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FIESTAS EN VITORIA
Columna
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Lunes

Hoy es lunes. Y, aunque sigue la fiesta, es jornada laboral para muchos. En realidad, nunca dejó de ser de labor para quienes soportan la fiesta desde su trabajo: músicos de la banda municipal o de la Ertzaintza, camareros de comedor, tasqueros, cantineros y gente variada de la hostelería y de las copas, trabajadores de la limpieza que bregan como nunca, cohorte del Celedón capaz de hacer que el del paraguas atraviese la plaza en dos sentidos y dos estados, municipales, políticos, vendedores ambulantes y monitores varios. Pero eso es lo habitual. Cada circo tiene sus trapecistas y leones, payasos y ordenanzas, para que las familias se diviertan sin preocuparse de más. Es inevitable.

Pero hoy es lunes. Hoy trabaja quien ayer paseó la noche por la cuesta, por el Tuerto y el 72 mientras escuchaba música rock o por las txosnas. Quien ayer comió en el Clarete, el Portalón o Dos Hermanas. Quien se puso hasta las cejas de kalimotxo o comió láminas de bacalao con gamba sobre patata y lechuga rizada, milhojas de solomillo con paté y guarnición de judías, o peras y ciruelas al Armagnac con salsa y confitura. Hoy trabaja quien ayer recibió a la familia y la paseó entre los puestos de los artesanos, las ferias y barracas y se sentó en Amárica a escuchar jazz mientras tomaba un bitter 'con', por supuesto, o un bourbon vespertino. Hoy trabaja quien ayer estuvo de fiesta.

El caso es que la fiesta es continuación del trabajo por otros medios (la inversa no está demostrada). Hay quien ve en la fiesta la negación del trabajo, o cuanto menos su ausencia. No trabajar, se estará de acuerdo, no es necesariamente estar de fiesta. Cuando no se trabaja, se puede dormir, comer, irse de vacaciones, hacer deporte, leer, ir al cine o hacer pompas de jabón. Eso sí es propiamente no trabajar. Dejar la actividad y descansar. Pero la fiesta es otra cosa. ¿Es acaso ir contra el trabajo?, ¿es destruirlo? Hubo quien lo entendió así coincidiendo con los movimientos punks y skinheads (y aún lo entiende). Al parecer en algunas ciudades francesas (y en Barcelona) hay quien entretiene el fin de semana quemando coches.

Sin embargo, la fiesta requiere mucho trabajo. No es que se trabaje todo el año para ir luego de fiesta (se trabaja, más bien, para seguir viviendo), es que la propia fiesta, la posibilidad de la diversión, requiere mucho trabajo. Lo saben bien los falleros en Valencia y las cofradías de Sevilla.

Pero, otro tanto ocurre con el Celedón, las Vísperas, el cava consumido, el Rosario de la Aurora, las txosnas (que se lo pregunten a éstos), los conciertos y todo lo demás. La fiesta, como el trabajo, es producto de la capacidad creativa del hombre. Un modo lúdico de dar rienda suelta a su capacidad de obrar. De modo que consuélese usted, si hoy lunes le toca trabajar: es otra manera de 'festejar'. Y, en todo caso, puede volver a la fiesta por la tarde/noche.Hoy es lunes. Y, aunque sigue la fiesta, es jornada laboral para muchos. En realidad, nunca dejó de ser de labor para quienes soportan la fiesta desde su trabajo: músicos de la banda municipal o de la Ertzaintza, camareros de comedor, tasqueros, cantineros y gente variada de la hostelería y de las copas, trabajadores de la limpieza que bregan como nunca, cohorte del Celedón capaz de hacer que el del paraguas atraviese la plaza en dos sentidos y dos estados, municipales, políticos, vendedores ambulantes y monitores varios. Pero eso es lo habitual. Cada circo tiene sus trapecistas y leones, payasos y ordenanzas, para que las familias se diviertan sin preocuparse de más. Es inevitable.

Pero hoy es lunes. Hoy trabaja quien ayer paseó la noche por la cuesta, por el Tuerto y el 72 mientras escuchaba música rock o por las txosnas. Quien ayer comió en el Clarete, el Portalón o Dos Hermanas. Quien se puso hasta las cejas de kalimotxo o comió láminas de bacalao con gamba sobre patata y lechuga rizada, milhojas de solomillo con paté y guarnición de judías, o peras y ciruelas al Armagnac con salsa y confitura. Hoy trabaja quien ayer recibió a la familia y la paseó entre los puestos de los artesanos, las ferias y barracas y se sentó en Amárica a escuchar jazz mientras tomaba un bitter 'con', por supuesto, o un bourbon vespertino. Hoy trabaja quien ayer estuvo de fiesta.

El caso es que la fiesta es continuación del trabajo por otros medios (la inversa no está demostrada). Hay quien ve en la fiesta la negación del trabajo, o cuanto menos su ausencia. No trabajar, se estará de acuerdo, no es necesariamente estar de fiesta. Cuando no se trabaja, se puede dormir, comer, irse de vacaciones, hacer deporte, leer, ir al cine o hacer pompas de jabón. Eso sí es propiamente no trabajar. Dejar la actividad y descansar. Pero la fiesta es otra cosa. ¿Es acaso ir contra el trabajo?, ¿es destruirlo? Hubo quien lo entendió así coincidiendo con los movimientos punks y skinheads (y aún lo entiende). Al parecer en algunas ciudades francesas (y en Barcelona) hay quien entretiene el fin de semana quemando coches.

Sin embargo, la fiesta requiere mucho trabajo. No es que se trabaje todo el año para ir luego de fiesta (se trabaja, más bien, para seguir viviendo), es que la propia fiesta, la posibilidad de la diversión, requiere mucho trabajo. Lo saben bien los falleros en Valencia y las cofradías de Sevilla.

Pero, otro tanto ocurre con el Celedón, las Vísperas, el cava consumido, el Rosario de la Aurora, las txosnas (que se lo pregunten a éstos), los conciertos y todo lo demás. La fiesta, como el trabajo, es producto de la capacidad creativa del hombre. Un modo lúdico de dar rienda suelta a su capacidad de obrar. De modo que consuélese usted, si hoy lunes le toca trabajar: es otra manera de 'festejar'. Y, en todo caso, puede volver a la fiesta por la tarde/noche.

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