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Un relato de EDUARDO MENDOZA

EL ÚLTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos

Resumen. El delincuente Garañón y la Duquesa dan las últimas explicaciones de cómo consiguieron impedir una conspiración del Duque para fugarse con la nave espacial y cómo apagaron el incendio del Auditorio Real con el agua almacenada en los aljibes de la nave. De este modo, un nuevo problema se le presenta a Horacio: no tiene agua para la travesía, por lo que debe poner rumbo a una nueva Estación Espacial.

Miércoles, 25 de junio

Esta madrugada un incidente inesperado ha venido a alterar la triste monotonía de la navegación.

A eso de las ocho y media, cuando estaba en lo más profundo de mi sueño, me ha despertado el primer segundo de a bordo para informarme de que un par de horas antes había sido descubierto un polizón que viajaba oculto en la sentina y que, según parece, había salido a merodear acuciado por el hambre.

Capturado y esposado, el polizón ha sido conducido a presencia del oficial de guardia, el cual, tras rellenar los formularios correspondientes, ha informado al primer segundo de a bordo y éste, de acuerdo con el reglamento en la materia, me viene a informar a mí.

Me visto, desayuno y, tras someterlo a una larga espera para sembrar en su ánimo la confusión y el desaliento, hago comparecer al polizón. Es un hombre de edad indefinida y rasgos abultados, casi deformes. Viste harapos y a mis preguntas responde con gruñidos, como dando a entender que desconoce nuestro idioma.

Ante esta dificultad, convoco al doctor Agustinopoulos, como médico de a bordo, y éste, con sólo verlo, se echa a reír, pide que el polizón sea atado firmemente a una silla a fin de imposibilitarle todo movimiento y acto seguido, con unas pinzas, le arranca la nariz y varios pedazos de cara, que resultan ser de goma, dejando al descubierto las facciones del Duque. ¡Menuda sorpresa!

Viéndose desenmascarado, el Duque confiesa haberse escondido en la nave poco después de haber pronunciado el discurso inaugural del Festival de las Artes y de haber activado el dispositivo de efecto retardado que había de provocar el incendio del Auditorio Real, aprovechando la ausencia de la tripulación y el pasaje. Su propósito, claro está, era apoderarse de la nave para huir de la Estación Espacial Derrida, de ingrato recuerdo, alcanzar otra Estación Espacial, y allí empezar una nueva vida, convenientemente disfrazado, con papeles falsos y con el dinero de las entradas, más el que esperaba cobrar del seguro.

Preguntado dónde está el dinero de las entradas a que acaba de aludir, dice primero haberlo transferido a una cuenta remota, luego, haberlo perdido, luego, habérselo gastado, y, por último, tras recibir un par de pescozones, confiesa haberlo escondido detrás de una tubería de la sentina.

Como por la sentina pasa un verdadero amasijo de tuberías, le insto a que nos revele el lugar exacto donde está escondido el dinero, haciéndole ver que lo necesitamos para comprar agua y medicamentos en la Estación Espacial más próxima, si conseguimos llegar allí con vida.

Responde con sarcasmo que sólo revelará el paradero del dinero si le garantizo por escrito la impunidad de sus fechorías, le permito seguir viaje a bordo de la nave en calidad de huésped de honor y en compañía de la Duquesa, de cuya presencia en la nave ha tenido noticia, y si le entrego el veinticinco por ciento del dinero de las entradas, al que pretende tener derecho conforme al reglamento, pues el Festival se suspendió habiendo transcurrido más de media hora desde el inicio del espectáculo.

Ante semejante desfachatez, y tras conferenciar brevemente con el primer y segundo segundos de a bordo, con el doctor Agustinopoulos y con el Gobernador, a quien por respeto llamo a consulta, introducimos al Duque en un cilindro lanzamisiles y lo expulsamos al espacio exterior, donde, por efecto de la contracción temporal de la zona helicoidal, se convierte en un feto con chupete y se queda dando vueltas sobre sí mismo.

