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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Madrid, 1939

En los últimos meses de la guerra civil española, poco antes de que Madrid fuera tomado por las tropas franquistas, y tras los incontables bombardeos que habían asolado la ciudad, las calles de Madrid presentaban un aspecto no muy distinto del que hoy conocemos. Por distraído que uno sea, no escapa a los ojos de ningún viandante madrileño la deteriorada situación que presentan sus calles y que, hace ya tiempo, ha dejado de ser algo coyuntural. Los socavones provocados por los obuses durante la guerra poco tienen que envidiar a los que las distintas obras subterráneas originan de continuo en nuestra maltrecha ciudad. Hace ya más de un año -por remontarme sólo a lo más inmediato-, los madrileños venimos soportando los continuos obstáculos y chapuzas subsiguientes a los que el Ayuntamiento nos tiene sometidos.

El gas natural, las distintas compañías de telecomunicaciones, la desproporcional ampliación de las esquinas, etcétera, siguen un riguroso ritual de 'rasga y rompe' en nuestras calles. Desafortunadamente, todos conocemos ya el proceso: se levantan las aceras, se entierran las tuberías con el nuevo producto, se cierran con un parche y pocas semanas después se repite la operación.

Uno no sabe ya qué resulta más irritante, si las continuas molestias que causan las obras, la lentitud de las mismas o la patética situación en la que quedan después las calles.

Con ello no pretendo aquí poner en duda la necesidad de obras subterráneas, sino llamar la atención sobre el cúmulo de despropósitos que torturan el vivir cotidiano de los madrileños, y las causas del mismo. En 1939, las causas de los socavones eran obvias. Hoy, como entonces, resulta difícil pasear por una buena parte de los barrios madrileños; sin embargo, se desconocen las causas y uno no sabe ya si pensar que se debe a una absoluta negligencia en la coordinación de las obras o a algún interés particular en la continua destrucción y reconstrucción de las calles, ni qué opción es peor: si vivir gobernado por malversadores o por incompetentes.

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