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Columna
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Memoria

Juan Cruz

Las lágrimas vienen del alma. Herida para siempre la mirada, ese niño llora sin remedio y ya no busca nada, nada ve, sólo llora, no puede calmarle ese grito atroz que viaja con él a un hospital donde nadie, ni siquiera ahí, hubiera imaginado antes que el horror fuera a tener alguna vez este símbolo cruel, esta saña total y paradójica. El juguete y la muerte.

Siempre se dijo que el ruido más noble, el más reconfortante, es el de un niño que ríe cuando está solo y aún no dice nada. Y no puede haber mayor tragedia que la de este llanto sin remedio que ahora se evoca como una señal de rabia por la vida. El niño no habla, su recuerdo es de juguetes, y de pronto su risa salta por los aires, y él llora y llora, ese llanto se escucha en todas partes, y él aún no sabe de qué está llorando.

El fotógrafo que le lleva tiene el recuerdo del humo y del dolor, y ya no sabe qué tiempo ha pasado entre la explosión y este grito sin frontera que le conmueve como una pesadilla causada por las manos sucias de los que mandan matar.

Los que escuchamos las noticias sabemos que ése es un símbolo más de una guerra que cuenta con el olvido como su profundo aliado. Pasarán los días, a este jueves de agosto seguirán otros jueves, habrá otros miércoles terribles o alegres, o siempre será lunes sin descanso. El olvido, dice Benedetti, está lleno de memoria. Los hombres que convierten en teoría la tragedia ajena discuten en las mesas culpables o neutras de sus decisiones a quién atribuir esta clase de ignominia, una manera más de irla archivando. Y mientras mantienen abiertas todas las hipótesis están abriendo hueco en las despensas de su olvido para tratar de calmar la mala conciencia que dejan tragedias así, como si la vida fuera un ajedrez interminable en el que el dolor es sólo una ficha que se sustituye. Hoy será otro día.

Qué mundo estamos haciendo, con qué cara regresamos al afán de cada día. Decía el poeta José Luis Pernas que los hombres siempre fabricamos una esperanza para seguir viviendo. Olvidar el horror es repetirlo. Qué esperanza hay detrás del llanto irremediable de un niño, qué esperanza; esperanza ninguna, sino memoria para que la vergüenza no se calme.

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