EL ESTRECHO, EN DOS VELOCIDADES
El autor emprende un viaje en autobús que le llevará, en cuatro entregas, desde Tánger a Estambul. En el 'ferry' del Estrecho se topa con una peculiar abuela bereber, capaz de llegar 20 minutos antes a todas partes
Lo que aquí sigue es un viaje por Europa en autobús. Saliendo de África y llegando a Turquía, que es Europa según la UEFA, pero no según la UE. Se trata de llegar al corazón de Europa como llegan los africanos y salir de ella como salen los turcos. O, simplemente, se trata de viajar por Europa en autobús. Todo el mundo ha viajado en autobús por Europa. Lo ha hecho, como mínimo, en la juventud, con mochila y con granos, en plena época del grano. Es decir, cuando uno iba, ejem, al grano. En esta ocasión, el viaje lo realiza un pollo a quien la juventud 0.0 le empieza a quedar lejana. Es decir, se le ha roto el corazón y la cuenta corriente varias veces y empieza a ignorar cuál es el grano de las cosas. Quizás, el grano de las cosas sean cosas tan tontas como viajar en autobús o en avión. Dos realidades / dos tipos de pasajeros que nunca se encuentran. O, en todo caso, en un autobús encuentras cosas que no existen en los aviones. Verbigracia: en un Greyhound repleto de negros -en los autobuses USA sólo viajan negros- vi hace la tira un hombre y una mujer haciendo el amor. Lo hacían de una forma triste, silenciosa y sin pitote, que yo hasta entonces ignoraba. De lo que se deduce que quien viaja en autobús transporta por el mismo precio una negritud -aquella palabra que se inventaron los poetas africanos para hablar de ellos mismos-, una carnalidad y una tristeza opuestas a las de las chicas de los aeropuertos. Al menos en los USA. ¿Cómo diablos debe de ser Europa desde un autobús? ¿Viajan sólo negros? ¿De qué colores son los negros europeos? Ni idea. No se vayan, amiguitos.
Viejos y jóvenes son dos estados de la maleta y del ánimo diferentes ante la emigración. Uno ya tiene su maleta en otro país
- Mientras, en Tánger EL viaje empieza en Tánger, desde donde les saludo. Hola. Tánger es una ciudad al lado de la mar salada. En la playa de Tánger hay algún dromedario. Parece un exotismo hasta que recuerdas que en la playa de mi ciudad también hay algún camello. La mar salada consiste en una ola y luego otra. Eso oxida los metales, de manera que la ciudad está oxidada. Como pasaba en todo el Mediterráneo antes de que el Club Mediterranée reinventara el Mediterráneo. Al caer la tarde, los hombres van a ver la mar, durante horas. Tantas que intuyes que tienen algo oxidado en su interior. Por la calle ves tipos sinceramente oxidados y tipos sinceramente pletóricos. Dos actitudes diferentes ante el mismo mar, que uno ve incluso en ciudades sin mar. A las mujeres a veces no le ves la actitud, es decir, la cara. Tienden a avanzar con la cara tapada en diversos grados. Las señoritas, en general, tienden a ir vestidas con prendas en las que podrían caber otras cinco señoritas. En Occidente, las señoritas suelen vestir con prendas en las que, precariamente, cabe una. Lo cual indica que el mundo obliga a vestir a sus mujeres en recipientes en los que, de una forma u otra, no caben. La actitud / la cara más visible de la ciudad es, no obstante, la del rey. Su retrato está colgado en todos los locales. Lo que pasa es que no se aclaran, y unos ponen al rey muerto y otros al rey vivo. O igual es que se aclaran y da igual un rey que otro. En otro orden de cosas, en Tánger no hay estación de autobús.
