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Reportaje:Estampas y postales

Bajo el palmeral gótico

Miquel Alberola

Este oasis de piedra fue concebido para que los comerciantes y mercaderes realizasen sus negocios en un entorno de dignidad, compromiso y ética. A la sombra de este palmeral gótico la economía empezó a ganarle el pulso a la religión como actividad motriz de la sociedad. Incluso como fe. Aquí comenzó a cimentarse la modernidad y a substanciarse la identidad de un pueblo que a lo largo de los siglos ha demostrado una irrefrenable tendencia al comercio y a la producción, lo que le ha valido una cierta imagen de adicción a su propia irritación económica que le ha llevado en ocasiones a desentenderse de lo fundamental.

La Lonja de Valencia fue la catedral de los negocios, aunque con los años ha fosilizado casi sólo para amenizar el tedio digital de los japoneses y como recreo postindustrial indígena. Es la referencia más sólida de la moderna economía valenciana, que oscila entre la industria basada en la fabricación de bienes de consumo y la extraordinaria red de comercio y distribución tejida alrededor de la producción hortofrutícola; entre su consecuencia financiera y su conclusión turística y de servicios.

La Lonja fue erigida entre 1483 y 1548, tomando como patrón la de Palma de Mallorca, y para ello fue necesaria la intervención de los escultores de piedra más definitorios del gótico mediterráneo, como es el caso del catalán Pere Comte, que ya había diseñado el patio central del Palau de la Generalitat, y Joan Corbera y Nicolau Alemany, quienes terminaron los ventanales de una de sus fachadas con clara influencia renacentista. Se trata de un magnífico torreón central con dos cuerpos autónomos, donde destaca la Sala de Contractació, con ocho columnas mayúsculas y el doble de semicolumnas de fuste helicoidal, formando al conectar con la bóveda un palmeral de piedra de una belleza portentosa. Además cuenta con una terrorífica colección de gárgolas en sus fachadas, como si se tratase de un dispositivo de seguridad para preservar la pureza 'del comercio que no lleva fraude', según la declaración de intenciones escrita en el interior de este salón columnario. Aunque por si acaso fallaba esta ornamentación disuasoria, el edificio disponía de una prisión, donde eran encerrados los comerciantes que no cumpliesen con sus compromisos.

En sus dependencias no sólo se realizaron transacciones comerciales, sino que se albergó al tribunal de comercio marítimo, el Consolat de Mar, y a la primera entidad financiera valenciana, la Taula de Canvis i Depòsits, que fue la que sufragó su edificación en un momento excepcional del comercio valenciano. La guerra y la peste habían asolado Cataluña, y los países mediterráneos estaban sumidos en una soporífera depresión económica, mientras que Valencia se había convertido en una de las ciudades más activas de Europa, manteniendo el comercio con Oriente a través de las exportaciones de arroz, seda, azúcar y aceite.

Según la crónica escrita por el viajero alemán Münzer en esos días en que la ciudad estaba llena de comerciantes extranjeros, Valencia era 'mucho mayor que Barcelona' y en ella vivían 'condes, barones, algunos duques, más de quinientos caballeros ricos y otras personas de distinción'. Asimismo, sus mujeres se pintaban la cara y usaban 'afeites y perfumes', aspecto que al alemán, por extraño, le parecía censurable. Era la muestra de una ciudad cuya sociedad crepitaba sobre el brillo de la economía, mientras los comerciantes le rendían culto en el templo de la Lonja, bajo el palmeral gótico.

Salón columnario de la Lonja de Valencia.
Salón columnario de la Lonja de Valencia.JESÚS CÍSCAR

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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