_
_
_
_
SEMANA GRANDE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Artillero dale juego...

Sí, a veces ocurre que el fuego es juego y la pólvora, polvorón, o sea pasta festiva. ¿De qué otra cosa podría estar hecho, si no, el zambombazo que a las siete de la tarde abrirá la Aste Semana Nagusi Grande? Como quiere la costumbre, habrá un castillete de cartón piedra, unos artilleros muy en su papel de militarotes de rumbo y pega amén del cañoncillo que dispara un aro de humo atronador que pasa rozando las melenas de los tamarindos y se funde como un donut en el café con leche del cielo. La estampa resulta calcada de aquella de la película Mary Poppins cuando el puntualísimo y marinero capitán de su azotea ordenaba se diera la hora con el cañón para espanto y tembleque de sus vecinos. Poco después de esfumarse los gases explosivos, sobrevenía la propia y simpar Mary Poppins pedaleando en su bici aérea. Aquí nos tenemos que conformar con globos, una suelta de globos azules y blancos que ha venido a sustituir ventajosamente a la otrora terrorífica traca para que todo resulte supercalifragilístico.

Sin embargo, la cosa ha estado a punto de irse al garete. Rumores muy bien fundados se han hecho eco de un intento del mismísimo cuatrero Bush -cowboy de vacas hormonadas y señor del efecto invernadero- para incluir el prestigiosísimo cañón donostiarra en su escudo antimisiles. Enterado Putin de que le iban a dar guerra de las galaxias sin comérselo ni bebérselo -no es Yeltsin- se ha metido en la puja ofreciendo un submarino atómico a cambio del shélebre cañón con el argumento de que al ser Donosti ciudad de mar le cumple mejor pegar salvas desde el agua. Y no le falta razón, sólo que con las ínfulas de Disneylandia que la ciudad tiene parece que gustaba más la opción Star Treck. De hecho, ya se estaba barajando cambiar la pólvora por los rayos láser, y la guardarropía decimonónica por los metales robó-ticos y el teflón astronauta. Pero, al final, se ha impuesto la sensatez. ¿Dónde podría servir mejor un paraguas antimisiles si no es en una ciudad tan lluviosa?

El cañonazo inaugurador podrá, pues, llevarse a cabo aunque no de cualquier forma, sino de la más florida que quepa porque en el colmo de lo que ahora se llama con tanta prosopopeya mestizaje se hallarán cercanos a la mecha los tamborreros mayores de la Tamborrada fundiéndose así en una las dos fiestas grandes. Ahí van a ser nada las casacas, los morriones y los palos de dirigir, ahí las recias gargantas cantando el Tatiago, digo, lo del dale fuego que se casa el pastelero. Hombre, siempre cabe la posibilidad de que movidos por el entusiasmo los simpares tamborreros lancen sus palos mayores al aire y pinchen los globos, pero no será grave porque el cielo se pintará de gildas blanquiazules, que constituyen otra seña de identidad. Y buena falta nos hacen, porque ahora no somos singulares, sino plurales y, ya se sabe, eso exige mucha seña, como el mus. De ahí que el pastelero, harto de tanto artillero, se vaya a buscar las suyas con Mary Poppins. A menos que sea también con Marijaia, cualquiera sabe. La pluralidad es lo que tiene, le llena a uno de eses. Y esas.Sí, a veces ocurre que el fuego es juego y la pólvora, polvorón, o sea pasta festiva. ¿De qué otra cosa podría estar hecho, si no, el zambombazo que a las siete de la tarde abrirá la Aste Semana Nagusi Grande? Como quiere la costumbre, habrá un castillete de cartón piedra, unos artilleros muy en su papel de militarotes de rumbo y pega amén del cañoncillo que dispara un aro de humo atronador que pasa rozando las melenas de los tamarindos y se funde como un donut en el café con leche del cielo. La estampa resulta calcada de aquella de la película Mary Poppins cuando el puntualísimo y marinero capitán de su azotea ordenaba se diera la hora con el cañón para espanto y tembleque de sus vecinos. Poco después de esfumarse los gases explosivos, sobrevenía la propia y simpar Mary Poppins pedaleando en su bici aérea. Aquí nos tenemos que conformar con globos, una suelta de globos azules y blancos que ha venido a sustituir ventajosamente a la otrora terrorífica traca para que todo resulte supercalifragilístico.

Sin embargo, la cosa ha estado a punto de irse al garete. Rumores muy bien fundados se han hecho eco de un intento del mismísimo cuatrero Bush -cowboy de vacas hormonadas y señor del efecto invernadero- para incluir el prestigiosísimo cañón donostiarra en su escudo antimisiles. Enterado Putin de que le iban a dar guerra de las galaxias sin comérselo ni bebérselo -no es Yeltsin- se ha metido en la puja ofreciendo un submarino atómico a cambio del shélebre cañón con el argumento de que al ser Donosti ciudad de mar le cumple mejor pegar salvas desde el agua. Y no le falta razón, sólo que con las ínfulas de Disneylandia que la ciudad tiene parece que gustaba más la opción Star Treck. De hecho, ya se estaba barajando cambiar la pólvora por los rayos láser, y la guardarropía decimonónica por los metales robó-ticos y el teflón astronauta. Pero, al final, se ha impuesto la sensatez. ¿Dónde podría servir mejor un paraguas antimisiles si no es en una ciudad tan lluviosa?

El cañonazo inaugurador podrá, pues, llevarse a cabo aunque no de cualquier forma, sino de la más florida que quepa porque en el colmo de lo que ahora se llama con tanta prosopopeya mestizaje se hallarán cercanos a la mecha los tamborreros mayores de la Tamborrada fundiéndose así en una las dos fiestas grandes. Ahí van a ser nada las casacas, los morriones y los palos de dirigir, ahí las recias gargantas cantando el Tatiago, digo, lo del dale fuego que se casa el pastelero. Hombre, siempre cabe la posibilidad de que movidos por el entusiasmo los simpares tamborreros lancen sus palos mayores al aire y pinchen los globos, pero no será grave porque el cielo se pintará de gildas blanquiazules, que constituyen otra seña de identidad. Y buena falta nos hacen, porque ahora no somos singulares, sino plurales y, ya se sabe, eso exige mucha seña, como el mus. De ahí que el pastelero, harto de tanto artillero, se vaya a buscar las suyas con Mary Poppins. A menos que sea también con Marijaia, cualquiera sabe. La pluralidad es lo que tiene, le llena a uno de eses. Y esas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_