Euros y zurcidos
Tengo la impresión de que la llegada del euro -dentro de cuatro meses- se parece algo al fin del mundo: todos sabemos que un día terminará, pero nos es imposible imaginarlo y ni siquiera nos tomamos la molestia de hacerlo. Todas las campañas divulgativas encaminadas a ese fin han sido poco convincentes, como si se tratara de algo que, en realidad, no va a ocurrir o está fuera de nuestra capacidad de comprensión. Según aquel imaginativo camelista que fue Nostradamus, el Anticristo lo tenemos a la vuelta de la esquina y no conozco a una sola persona inquieta por esa circunstancia. Incluso puede que ya apareciera por televisión y hayamos cambiado todos de canal. Esto produciría un déficit en el share o índice de audiencia y los programadores lo han eliminado sin contemplaciones.
Únicamente algo nos está previniendo del ineludible acontecimiento: el alza incesante de los precios en las pequeñas cosas. De mis años infantiles queda el recuerdo de aquellas tiendas que todo lo vendían a cinco pesetas. Hoy existen bajo el contemporizador señuelo de 'Todo a 100... y más', porque la pieza de cien pesetas, que va a desaparecer, se había convertido en la unidad de referencia. Ya no quedan las de peseta, que parecían confetis, y he visto, más de una vez, que caía al suelo una de cinco pesetas y no merecía el esfuerzo de inclinarse para recogerla.
La expresión 'usar y tirar' apenas tiene 50 años y, en sus primeros momentos, escandalizaba a la gente ahorradora. Hoy sería difícil hacer comprensible que se enviaran los zapatos a ponerles medias suelas, aunque me consta que se hace prácticamente en la clandestinidad. De las viejas mercerías ha desaparecido el reclamo 'Se cogen puntos a las medias' porque, en primer lugar, las medias, en su versión original, están desapareciendo, sustituidas por los panties. Ahora sólo se ven medias en las películas con escenas eróticas y las generaciones presentes y venideras no saben lo que se han perdido. Ni siquiera esos mendigos -o lo que sean- que duermen a pierna suelta a las once de la mañana en la Gran Vía, o en cualquier vía pública transitada, llevan remiendos o parches en sus ropas, evidentemente arrugadas. A propósito de este inciso, no encuentro explicación a que junto a estas personas duerman, también profundamente, sus perros, criaturas que creíamos vigilantes y desconfiadas.
La moneda tradicional se ha devaluado nominalmente fente al euro y me temo que el topetazo con la realidad va a ser mayúsculo. Volver al céntimo tendrá un precio de desconcierto al que, sin duda, nos habituaremos, no sin reprochar a los geniales inventores de la valuta única que hayan despreciado el sistema decimal, en cuanto a las equivalencias, aunque subsista en su manejo.
Cuando regresemos a las modestas denominaciones, ¿volverán los oficios desaparecidos? El otro día le hice un siete a un pantalón, lo que oscila entre el drama y la contrariedad. Ya no está uno para desechar nada y menos cuando se trata del pantalón de un traje completo, de los pocos que me quedan y todavía me sirven. Además, el pequeño desgarrón no estaba en lugar visible. Sé que hay establecimientos que se dedican al arreglo de ropas, estirando dobladillos y ensanchando cinturas, pero el percance me ocurrió en uno de los últimos días de julio y el único abierto -de los cuatro o cinco de mi barrio- sólo aceptaba encargos para después de septiembre. En mi fuero interno sospecho que estas reparaciones se hacen en oscuros talleres que huyen de la publicidad. 'Es cosa de la zurcidora'.
'¿Conoce usted a alguna?'
'La que nos trabaja de vez en cuando tomó las vacaciones el día 15, y no vuelve hasta mediados de septiembre'.
En dos tintorerías y tres mercerías aseguraron conocer a este tipo de habilidosas artesanas, pero ninguna se hallaba en la capital. Quizás el clima seco sea pernicioso para las costureras, o sus ingresos son tan saneados que les permiten un par de meses de asueto, de lo que me alegro mucho. O si, por el contrario, faltas de tarea en época estival se repliegan al lugar de origen.
Extremadamente difícil encontrar un persianista, un afinador de pianos, un fontanero, cualquier persona experta en menesteres cuya necesidad se suele hacer imperiosa en estas épocas. ¿Será posible que la llegada del euro aflore el universo de los menestrales y especialistas, cuyas minutas se estaban pareciendo a las que los abogados americanos presentan a los condenados a muerte o a los grandes capos de la Mafia? Siempre resultará más aceptable que nos cobren 15 euros por un roto en el fondillo de los calzones, que 2.496 pesetas, su equivalente.
Si tuviese muchos años menos, intentaría casarme con una de esas raras y admirables mujeres. No para que me remiende los trajes o vivir a su costa. Simplemente, para presumir. Yo le llevaría las cuentas, si llegara a comprenderlas.
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