CÓMO Y CUÁNDO CAYÓ BELCHITE
Las ruinas son hijas del abandono, no de las bombas. La destrucción del pueblo antiguo comenzó en el traslado
Belchite huele más a mierda que a guerra. Tal vez se deba a la lluvia, tan poco habitual aquí, que cayó esta tarde con furia de verano y abrió el suelo hasta las vetas más bajas. El rótulo del pueblo está acribillado. A perdigonazos. La soledad es absoluta y el viajero ha de entenderse con pocas palabras: apenas cuatro indicaciones para el convento o la iglesia de San Martín. Las casas eran de barro -múdejar- y las ruinas son de barro podrido. Aunque la luz de un cielo de verano, cuando declina y hace poco que paró la lluvia, sublima cualquier circunstancia. 'El crepúsculo lo ennoblece todo', escribió Pla.
El viajero sabe que el asedio de Belchite duró 12 días. Unos 2.000 rebeldes, apoyados por su aviación, resistieron el ataque republicano. La ofensiva era el eje de una operación dirigida por el general Pozas sobre la margen derecha del Ebro, cuyo objetivo final era la conquista de Zaragoza. El 6 de septiembre de 1937, los republicanos entraron finalmente en el pueblo. Con ellos iba la Pasionaria: la toma de Belchite debía ser un símbolo de la recuperación bélica republicana. El símbolo se mantuvo hasta el 10 de marzo de 1938, cuando los rebeldes, sin demasiada oposición, volvieron a conquistarla. Zaragoza no cayó nunca a manos republicanas. 'El destinar demasiado tiempo y esfuerzo para posiciones menores como Belchite había resultado muy perjudicial para la operación', escribe Eladi Romero en sus Itinerarios... Los errores de los perdedores son siempre grotescos.
Ningún dato de esta historia puede encontrarse en el lugar de los hechos. El viajero no lo lamenta. Tal vez el tratamiento que convenga a un lugar como éste sea la total ausencia de prosa turística. Ninguna otra baliza más que las que uno traiga. Las únicas frases que el viajero encuentra están pintadas a brochazos en la puerta de la iglesia: 'Pueblo de Belchite, / ya no te rondarán los zagales, / ya no se escucharán las jotas / que cantaban los mayores'. Tan verdadero como el 'ponga su nombre aquí' de los carteles de toros. El viajero acorta el paseo que había previsto. El estado de algunas casas es alarmante, ha llovido y la circunstancia no es irrelevante en unas ruinas que apuntala el secano. Además, se ha levantado viento. Y la noche, con sus misterios, se cierne poderosa.
Cerca ya del coche, se cruza con un hombre que lleva una azada. Los dos se paran.
-Qué...
-Ya ve...
-Bien...
-Bien está...
-¿A cavar?
-A cavar.
-Hay poca luz.
-Menos la habrá.
-Bueno.
-Bueno, bueno.
-Qué tremendo, ¿no? -dice el viajero señalando las ruinas.
-Tremendo y guarro.
El viajero se quedó sin saber qué decir durante unos segundos, dado el carácter resolutivo de aquel hombre y el hecho de que confirmara abruptamente la primera sensación que tuvo al entrar al pueblo, y que no había dudado en calificar de poética. El hombre tenía prisa para llegar a su huerto con algo de luz, aunque pudo aclarar al viajero que las ruinas que había visto eran obra del abandono y no de las bombas. 'La sangre todo lo ennoblece', escribió Camba.
Pocos meses después de acabada la guerra, el general Franco concedió a Belchite los títulos de Leal, Noble y Heroica. E hizo del pueblo y de su resistencia ante el acoso republicano un ejemplo permanente. El pueblo nuevo de Belchite lo inauguró el propio Franco, en 1954, 15 años después del fin de la guerra. El viajero se pregunta dónde vivieron entretanto. Conduce hacia Zaragoza preguntándoselo al hombre de la azada, que debe de estar volviendo de su huerto.
En el Gran Hotel de Zaragoza hace una temperatura de enero. Es el tipo de verano que gusta a la gente. El viajero abre de par en par las ventanas de su habitación para conseguir algo de calor. Se acerca el teléfono y marca el número de Labordeta. 'Arremójate la tripa...', va tarareando con cariño y sin cinismo. El padre del cantante era de Belchite.
Franco mandó llamar a la élite belchitana y dijo que iba a premiarles. Y que podían elegir el premio: o subirles el Ebro o un pueblo nuevo. Eligieron el pueblo. Hay una interpretación de por qué lo eligieron: la propiedad estaba muy repartida en el pueblo y, si la tierra se ponía a rendir, acabaría por no haber mano de obra. Los presos construyeron el pueblo nuevo. Hasta que estuvo listo, a mediados de los cincuenta, la gente siguió viviendo en el viejo: había sufrido la guerra, pero era perfectamente habitable. Por eso, Franco les dio a elegir. La noche de fin de año de 1954, o quizá fuera de 1955, tuvo lugar allí un suceso memorable: un chaval de 20 años, uno de los Labordeta, José Antonio, cantó por vez primera en público. Fue en el viejo café, interpretando la melodía de Solo ante el peligro. Aún recuerda vivamente que cuando acabó se le acercó uno de allí y le advirtió: 'Chaval, no vuelvas a cantar que es cosa de maricones'. La destrucción del antiguo Belchite comenzó a partir del traslado. Es la gente la que sujeta las casas. Pero es que, además, en el pueblo nuevo no habían previsto lugar para los animales. Los de Belchite bajaban a donde vivieron, entraban en lo que fue suyo y se llevaban vigas, maderas, cañizos, y es así como construyeron las cuadras y la leyenda.
El viajero sale a cenar a las once en punto de la noche.
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