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Reportaje:Estampas y postales

Una ventana con vistas a Roma

Miquel Alberola

Esta ventana gótica del estudio pontificio del Castillo de Peñíscola orientada hacia Roma fue construida por el mandato del papa Benedicto XIII, quien también fue llamado el antipapa. Fue su ojo desconfiado que miraba hacia una ciudad que en esos momentos conspiraba contra él 24 horas al día. En este estudio, Pedro de Luna instaló una copiosa biblioteca e hizo esculpir su escudo, como si se tratase de su cáscara más íntima para defenderse de un mundo que le abandonaba un poco más cada día.

Quizá nunca hasta ese momento se había producido una correspondencia tan nítida y completa entre un hombre y una fortaleza. Benedicto XIII fue un tipo tan inexpugnable como el castillo de Peñíscola, que había sido diseñado sobre un tómbolo con abundantes manantiales de agua dulce para resistir asedios de gran intensidad. Sobre esa peña, este aragonés rocoso le hechó un pulso al mundo y no se dio por vencido hasta que se cayó a trozos. Pedro de Luna había participado como cardenal de Aragón en el controvertido cónclave que eligió al papa Clemente VII, de quien fue legado, y que dio lugar al cisma de occidente.

En aquellos días, ese santo que hacía milagros muy neorrealistas llamado Vicente Ferrer se convirtió en su sombra psicológica en Aviñón. Como consejero y confesor particular le dejó el cerebro macerado con el almíbar místico necesario para que fuera elegido pontífice en 1394, a la muerte de Clemente VII, con el nombre de Benedicto XIII. Sin embargo, apenas unos años después Francia publicó un edicto de sustracción de obediencia y su palacio de Aviñón fue asaltado. Entonces San Vicente Ferrer dio la primera prueba de que iba a ser santo al rehusar encerrarse con Benedicto XIII y otros 26 valencianos en el palacio. Y el Papa Luna, con esa actitud, también describió su propia trayectoria de aislamiento.

A la vista del cariz que tomaba el asalto tuvo que huir hacia la Corona de Aragón, que todavía era de su obediencia, y la orden del Temple le cedió el castillo de Peñíscola como residencia. Entre los años 1411 y 1423 permaneció encerrado en esta fortaleza desarrollando costras cada vez más duras e impenetrables, hasta alcanzar la misma consistencia de esta ciudadela. En el año 1414 ordenó construir esta ventana, mientras las embajadas iban y venían sin conseguir nada más que agrandar el cisma entre él y el resto del mundo. Entonces San Vicente Ferrer le auguró que los niños jugarían con su cabeza a la pelota, lo que constituye la primera predicción seria sobre la llegada del fútbol al mundo, y luego proclamó en nombre del rey Fernando de Antequera la sustracción de la Corona de Aragón. El concilio de Constanza lo destituyó en 1417 y el Papa Luna murió aplastado por su propia corteza.

La maldición que le auguró San Vicente Ferrer se cumplió cuando el mes de abril del año pasado su cráneo desapareció del interior de una urna encastrada en la capilla del palacio de los Condes de Argillo de Saviñán, en Zaragoza. Entonces dos jóvenes, que luego serían detenidos por la Guardia Civil, se lo llevaron acaso para lanzarse unos penaltis y decidieron quedárselo durante cinco meses. Antes las tropas francesas ya lo habían lanzado al río en su población natal, Illueca, en un claro antecedente del waterpolo. Aun así, lo peor de todo para el Papa Luna fue convertirse en un reclamo turístico y dar nombre a menús de 1.200 pesetas en algunas de las terrazas más sospechosas de Peñíscola.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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