacciones. Por consiguiente, para paliar las desviaciones que estos factores introducirían de inmediato en el plan general, los gobernantes concibieron y pusieron en práctica un programa urgente de construcción de estaciones espaciales, donde se podrían concentrar las diversas anomalías del espíritu humano. En estas estaciones espaciales, alejadas de la Tierra, provistas de sistemas de comunicación muy precarios, constreñidas por su tamaño y la escasez de sus recursos a una dependencia total de la metrópolis y a una proyección de crecimiento igual a cero en el peor de los casos, y en el mejor, negativa, las locuras podían evolucionar con arreglo a su propia mecánica, sin más peligro que lo que pudiera acontecer a los visitantes incautos. En última instancia, una red eficaz de seguimiento permitía la eliminación de los excesos o, a la inversa, la reinserción de algunos individuos aislados cuya conducta los hubiera hecho acreedores a la remisión de su pena.
Esto exigía, naturalmente, el mantenimiento de un pequeño sistema de información y vigilancia y, por consiguiente, de algunos elementos de la tecnología prohibida. Con tal fin fueron creados centros secretos de control, unos en la Tierra, otros en estaciones espaciales, donde permanecían intactos y en pleno uso los antiguos archivos y registros y los antiguos medios de captación.
Desde uno de estos centros, justamente desde este en el que ahora nos encontramos, el personal competente ha ido siguiendo todas las incidencias de nuestro viaje, ha filmado nuestros actos y ha grabado nuestras conversaciones. Gracias a los conocimientos así adquiridos, y a la vista de nuestra desesperada situación de carestía y de las graves convulsiones a que dicha situación estaba dando lugar, el almirante Sinegato decidió cancelar la visita mensual a su familia e intervenir en la nave del modo expeditivo ya consignado en la parte correspondiente de este grato Informe.
Acabadas las explicaciones, le agradezco dicha intervención, así como la confianza que ha depositado en mí al hacerme partícipe de tantos y tan importantes secretos y le ruego, si no se lo va a tomar a mal, que me diga por qué me ha contado todas estas cosas precisamente a mí. Responde que, a la vista de mi historial y mi persona, no esperaba una pregunta tan inteligente y añade que con gusto disipará mis dudas cuando hayamos salido de allí.
Hacemos nuevamente uso del ascensor, recorremos el largo corredor en dirección contraria y desembocamos frente a la puerta de un local sobre la que un letrero luminoso anuncia: Bar Quincoces. Entramos en una cafetería, donde se expende café de cascarilla y gachas de arroz, mientras unos tubos emiten olor a cochifrito.
El almirante Sinegato me informa de que es el local preferido de los visitantes, porque la atmósfera es tranquila y las chicas de servicio son muy guapas.
No sentamos en un reservado, y una camarera, cuyos atractivos confirman el dictamen del almirante, nos trae dos tazas de café y una bolsita de humo para que podamos hacer 'café humeante'.
Cuando la camarera se retira, el almirante dice que, habiendo seguido paso a paso los incidentes de nuestro viaje, y conociendo sus causas y su destino final, ha rendido informe pormenorizado a las autoridades federales. A la vista de este informe, el Comité de Evaluación ha decidido dar por buena mi actuación y, en consecuencia, atender a mis reiteradas solicitudes.
Respondo con gratitud, pero añado estar confuso, pues yo mismo desconozco todavía el destino final de nuestro viaje, aunque no sus razones, a saber, la fundación de una colonia con los pasajeros de la nave en la estación espacial que en su momento se me indicará. Tampoco sé a qué solicitudes mías se refiere.
El almirante Sinegato sonríe con su habitual benevolencia y dice que estoy en un error con respecto a la misión, pero que no debo preocuparme, pues así fue dispuesto desde el inicio. Y añade haber recibido instrucciones de aclarar el misterio y darme las instrucciones definitivas. Antes de hacerlo, sin embargo, me tranquiliza diciendo que todo acabará bien.
Me dispongo a escuchar atentamente sus palabras, pero en este mismo momento se nos acerca la camarera que nos ha atendido y me muestra la palma de la mano, en la que veo escrita con letra grande al carboncillo la palabra 'murder'. Luego se retira rápidamente. Me vuelvo al almirante para que me explique de paso esta sorprendente intervención, pero el almirante no se ha percatado de ella. Por el contrario, se dispone a revelarme el verdadero destino de nuestra misión con la mejor de sus sonrisas.
Continuará
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