La selva de la Salve
Con la víspera del Día Grande, llega la Salve y con ella, poco menos que el escándalo. Las fiestas de Donosti no lo serían tanto si no estuvieran bañadas en polémica porque no habrá ciudad en el mundo a la que le gusta más enredarse en discusiones y, claro, no se iba a dejar de discutir en el momento en que la ciudad se quiere más ciudad y se siente más suya. Por otra parte, discutir en sí no es malo, como mucho podrá ser... discutible. Habrá sin duda quien prefiera que, puesto que estamos de fiesta, se discuta sólo de cosas de fiesta, como la calidad de las bombas japonesas de los chinos o la altura del vuelo que trae este año El cóndor pasa, pero el simple hecho de discutir no propicia dinámicas de tensionamiento, dicho sea con palabras de quienes no discuten nunca porque sólo ven en el contrario un enemigo a silenciar.
Lo que nos lleva a la Salve, ya que hay una parte de la opinión que cree que suprimir la comitiva de autoridades de la Salve equivale a dejar la calle en manos de quienes más que tensionar destruyen -todavía flota en el aire el autobús quemado que lanzaron al encuentro del cañonazo- y que ya sólo por eso, por no hacer más dejaciones, habría que ocuparla con comitivas, autoridades e incluso salvas. Hay otros, en cambio, que por tener la fiesta en paz, hilan menos fino sobre la propiedad de aceras y adoquines creyendo fervientemente que un poco menos de autoridad y comitiva en las calles podría resultar hasta ecológico. Y ahí interviene Don Odón, nuestro Odón, descolgándose con un paraguas en la mano como si se hubiera equivocado de fiestas, porque entra en el debate como si fuera otro debate y, así, dejando de lado cosas tan peregrinas como la calle, las comitivas y las autoridades, se saca el argumento de que no convoca el paseíllo consistorial porque carece de valor y tradición.
Y es un mal argumento o, como quien dice un mal paraguas, porque menos tradición tiene -lo del valor dejémoslo- el cañonazo de apertura, que va por su novena edición, y ahí sigue atronando el aire txuriurdiñ. Pero es que la Salve propiamente dicha tampoco es que date de tiempos inmemoriales pues en su formato actual no es anterior a Olaizola, que fue quien le puso en 1965 la música que hoy canta el Orfeón.
Respecto al valor, Odón se muestra muy injusto consigo mismo pues la ciudadanía le reconoce el mucho que tuvo cuando se enfrentó a los apedreadores de comitivas de la Salve. En fin, que se podría decir que no va por ahí la cosa. Pero, vaya por donde vaya, no es menos cierto que tiene difícil arreglo como todas cuantas dividen en dos a la pobla-ción. Así que sería bueno que, de entrada, se abstuviesen los vendedores de soluciones mágicas, porque no las hay. Podrá haberlas drásticas, como quitar la Salve y las calles o, por el contrario, ponerles escudo y armadura, pero habría que discutirlo antes, mucho antes. Claro que es muy donostiarra acordarse de la Salve cuando truena. Y muy humano, procurar no mojarse cuando llueve. A menos que sea al revés.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.