Acto seguido doy instrucciones severas e irrevocables a cuantos han intervenido en este asunto de no revelar a nadie lo sucedido, haciéndoles ver que llevamos con nosotros a una veintena de habitantes de la Estación Espacial Derrida y, por consiguiente, de antiguos súbditos del Duque, cuya posible lealtad a éste habría podido ocasionarnos problemas si le hubiéramos dejado permanecer a bordo; a esto añado que también llevamos a bordo a la propia Duquesa, la cual, si bien no parece muy afecta a su marido, podría reaccionar de una manera imprevisible, como sucede en estos casos con las mujeres. Por lo demás, el haber aplicado al Duque las garantías procesales previstas por la ley habría sido sumamente trabajoso y complejo, ya que el Duque gozaba de un estatus jurídico especial y, en rigor, de rango superior al del Gobernador y al mío propio, por lo que, de habernos enredado en legalismos, quizás habríamos tenido que acabar cediéndole el mando de la nave. En cuanto a las normas de la hospitalidad, poca aplicación tienen a este caso, ya que fue el Duque el primero en incumplirlas de un modo tan flagrante.

Dicho lo cual, quemamos los formularios cumplimentados por el oficial de guardia con motivo de la detención del polizón, se levanta la sesión, y corremos todos a la sentina a ver quién encuentra el dinero de las entradas y se puede llevar un buen pellizco.

Jueves, 26 de junio

Todavía faltan varios días para alcanzar la Estación Espacial más cercana y la situación se va haciendo insostenible.

Esta misma mañana el segundo segundo de a bordo me muestra una octavilla en la que se dice que, estando el cuerpo humano compuesto en un cincuenta por ciento de agua, se podría obtener la que necesitamos exprimiendo a algunos tripulantes o pasajeros elegidos por sus condiciones físicas o por sorteo.

Consulto con el médico de a bordo y me dice que la proporción de agua en el cuerpo humano no es exacta, pero que la propuesta es viable.

Para atajar este tipo de actos sediciosos, cuya repercusión es imprevisible y potencialmente peligrosa, ordeno retirar y destruir todas las octavillas distribuidas por la nave y, preventivamente, confiscar las máquinas de escribir, el papel, el papel carbón, los lapiceros y cualquier otro material de escritura. Esta medida encuentra fuerte resistencia entre los Ancianos Improvidentes, muchos de los cuales, animados por el éxito de su revista, han empezado a escribir sus memorias. Esta actividad los tiene entretenidos y felices, pero a la vista de lo ocurrido, les sugiero que se limiten a ordenar sus recuerdos y aplacen la redacción para un momento más propicio, a lo que unos responden que a su edad no pueden perder el tiempo y otros, que ahora están inspirados y eso no se puede dejar pasar así como así. Para acabar de complicar las cosas, un par de Mujeres Descarriadas se han erigido en agentes literarias y me marean a todas horas con sus reclamaciones.

Antes de cenar convoco en reunión extraordinaria al primer y segundo segundos de a bordo y al doctor Agustinopoulos, así como al Gobernador, a quien por respeto llamo a consulta, y les digo que, ante la gravedad de la situación y siguiendo las instrucciones recibidas en la Academia de Mandos de Villalpando, me propongo poner en práctica una simulación de ataque proveniente del exterior como táctica diversiva en casos de conflicto interno. Estos simulacros, siempre y cuando sean creídos por las personas a quienes van destinados, fomentan la unidad, relegan a segundos planos los problemas personales y, cuando se alejan, si se consigue mantener todavía la ficción, dejan a todos contentos de haber vuelto al punto de partida, por malo que éste sea.

El Gobernador me hace ver que esta medida, excelente en términos generales, puede resultar contraproducente en el nuestro, ya que, careciendo la nave de armas y medicamentos, así como de agua para resistir un asedio, un simulacro de ataque proveniente del exterior podría crear un estado de pánico tanto o más peligroso que el nerviosismo actual, y señala que, si los cálculos de navegación no son erróneos, sólo nos faltan dos o tres días para llegar a puerto, por lo que, en su opinión, vale la pena esperar sin hacer nada.

