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Columna
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Balenciaga íntimo

En el espacio de la Sala Kubo, del Kursaal donostiarra, se ha montado una exposición de trajes, sombreros y complementos varios del modisto guipuzcoano Cristóbal Balenciaga (Getaria, 1895-1972). La exposición permanecerá abierta al público hasta el 15 de octubre.

La contabilización estadística señala que son 57 los trajes exhibidos, 23 los sombreros, 7 las capas boleros, 11 los objetos de bisutería y 7 los complementos, como son pañuelos, zapatos, mantillas y boas de plumas de gallo. Por lo tanto, ya se ve que la muestra es reducida, pero tal vez por eso resulta sumamente atractiva e íntima. A esto se añade que a la hora de presentar las piezas se ha buscado la máxima sencillez. Todo está expuesto sin un ápice de teatralidad y misterio, para que nada interfiera entre los objetos y la mirada.

Esta manera de presentar los trabajos de Balenciaga contrasta con el montaje realizado para la exposición de Giorgio Armani que todavía puede verse en el Guggenheim bilbaíno. Si en la muestra de Armani su montaje se fundamenta en las escenificaciones, a través de los contrastes entre luces y sombras, con vista a crear halos de fascinación en los espectadores, en la de Balenciaga sobran esos contrastes, porque no dejarían ver las creaciones tal y cómo se gestaron. Para Balenciaga lo importante es el diseño en sí. Todo lo demás no cuenta o, para decirlo mejor, fuera del diseño, lo demás es accesorio.

Otro punto de comparación lo encontramos en el número de prendas mostradas. Por su reducido número, en lo que atañe a Balenciaga, casi nos las podemos aprender de memoria, en tanto que en determinadas fases de la exposición de Armani existe tan enorme acumulación de modelos que raya con el amontonamiento. Que se sepa, no ha llegado todavía el momento en que la cantidad consiga alzarse sobre la calidad.

Mas dejemos ya el capítulo de las comparaciones, para detenerrnos en la muestra del Kursaal. Es obligado hablar de un aspecto de suma importancia, como es el de la intimidad. Las prendas exhibidas son propiedad de personas y familias concretas. Es decir, fueron usadas por seres con nombres y apellidos, que las conservan como oro en paño y que las han cedido para esta ocasión. Es verdad que la mayoría de ellas se han sacado de la Fundación Cristóbal Balenciaga y de la colección de Hubert de Givenchy (actual presidente de la citada fundación); sin embargo, el resto proviene de personas particulares. He ahí algunos nombres: Ana Alonso Letamendía, María Elena Arizmendi, Sonsoles Díez de Rivera, familia Esparza, Marquesa de Casa Riera, marquesa de Llanzol, familia Aguirre González, Maite Kutz, familia Labaien o marquesa de Cuevas, entre otros.

En cuanto a los años en que son firmados los diseños, el recorrido es harto amplio. El primero data de 1912, realizado por Balenciaga cuando contaba 17 años. Los demás se emplazan en las décadas posteriores, para finalizar en los años los sesenta.

Puestos a juguetear con el mundo de los años precedentes y rozar con ello la historia del diseño y los sentimientos, nada nos impide imaginar que Balenciaga -residente en París durante muchos años- fuera lector de Jules Renard, y muy en especial de su formidable Diario íntimo. En ese libro cuenta Renard que la cantante Georgette Leblanc -famosa a finales del siglo pasado- aseguraba que los hombres tenían el derecho a presentarse como quisieran, pero que la mujer tenía el derecho a ponerse lo más bella posible. Leyera o no a Jules Renard, Balenciaga se constituyó en paladín de aquellas envolturas que podían hacer a las mujeres más bellas. Y fueron tan grandes sus logros que, Christian Dior, sumo sacerdote de la moda, llegó a decir de Balenciaga: 'Él es el maestro de todos nosotros'.

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