Un Kissinger con sotana
Este torreón restaurado en 1995 y su discreta guarnición de vestigios constituyen los únicos indicios sólidos del señorío de la Torre de Canals de los Borja, en cuyo perímetro germinaron dos papas, una docena de cardenales y no pocos príncipes y duques. Incluso un santo, en el período más incandescente de la Contrarreforma, para cerrar el círculo de disolución que le fue atribuida a toda la parentela en su período vaticano. Ésta fue una familia de terratenientes de Xàtiva favorecida por la Corona de Aragón para contrarrestar el poder de la nobleza y que con los años acabaría administrando el máximo poder en occidente entre el Gótico al Renacimiento.
Entre todos ellos, el que más mérito tuvo fue Alfons de Borja, quien desde esta torre de propietarios agrícolas se encaramó a la cúspide del Vaticano con el nombre de Calixto III, que era tanto como viajar desde la Tierra a la Luna. El resto de la familia simplemente se encontró el agujero hecho. Sus padres lo encauzaron en la Iglesia para aprovechar su inteligencia y las garantías de poder que ofrecía el vínculo, y él demostró pronto un extraordinario talento jurídico que le abriría las puertas de la corte de Alfonso el Magnánimo. Enseguida se convirtió en un hombre de la máxima confianza del rey y en un técnico del Derecho imprescindible para organizar los entramados jurídicos de la corona y resolver sus embrollos. A cambio, el Magnánimo lo situó en la cumbre de la jerarquía eclesiástica, garantizándose de paso el control absoluto del poder económico de la Iglesia a través de uno de los suyos.
El otro paso decisivo hacia su destino fue la participación en la mediación diplomática entre la curia romana, los seguidores de Benedicto XIII y la Corona de Aragón para cerrar el Cisma de Occidente y adscribir el clero a la obediencia del Vaticano. Entonces la Santa Sede reconoció su pericia, aunque puede que no fuese más que un mero instrumento en manos de Alfonso el Magnánimo, que sostuvo y utilizó el cisma hasta obtener el máximo rendimiento político y económico posible. Alfonso de Borja fue el Henry Kissinger del Magnánimo con sotana, y desde su despacho en el obispado de Valencia llevó a cabo más misiones y tareas políticas que diocesanas.
En ese sentido, en 1437 el rey requirió de sus servicios para la organización jurídica y administrativa del Reino de Nápoles y para coordinar la política del Magnánimo con la del Papa Eugenio IV en la expansión mediterránea de los valencianos, catalanes y aragoneses. Con esta operación Alfonso el Magnánimo se anexionaba un reino que apoyaba el concilio cismático de Basilea y se lo servía espiritualmente a Roma, mientras que su brazo diplomático entraba en contacto directo con la curia pontificia, se familiarizaba con sus entresijos y obtenía de Eugenio IV el capelo cardenalicio.
Alfons de Borja fue elegido papa en 1455 como consecuencia de una típica coyuntura vaticana. El enfrentamiento entre los clanes de la Santa Sede, los Colonna y los Orsini, había atascado el proceso de elección de un nuevo pontífice a la muerte de Nicolás V, y su candidatura, sustentada por sus cualidades en el ámbito político, encarnaba una tercera vía muy operativa. En el fondo, Alfons de Borja fue el resultado de su tierra, que era uno de los países más influyentes en ese momento, aunque toda esta cadena de acontecimientos históricos a veces sólo sirva para dar la razón a Sant Vicent Ferrer, que había vaticinado que éste sería papa y lo canonizaría.
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