Oídos y sopesados estos argumentos, dispongo se tomen las disposiciones previas a la maniobra diversiva, pero que no se lleve a efecto el simulacro propiamente dicho hasta que así se decida en un futura reunión de mandos.

Continuará

www.eduardo-mendoza.com24

Miércoles, 25 de junio

Esta madrugada un incidente inesperado ha venido a alterar la triste monotonía de la navegación.

A eso de las ocho y media, cuando estaba en lo más profundo de mi sueño, me ha despertado el primer segundo de a bordo para informarme de que un par de horas antes había sido descubierto un polizón que viajaba oculto en la sentina y que, según parece, había salido a merodear acuciado por el hambre.

Capturado y esposado, el polizón ha sido conducido a presencia del oficial de guardia, el cual, tras rellenar los formularios correspondientes, ha informado al primer segundo de a bordo y éste, de acuerdo con el reglamento en la materia, me viene a informar a mí.

Me visto, desayuno y, tras someterlo a una larga espera para sembrar en su ánimo la confusión y el desaliento, hago comparecer al polizón. Es un hombre de edad indefinida y rasgos abultados, casi deformes. Viste harapos y a mis preguntas responde con gruñidos, como dando a entender que desconoce nuestro idioma.

Ante esta dificultad, convoco al doctor Agustinopoulos, como médico de a bordo, y éste, con sólo verlo, se echa a reír, pide que el polizón sea atado firmemente a una silla a fin de imposibilitarle todo movimiento y acto seguido, con unas pinzas, le arranca la nariz y varios pedazos de cara, que resultan ser de goma, dejando al descubierto las facciones del Duque. ¡Menuda sorpresa!

Viéndose desenmascarado, el Duque confiesa haberse escondido en la nave poco después de haber pronunciado el discurso inaugural del Festival de las Artes y de haber activado el dispositivo de efecto retardado que había de provocar el incendio del Auditorio Real, aprovechando la ausencia de la tripulación y el pasaje. Su propósito, claro está, era apoderarse de la nave para huir de la Estación Espacial Derrida, de ingrato recuerdo, alcanzar otra Estación Espacial, y allí empezar una nueva vida, convenientemente disfrazado, con papeles falsos y con el dinero de las entradas, más el que esperaba cobrar del seguro.

Preguntado dónde está el dinero de las entradas a que acaba de aludir, dice primero haberlo transferido a una cuenta remota, luego, haberlo perdido, luego, habérselo gastado, y, por último, tras recibir un par de pescozones, confiesa haberlo escondido detrás de una tubería de la sentina.

Como por la sentina pasa un verdadero amasijo de tuberías, le insto a que nos revele el lugar exacto donde está escondido el dinero, haciéndole ver que lo necesitamos para comprar agua y medicamentos en la Estación Espacial más próxima, si conseguimos llegar allí con vida.

Responde con sarcasmo que sólo revelará el paradero del dinero si le garantizo por escrito la impunidad de sus fechorías, le permito seguir viaje a bordo de la nave en calidad de huésped de honor y en compañía de la Duquesa, de cuya presencia en la nave ha tenido noticia, y si le entrego el veinticinco por ciento del dinero de las entradas, al que pretende tener derecho conforme al reglamento, pues el Festival se suspendió habiendo transcurrido más de media hora desde el inicio del espectáculo.

Ante semejante desfachatez, y tras conferenciar brevemente con el primer y segundo segundos de a bordo, con el doctor Agustinopoulos y con el Gobernador, a quien por respeto llamo a consulta, introducimos al Duque en un cilindro lanzamisiles y lo expulsamos al espacio exterior, donde, por efecto de la contracción temporal de la zona helicoidal, se convierte en un feto con chupete y se queda dando vueltas sobre sí mismo.

