EL TURISMO CULTURAL SE DA CITA EN LA NUEVA CUEVA DE ALTAMIRA
La reproducción de la cueva de los bisontes, abierta al público el 19 de junio, recibe 2.300 visitantes diarios. El interés que ha suscitado es enorme y muchos se quedan sin poder acceder. Las entradas se pueden reservar o comprar en taquilla
Se diseñaban trajes de cuero y piel con adornos, se asaban los chuletones a la brasa o a la piedra, creaban máscaras con aire de guasa en relieve, comían marisco, se afeitaban con maquinillas de silex y se cortaban el pelo, hervían el agua con piedras al rojo vivo, tocaban la flauta, se montaban sus jolgorios... Es lo que se descubre en el nuevo museo de Altamira, cuya principal razón de ser es la reproducción de la cueva original en un complejo en el que se ha recreado milímetro a milímetro el santuario. Es la ya consagrada neocueva, que desde su inauguración el pasado 19 de julio recibe el tope de 2.300 personas diarias. Al principio se permitía la entrada a 2.500 personas, pero los responsables del complejo decidieron reducir el número para 'garantizar que los visitantes tuvieran una mayor calidad de recorrido', explica Asunción Martínez, responsable de comunicación de Altamira.
El 40% de las entradas se pueden reservar a través del Banco Santander Central Hispano y el 60% restante se venden en taquilla. 'Por las mañanas hay mucha gente haciendo cola, pero no todos pueden entrar. Las entradas se agotan pronto', dice Martínez.
Sólo 8.500 personas al año pueden entrar al habitáculo original de 270 metros cuadrados, descubierto en 1879 por Marcelino Sanz de Sautuola y su hija María. Hay tres años de cola. Pero si uno quiere saciar antes la curiosidad de ver encerrados a los bisontes y los caballos en esa sala que certificó el comienzo del genio pictórico del homo sapiens, puede hacerse una idea muy aproximada, con un margen de error inferior a un milímetro, en la neocueva de ese lugar que Rafael Alberti definió en La arboleda perdida como 'el santuario más hermoso de todo el arte español', después de su visita en 1928.
Pasados 73 años desde entonces, entra por la puerta del nuevo museo -un edificio del arquitecto Juan Navarro Baldeweg- un hombre alto de pelo blanco. Se llama Vicente Docavo Alberti y ha llegado desde Valencia con sus seis nietos, los hijos, las nueras y unos amigos. Es el sobrino del poeta y se ha fijado en la inscripción que hay en el vestíbulo de su tío Rafael. Dice que la reproducción le habría gustado.
'Mi tío amaba el arte y ésta es una reproducción muy lograda', asegura este abogado jubilado nada más salir del recinto. Dice haber visitado la cueva original cuando tenía 20 o 21 años. Algunos miembros de su familia le dan la razón y otros se muestran escépticos: 'A mí me ha parecido normal y corriente', dice una de sus hijas.
Lo que se aleja de lo normal y lo corriente es esa sensación de evolución bien digerida que sobreviene mientras se ve el museo que rodea la neocueva. Junto a los instrumentos de silex, las imágenes de caza y pesca, las pieles, las técnicas de fabricar colores, los huesos utilizados como alfileres y cuchillos, se encuentran la tecnología punta audiovisual, los dibujos animados, las pantallas de 100 herzios, el sonido dolby, las holografías, los climatizadores y los microscopios que nos acercan al pasado.
Y poco a poco, el recorrido ayuda a desmitificar muchas imágenes dadas por buenas en el cine, en la literatura, en la propia prehistoria, las de esos trogloditas que arrastraban por los pelos a sus mujeres, por lo menos en lo que se refiere a la cultura prehistórica de la cornisa franco-cantábrica.
'Esta ciencia se renueva con otras teorías con cada nuevo descubrimiento. Por eso no podemos asegurar nada al 100%, porque nuevos hallazgos lo desmienten a cada paso', cuenta Asunción Martínez, una de las 85 personas que trabajan en un complejo que ha costado 4.000 millones de pesetas y que dirige José Antonio Lasheras. Éste no quiere casi ni entrar a responder a aquellos que temen que la atracción de la neocueva la convierta más en un parque temático que en un museo. 'Altamira es un museo y sus objetivos son claros. El primero es conservar su patrimonio, después pretende fomentar la investigación de la prehistoria, y en tercer lugar se busca socializar ese conocimiento científico y hacerlo accesible al público', asegura.
De hecho es lo que siempre han tratado de hacer desde que en 1979 se creara el museo. Cuando en 1982 se decidió restringir al máximo las visitas a la cueva, en la que llegaron a entrar 177.000 personas en 1973, se empezó a pensar en la idea de la reproducción, un trabajo en el que se ha profundizado desde 1992. 'No es otro el objetivo desde el principio. Lograr que quien venga aquí se acerque a esta disciplina histórica y se adentre en ella', asegura Martínez.
La gente entra en grupos de 20 personas cada cinco minutos, y atienden durante más o menos media hora las explicaciones de alguno de los guías que se saben al dedillo la lección.
La holografía que reproduce en realidad virtual una escena doméstica impresiona a los niños. La reconstrucción de la boca de la cueva la convierte en un lugar mucho más luminoso que la original, que quedó tapada por un derrumbe parcial. Y la galería recreada con las mismas técnicas que sus genios ejecutores, con grabado y pintura hecha con carbón vegetal y ocre con agua, es la estrella. Los mismos pasos de quienes trabajaron en ella hace 14.000 años han sido seguidos ahora por Pedro Saura y Matilde Muzquiz, profesores de la Facultad de Bellas Artes de Madrid, para su clonación.
El efecto rebote
Probablemente Altamira fuera un lugar de reunión de la sociedad paleolítica. Un sitio donde se celebraron ritos, festejos... Su patrimonio excepcional, único en el mundo, y reconocido por el empeño de su descubridor Marcelino Sanz de Sautuola en demostrar que era arte rupestre, puede dar esa pista. Como también lo da las emociones que provoca en sus visitantes actuales. Así lo cuenta Marifé González, una de las trabajadoras del museo de Altamira que, en cuatro años de trabajo allí, ha vivido momentos intensos. 'He visto gente llorando de emoción en la cueva original', asegura. 'Muchas carnes de gallina, abrazos. Allí las sensaciones se notan al entrar, hay una energía muy positiva. La gente se tumba en el suelo para ver las pinturas', agrega. Todavía Marifé no ha visto lágrimas en la neocueva, aunque, entre las reacciones del público, hay quienes han afirmado que por algún momento se habían olvidado de estar en la reproducción. Pero el efecto más sorprendente de la neocueva es otro. Si algunos pensaban que con la copia fiel se iban a calmar las ansias de visitar el original, están equivocados. Parece que el lugar se ha convertido en el mejor anuncio publicitario de la versión original. 'Las peticiones de cita se han multiplicado, algo que alegra a todo el equipo del museo', dice Asunción Martínez.
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