- Una frontera, una colleja O, al menos, esa es la conclusión que he sacado tras buscar una estación de autobuses durante varias horas. Por aclamación -todo el mundo al que pregunto, se exclama- acabo en el puerto. Por lo visto, mi autobús es un ferry. En todo caso, mi autobús o mi ferry debería haber salido hace tres horas, que he empleado en observar el paisanaje. Paisanaje: a) chicos listos que escriben papeles oficiales de frontera a analfabetos y toman el pelo a despistados, momento en el que uno comprende que un despistado es un analfabeto momentáneo; b) señores y señoras asustados con un pasaporte en la mano y, dentro del pasaporte, cinco dólares para el poli que abra el pasaporte -nota coreográfica: la autoridad competente contempla los cinco dólares sin inmutarse, como si miraran un informe de Gescartera-; c) polis tras una ventanilla que asustan a los del pasaporte -bú-; d) niños vestidos como El Vaquilla en sus glory days, que intentan colarse en cualquier objeto que va pasando el control hacia el ferry. Se apelotonan contra una valla aneja al tinglado portuario y hacen planes de futuro señalando objetos con la mano en los que podrían caber. De pronto llega un poli por detrás, les pega una colleja y se disuelven. Con el paso de las horas, los niños se van excitando más, y los polis, pues también, de manera que las collejas empiezan a ser de concurso. Hacia el final de la tarde, un poli esteta practica una colleja que, en un mundial de collejas, hubiera merecido seis dieces.
- Un cuerpo es un mapa Van llegando mis compañeros de autobús. Son marroquíes residentes en España. Han venido a ver a mamá. La han visto y ahora se van pitando a ver todo lo contrario. Las mujeres mayores van vestidas de señora que lleva traje donde caben cinco señoras. Algunas han venido a una boda. Traen las manos pintadas de gena. Las que hace mucho tiempo que se las pintaron, parece que acaban de petrolear la moto. Las jóvenes van vestidas de señorita que se sale de la ropa. Llevan el pelo teñido. Los chicos que se quieren colar en el ferry las miran como todo el mundo en el Sur cuando mira una rubia. La sensación es que miran esos cuerpos como el mapa del país al que sueñan con ir. De hecho, un cuerpo es un mapa. La indiferencia que gastan ellas es, en cierta manera, otra suerte de colleja. En eso, se abre la ventanilla de mi compañía de autobuses.
- El autobús Media hora después, los señores de la ventanilla nos atienden. Para ese momento ya nos estamos estrangulando todos los clientes. La primera en colarse y acceder a la ventanilla es, empero, una superabuela bereber, capaz de arrastrar una maleta que hace ocho como ella y, a la vez, hacerte la pirula. Con 20 minutos de retraso con respecto a la superabuela, accedo con el pelotón a las instalaciones portuarias con mi billete en regla. Pero aún tenemos que esperar un par de horas hasta que la poli abra su ventanilla. Empleo ese par de horas en ver cómo un poli, que hoy se ha levantado inspirado, disuelve con la mirada concentraciones de niños apoyados en la valla del puerto. Debe de haber pegado tantas collejas que su mirada ya es una colleja. El espectáculo parece la versión infantil de El expreso de medianoche. Bueno. La poli de fronteras abre su chiringuito. Se forman dos colas. Una de jóvenes emigrantes -vestidos en plan tipo/a con ganas de liarla; vestidos como un concursante de Gran Hermano planetario- y otra de emigrantes viejos -encabezados por la superabuela, esa gran ideóloga- vestidos de coros y danzas marroquíes. Los viejos, siguiendo la tendencia de la superabuela, van cargados de maletas descomunales, que no dejan de vigilar por si viene Schwarzenegger y se las lleva. Los jóvenes no llevan grandes maletas. Viejos y jóvenes son dos estados de la maleta y del ánimo diferentes ante la emigración. Un estado de ánimo ya tiene su gran maleta en otro país. La fila de los jóvenes va a toda leche. La de los viejos, no. Novedad del día: un poli ocurrente ha decidido que hoy los marroquíes que salen de Marruecos, además de su pasaporte, deben llevar su documento de identidad. Muchos no lo traen. Para pasar el control se humillan hasta que el poli tiene suficiente. Generalmente tiene suficiente con cinco minutos. Cuando pasamos el control se nos almacena en otra sala otra hora. Finalmente se nos deja acceder al ferry. Pero antes debemos pasar de uno en uno ante el megapolicía marroquí, un tipo que compara la foto de tu pasaporte con la cara que tienes. Por cierto, esa foto, no sé por qué, nunca se te parece. A estas alturas de su vida, el megapolicía debe de conocer a todo Marruecos de vista. Cuando me toca a mí me mira tanto que al final, humm, su cara me suena.
En el capítulo de mañana el autor cambia de continente, e inexplicablemente, a pesar de ir en el mismo buque que la superabuela, ella llega 20 minutos antes.
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