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Reportaje:Estampas y postales

La montaña mordida

Miquel Alberola

La antigua Ermita de Sant Sebastià de La Vilavella se encuentra en el fondo del mar, quizá debajo del restaurante Morro, que se erigió en la bocana del puerto de Burriana como un símbolo de la prosperidad naranjera. Sobre los escombros de sus paredes blancas, mezcladas como árido con la piedra viva del contrafuerte de la sierra de Espadán, se celebran a diario ceremonias con mariscos, arroces y cerveza helada. Aquí, incluso el hispanista Paul Preston succiona cabezas de bogavante para profundizar en la tragedia ibérica, junto a algunas mesas ocupadas por ex naranjeros resituados en el sector terciario y fulgurantes industriales de la cerámica. Pero debajo del brillo deslumbrante de las tarjetas Visa todavía se percibe la espiritualidad de la Ermita de Sant Sebastià, que sucumbió junto a buena parte del monte para construir el puerto de Burriana.

Esta suerte de remartirio póstumo al santo fue decidido en el despacho de un ministerio con un mapa y una regla. El camino más corto entre dos puntos era una línea recta, y así se ejecutó. Burriana necesitaba un puerto y La Vilavella estaba a tiro pegada a la sierra de Espadán, más cerca que El Solaig de Betxí. Burriana siempre tuvo un fondeadero con mucho calado en su playa, como demuestran los sucesivos hallazgos fenicios, romanos, moros y cristianos, y desde mediados del siglo XIX, coincidiendo con la filoxera, había apostado por el nuevo cultivo de la naranja, llegando realizarse desde su embarcadero en 1878 el 45,5% de las exportaciones de los cítricos valencianos.

Tras un dilatado proceso de presiones iniciado en 1882 y varios intentos fallidos, en 1903 el Gobierno publicó la concesión provisional, sin ninguna subvención del Estado, para construir el puerto, auxiliada con una línea ferroviaria desde La Vilavella para trasladar la piedra del monte de Sant Sebastià. Sin embargo, las obras se retrasarían y no empezarían hasta que el diputado conservador Jaime Chicharro logró desatascar el proceso, y en 1923, finalmente, se adjudicaron las obras.

El 20 de abril de 1924 el dictador Miguel Primo de Rivera aprovechó la bendición de las banderas del Somatén de Burriana para visitar la zona en la que se iba a construir el puerto. Las mujeres lo recibieron con su retrato y lazos de colores colgados en el pecho, mientras que los hombres, para causarle impresión, colocaron miles de cajas de naranjas vacías tapadas con toldos, cubriendo toda la zona del Grao. Era la cabalgata final.

Los barreneros trufaron el monte de cartuchos de dinamita y empezó una tormenta que se llevó media montaña. Los vagones trasladaron toneladas de piedra hasta Burriana, y entre ellas un yacimiento paleontológico con huesos de rinoceronte, mientras sobre los vecinos de La Vilavella cundía la sensación de que el pueblo no recibía ningún beneficio a cambio. Cuando la empresa de Benito Olidén detectó que la piedra calcárea de mejor calidad estaba debajo de la ermita construida en el siglo XVIII, simuló un desprendimiento accidental y se la llevó por delante.

Aunque la reconstruyó en otra parte, los vecinos no han perdido la impresión de que sólo se trata de una réplica, porque su esencia está debajo de un restaurante especializado en paellas de marisco. Como prueba de esta dislocación espiritual, cerca del lugar que ocupó, junto al ciprés macho, ha prosperado una gruta de la Virgen de Lourdes con suelo de terrazo de Porcelanosa.

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La cantera de La Vilavella, cuyas rocas sirvieron para construir el puerto de Burriana, ha sido ocupada hoy por un polideportivo.
La cantera de La Vilavella, cuyas rocas sirvieron para construir el puerto de Burriana, ha sido ocupada hoy por un polideportivo.JESÚS CÍSCAR

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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