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Columna
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¿Nazis o talibanes?

Dos especialistas en fertilidad, Severino Antinori y Panayiotis Zavos, han anunciado que están dispuestos a superar todos los obstáculos éticos y científicos con el fin de clonar un humano antes de finales de año. Diversos expertos en clonacion, entre ellos Ian Wilmut, el padre de la oveja Dolly, han advertido de que la inmensa mayoría de los embriones mueren antes del nacimiento y que los que nacen tienen muchas más posibilidades de padecer enfermedades graves y morir pronto que de ser sanos. En cuanto a las críticas éticas, la Iglesia católica ha comparado la clonación de seres humanos con la pesadilla nazi de crear una raza perfecta. Por su parte, Antinori ha descalificado a sus críticos calificándoles de talibanes. ¿De verdad estamos condenados a ser, en estos temas, nazis o talibanes?

Siguiendo a Hans Jonas, todas las éticas habidas hasta ahora compartían, al menos tácitamente, las siguientes premisas conectadas entre sí: a) la condición humana, resultante de la naturaleza del hombre y de las cosas, permanece en lo fundamental fija de una vez para siempre; b) sobre esta base es posible determinar con claridad y sin dificultades el bien humano; c) el alcance de la acción humana y, por ende, de la responsabilidad humana está estrictamente delimitado. Estas premisas ya no son válidas, desde el momento en que ciertos desarrollos de nuestro poder, ciertas nuevas capacidades relacionadas con la evolución de la técnica moderna, han modificado sustancialmente el carácter de la acción humana. En particular, Jonas destaca que 'la limitación a la proximidad espacial y a la contemporaneidad ha desaparecido arrastrada por el ensanchamiento espacial y la dilatación temporal de las series causales que la praxis técnica pone en marcha incluso para fines cercanos'.

Se trata del conocido efecto mariposa (resumido popularmente por esa frase que dice que el aleteo de una mariposa en China puede provocar un terremoto en Japón), que tiene su expresión científica en la denominada dependencia sensitiva de las condiciones iniciales (un suceso aparentemente insignificante puede desencadenar una serie de cambios cuyo impacto acumulativo sea enorme).

No se trata de prohibir la innovación. Pero, ¿es imprescindible aplicar de inmediato cualquier innovación? En la actualidad, comprobamos cómo se rompe la secuencia tradicional que va del laboratorio a la aplicación, de modo que es la comprobación la que sucede a la aplicación. 'Mediante la anticipación de la aplicación, previamente a haber investigado por completo la aplicación misma, la propia ciencia ha derribado las fronteras entre laboratorio y sociedad' (Beck).

Esta situación genera, en la práctica, una quiebra de la democracia: mientras que en el campo de la política antes de tomar una decisión hay que someterse a un complejo y prolongado proceso de deliberación, discusión y aprobación, los técnicos pueden proceder a aplicar sus descubrimientos de manera directa embarcando a toda la sociedad en una política de hechos consumados. En esta nueva situación el incremento de nuestro poder de intervención técnica debe llevar aparejado un nuevo sentimiento de humildad.

Entonces, ¿qué hacer? No es fácil encontrar una respuesta satisfactoria. Sólo podemos, como hace Roger Shattuck, tener siempre presente que el Doctor Fausto puede metamorfosearse muy fácilmente en Doctor Frankenstein. De lo que se trata es de superar una cultura que se concebía a sí misma como parte de una dinámica de desarrollo ilimitado para fundar una cultura que sea capaz de pensar en sí misma y en su posible cambio, en presencia de los límites. Límites físicos, ecológicos, en primer lugar, pero también límites antropológicos, pues los límites materiales con que nos topamos constituyen el índice y la figura de otro límite: nuestra propia condición de criaturas ligadas a la creación.

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