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LA EXTRAÑA PAREJA
Columna
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Artistas digitales

Encontré el invierno pasado en un contenedor un sillón de orejas idéntico a aquel en el que mi madre dormía la siesta. Quizá fuera el mismo, pues algunos objetos domésticos se pasan la vida dando vueltas para llegar al punto de partida

Juan José Millás

Si usted, como un servidor, es de esas personas a las que les gusta revisar por la noche los contenedores de basura de su barrio, para apropiarse de los cachivaches que el consumo expele prácticamente sin digerir, o sea, nuevos, lleve cuidado, porque he leído en el Ciberpaís que un artista digital afincado en Barcelona abandona por ahí electrodomésticos a los que luego permanece conectado y manipula a distancia. De modo que si usted se encuentra un transistor en la basura y se lo lleva a casa, no debe extrañarse de que el aparato, en medio del Diario hablado de Radio Nacional (nunca mejor dicho lo de Radio Nacional), se dirija a usted cuando va a encender, por ejemplo, un cigarrillo:

'Mírame bien', me dijo, '¿soy o no soy una reina?'

-¿Ya vas a fumar otra vez?

-¿Pero quién me habla?

-Soy yo, soy Radio Nacional. Apaga eso ahora mismo.

Esto antes se llamaba invasión de la intimidad, y era un delito. Ahora es arte digital, y sale en los papeles. Yo encontré el invierno pasado en un contenedor un sillón de orejas idéntico a aquel en el que mi madre dormía la siesta. Quizá fuera el mismo, pues algunos objetos domésticos se pasan la vida dando vueltas para llegar al punto de partida. De hecho, un día, en una librería de viejo di con una enciclopedia de mi padre que yo mismo había vendido, indignado, cuando era adolescente, porque me busqué en ella y no estaba, pese a haber publicado ya un par de cuentos en la revista del colegio. La compré, pero al llegar a casa vi que continuaba sin salir. Ahora la tengo en cuarentena en el cajón de la mesilla de noche: si en dos años más no aparezco, vuelvo a venderla, esta vez al peso.

Me llevé el sillón de orejas a casa, decía, para echar la siesta, y cuando comenzaba a dormirme, las orejas me hablaban en sonido estereofónico. No me habría importado esta alucinación auditiva, he sufrido otras peores, de no ser porque la voz parecía confundirme con mi madre. Por lo menos, se dirigía a mí como si yo fuera una mujer de la edad que tenía ella cuando dormía la siesta en el orejero.

-Esa copa diaria de Fundador te va a matar -decía.

No sé a ustedes, pero a mí me parece muy molesto que me confundan con mi madre, que en paz descanse, por lo que una noche bajé el sillón a la calle y lo cambié, en el contenedor de la esquina, por una silla giratoria a la que sólo le faltaba una rueda. El sillón lo recogió un vecino que desde entonces habla solo.

El caso es que ayer estaba viendo en la tele unas escenas de la boda esa del siglo (del siglo XV, para decirlo todo), cuando Eva Sannum, cuyo rostro ocupaba en ese instante toda la pantalla, me miró fijamente a los ojos y me dijo:

-A ver, Juanjo, mírame bien: ¿soy o no soy una reina?

-A mí me has parecido una reina desde el primer día -le dije-. Claro, que yo no soy monárquico y los monárquicos toman por reinas a unas señoras increíbles.

-¿Y por qué son tan antimonárquicos los monárquicos?

Le expliqué las causas de lo que en mi opinión no era más que una tormenta en un vaso de agua (mineral, por supuesto) y luego, cuando ella había empezado a revelarme las diferencias entre las monarquías de prêt-à-porter y las monarquías de alta costura, se abrió la puerta y entró mi mujer, sorprendiéndonos en animada conversación.

-¿Ya estás hablando otra vez con la tele? -dijo.

-Ha empezado ella -me defendí.

Entonces, mi mujer sacó un recorte del último Ciberpaís y me enseñó la noticia del artista digital ese (delincuente a secas, según el anterior código penal), que manipula los aparatos a distancia. Y es que es cierto: saqué el televisor a través del que Eva Sannum me había hablado de un contenedor de basura, hará ahora un par de meses. Antes, las madres decían a los hijos que no aceptaran caramelos de desconocidos. Pronto empezarán a decirles que no acepten electrodomésticos. Por cierto, que ese cabecero de cama que usted encontró la semana pasada en un vertedero y que tan bien le había quedado en el dormitorio tras un par de retoques, podría tener ocultos un micrófono y una microcámara que filma sus sueños y los envía al taller de un artista digital (antes, chorizo) afincado en Barcelona. Por si acaso, antes de meterse entre las sábanas, grite siempre viva el Rey.

Eva Sannum
Eva Sannum

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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