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Reportaje:ZARAGOZA, MARGEN IZQUIERDA DEL RÍO | VIAJE POR EL EBRO (16)

1 DEL 61

La Nochevieja de 1960, el Ebro se desbordó por última vez hasta el momento. La riada era un monótono rito del periodismo de entonces. Aún no se habían construido los grandes pantanos. Lo recuerda un veterano reportero

Alfonso Zapater llegará al Gran Hotel a la hora del aperitivo. El momento y el lugar son los adecuados. El Gran Hotel lleva décadas siendo uno de los lugares más sensibles de Zaragoza. Una idea de su sensibilidad la da la placa de la habitación 101, que recuerda que albergó al rey de España mientras se formaba en la Academia Militar. Otra, el hecho de que en octubre de 1930 se fundara aquí el GATEPAC, es decir, la inclusión de la arquitectura española en el movimiento moderno. De esta circunstancia, el viajero no ha visto ningún recuerdo, pero eso no quiere decir que no lo haya o pueda llegar a haberlo. Y si Zapater debe llegar al aperitivo es porque no hubo mejor hora para el periodismo. Ahora no. Ahora ya ha desaparecido el aperitivo.

Ahí está. Cerca de 70 años. Todavía con un rostro convincente. Escribe en Heraldo unos textos melancólicos sobre sí mismo, la ciudad y su oficio. Este hombre fue un héroe en los sesenta. Las gentes del río lo recuerdan con agradecimiento y respeto. Va a explicar por qué.

- ¿Vino?

- Tinto.

La Nochevieja de 1960, el Ebro desbordó todos los caminos y todas las memorias. No ha vuelto a suceder nada como aquello. El 1 del 61 por la mañana, Zapater cogió su Dauphine y embarcó con el fotógrafo Luis Mompel y escribió día y noche lo que vio. La riada era, entonces, uno de esos monótonos ritos repetidos del periodismo, como lo son ahora los bosques incendiados. Los grandes pantanos del Ebro aún no se habían construido y las posibilidades de control de las avenidas eran mucho menores. Es incierto que lloviera más que hoy; pero no hay duda de que hacía más daño.

El periodismo de la dictadura tenía en esos dramas una prueba muy difícil. No siempre la resolvía mal y con sometimiento. Zapater, uno entre tantos, llegaba a los pueblos -y era el Dauphine mitológico el que a veces trazaba el camino-, contaba muertos, heridos, casas derrumbadas, hectáreas inundadas y lo explicaba con una prosa interrumpida, a veces retórica, a veces de una estupenda sobriedad, pero demostrando siempre que por aquella prosa había pasado un hombre. El 1 de enero de 1961 España estaba gobernada por una dictadura implacable, pero en la crónica de una riada feroz, en un viejo y controlado periódico de provincias, un campesino desmoralizado describía para el periodista Moncho Goicoechea el rostro impasible y eterno del poder: 'Ya pueden pedir ustedes ayuda para nosotros. Pero que no vayan a hacer como otro año. Vinieron unos señores a ver los daños y lo primero que preguntaron fue que cuántos muertos había habido'. Unos señores que vienen a evaluar los destrozos y preguntan por los muertos. No ha habido muertos, sólo hay ruina: casas destruidas y cultivos inservibles. Pero el poder llega, preparando el regateo. Es falso e injusto decir que en esos periódicos sólo hay comunicados de Gobierno Civil.

El viajero debe reconocer, no obstante, que siente una atracción fatal por ese tiempo y esos cronistas. Zapater está explicando ahora los días de Fayón, el pueblo inundado por los pantanos hidroeléctricos: él siguió aquello con la obsesión que caracteriza a los de su raza y empezó a convertirse en un problema para las autoridades. El viajero piensa que esa atracción fatal es sobre todo lingüística.

'Un día me iba ya de Fayón cuando al ir a coger el coche se me acercaron dos de la Enher, que conocía.

- Pero usted cómo va con ese coche -me dice uno.

- Porque no puedo comprarme otro -le contesté.

- Será porque no quiere, -me dijo él, mientras se me insinuaba con un poco de desprecio'.

Zapater acepta otro vino y explica los problemas que tuvo con gobernadores civiles y cómo pasó un mes en la quinta galería de Carabanchel pagando por un artículo. La historia de Carabanchel, según la cuenta, es extremadamente curiosa. Escribió el artículo, lo metieron en la cárcel y al mes lo sacaron: rápido y sin problemas de tipo burocrático, judicial, esos líos. El viajero le pregunta luego si las autoridades franquistas reaccionaban con rapidez y eficacia ante las riadas, y saca una frase seca, como de revés.

- Sí, en general eran rápidos ante las catástrofes. Tenían el prurito del tirano.

En las riberas del Ebro que conoció Zapater, en los días del Dauphine, las gentes gritaban lo mismo que en tiempos de Joaquín Costa, '¡Regulación, regulación!', es decir, '¡Pantanos, pantanos!', es decir, lo contrario de lo que gritan ahora. El viajero tiene a mano datos que prueban hasta qué punto el Ebro es un río especialmente desconcertante. En el año hidrológico de 1959-1960 bajaron por su cauce 28.875 hectómetros cúbicos. En el de 1989-1990, 4.283. Tal vez esas cifras cambiantes contribuyan también a explicar los cambios en el punto de vista de sus ribereños. Un río así reclama la intervención del hombre. Y esa intervención se ha producido en cuanto el hombre ha sido técnicamente capaz de hacerlo. Pero cualquier acción del hombre provoca inmediatamente la contraria en otro hombre. Una de las ventajas de la naturaleza es que no discute: por eso el ecologismo siempre tiene razón. La riada de 1961 fue la última, hablando en términos épicos. Por el momento. Porque ningún ingeniero asegura que el río más o menos dominado de hoy fuese capaz de razonar con una turba de agua como la que se desató en aquella Nochevieja.

El viajero ve marchar a Zapater, que ha alegado gente esperándole. Llama al camarero y pide una copa más de vino. Ya no sabe dónde colocarla, en que retórica, pero la hora del aperitivo tiene los minutos que le ponga cada uno. Brinda silenciosamente por Zapater. Estuvieron realmente con el agua al cuello, el río y el periodismo.

El Ebro, visto desde la margen izquierda, a su paso por Zaragoza.
El Ebro, visto desde la margen izquierda, a su paso por Zaragoza.JESÚS CÍSCAR

De tapas en Zaragoza

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