Acto seguido doy instrucciones severas e irrevocables a cuantos han intervenido en este asunto de no revelar a nadie lo sucedido, haciéndoles ver que llevamos con nosotros a una veintena de habitantes de la Estación Espacial Derrida y, por consiguiente, de antiguos súbditos del Duque, cuya posible lealtad a éste habría podido ocasionarnos problemas si le hubiéramos dejado permanecer a bordo; a esto añado que también llevamos a bordo a la propia Duquesa, la cual, si bien no parece muy afecta a su marido, podría reaccionar de una manera imprevisible, como sucede en estos casos con las mujeres. Por lo demás, el haber aplicado al Duque las garantías procesales previstas por la ley habría sido sumamente trabajoso y complejo, ya que el Duque gozaba de un estatus jurídico especial y, en rigor, de rango superior al del Gobernador y al mío propio, por lo que, de habernos enredado en legalismos, quizás habríamos tenido que acabar cediéndole el mando de la nave. En cuanto a las normas de la hospitalidad, poca aplicación tienen a este caso, ya que fue el Duque el primero en incumplirlas de un modo tan flagrante.

Dicho lo cual, quemamos los formularios cumplimentados por el oficial de guardia con motivo de la detención del polizón, se levanta la sesión, y corremos todos a la sentina a ver quién encuentra el dinero de las entradas y se puede llevar un buen pellizco.

Jueves, 26 de junio

Todavía faltan varios días para alcanzar la Estación Espacial más cercana y la situación se va haciendo insostenible.

Esta misma mañana el segundo segundo de a bordo me muestra una octavilla en la que se dice que, estando el cuerpo humano compuesto en un cincuenta por ciento de agua, se podría obtener la que necesitamos exprimiendo a algunos tripulantes o pasajeros elegidos por sus condiciones físicas o por sorteo.

Consulto con el médico de a bordo y me dice que la proporción de agua en el cuerpo humano no es exacta, pero que la propuesta es viable.

Para atajar este tipo de actos sediciosos, cuya repercusión es imprevisible y potencialmente peligrosa, ordeno retirar y destruir todas las octavillas distribuidas por la nave y, preventivamente, confiscar las máquinas de escribir, el papel, el papel carbón, los lapiceros y cualquier otro material de escritura. Esta medida encuentra fuerte resistencia entre los Ancianos Improvidentes, muchos de los cuales, animados por el éxito de su revista, han empezado a escribir sus memorias. Esta actividad los tiene entretenidos y felices, pero a la vista de lo ocurrido, les sugiero que se limiten a ordenar sus recuerdos y aplacen la redacción para un momento más propicio, a lo que unos responden que a su edad no pueden perder el tiempo y otros, que ahora están inspirados y eso no se puede dejar pasar así como así. Para acabar de complicar las cosas, un par de Mujeres Descarriadas se han erigido en agentes literarias y me marean a todas horas con sus reclamaciones.

Antes de cenar convoco en reunión extraordinaria al primer y segundo segundos de a bordo y al doctor Agustinopoulos, así como al Gobernador, a quien por respeto llamo a consulta, y les digo que, ante la gravedad de la situación y siguiendo las instrucciones recibidas en la Academia de Mandos de Villalpando, me propongo poner en práctica una simulación de ataque proveniente del exterior como táctica diversiva en casos de conflicto interno. Estos simulacros, siempre y cuando sean creídos por las personas a quienes van destinados, fomentan la unidad, relegan a segundos planos los problemas personales y, cuando se alejan, si se consigue mantener todavía la ficción, dejan a todos contentos de haber vuelto al punto de partida, por malo que éste sea.

El Gobernador me hace ver que esta medida, excelente en términos generales, puede resultar contraproducente en el nuestro, ya que, careciendo la nave de armas y medicamentos, así como de agua para resistir un asedio, un simulacro de ataque proveniente del exterior podría crear un estado de pánico tanto o más peligroso que el nerviosismo actual, y señala que, si los cálculos de navegación no son erróneos, sólo nos faltan dos o tres días para llegar a puerto, por lo que, en su opinión, vale la pena esperar sin hacer nada.

Oídos y sopesados estos argumentos, dispongo se tomen las disposiciones previas a la maniobra diversiva, pero que no se lleve a efecto el simulacro propiamente dicho hasta que así se decida en un futura reunión de mandos.

Continuará

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