Vida sexual sana
Dice Bush que la planificación familiar sale muy cara y que hay que promover la abstinencia. Para él es fácil predicar la contención sexual porque se desahoga (o sublima, depende del punto de vista) expeliendo por doquier misiles fálicos. Además, cuando hace turismo en Génova, su camarada Berlusconi le prepara unas orgías de sangre y bragas desgarradas que ni el marqués de Sade. Es muy fácil recomendar la castidad cuando tú te pasas el día jodiendo. Y no es que no estemos acostumbrados a que la gente diga una cosa y haga otra, pero lo de Bush es de libro. Todos tenemos fantasías sexuales, de acuerdo. ¿Quién no ha imaginado que eyacula desde una nube y ahoga con su semen a una nación entera? El problema no es tener la fantasía; el problema es llevarla a cabo. Todo se puede pensar, pero no todo se puede hacer. Pues bien, Bush ha inventado un avión precoz, con la forma de su pilila, que llega en cuestión de minutos a Australia y la arrasa desde cien kilómetros de altura con una sola deyección.
No se engañen ustedes: la abstinencia, al final, sale más cara que una vida sexual normal, incluso que una vida sexual sana, en plan López Ibor. Calculen, si no, lo que cuesta un preservativo y compárenlo con el precio de un misil
Así guarda la abstinencia cualquiera. ¿Pero quién puede gastarse esas fortunas en colocar fuera las guarrerías que lleva en la cabeza? Bush tiene el problema eterno de los niños de papá. Le dieron todos los caprichos. ¿Que quería una silla eléctrica? Una silla eléctrica. ¿Que se le antojaba una cámara de gas? Una cámara de gas. ¿Qué prefería un reo negro? Un reo negro antes de que llore. Ahora un hispano, ahora un chino... Mamá y papá le daban todo, en fin, con tal de que no se masturbara, y ya no se queda satisfecho (o no sublima) con ejecuciones individuales. Ahora quiere instrumentos de tortura a gran escala.
No se engañen ustedes: la abstinencia, al final, sale más cara que una vida sexual normal, incluso que una vida sexual sana, en plan López Ibor. Calculen lo que cuesta un preservativo, compárenlo con el precio de un misil, y enseguida se darán cuenta de que Bush no predica la abstinencia por ahorrar, sino por vicio. Lo que pasa es que las fronteras entre la virtud y el desenfreno son más delgadas que las que las que separan, en la familia Giménez-Reyna, los intereses públicos de los privados (acaba de aparecer otro hermano en la SEPI, ya van cuatro).
Entre nosotros también hay niños malcriados, no se crean. A uno de cada cuatro chicos españoles de 14 a 18 años, por ejemplo, le parece muy bien que la mujer cobre menos que el hombre por hacer el mismo trabajo. No les han enseñado a excitarse sexualmente de otro modo. Salga usted a la calle y cuente: uno, dos, tres, cuatro. El cuarto muchacho es un cerdo. Todos creíamos que esto de hacer encuestas era un trabajo aséptico, sin riesgos, pero la gente de la Universidad Complutense de Madrid ha tenido que tratar con verdaderos psicópatas para sacar adelante el estudio. Vean, si no: el 60% de los encuestados asegura que los hombres no deben llorar. Personalmente he conocido a hombres que no lloraban, pero todos encontraban placer en hacer llorar a las mujeres, o a otros hombres. Bush no llora, porque no es de vaqueros, pero medio planeta gime por su culpa.
A mí, lo que más me ha impresionado del estudio de la Complutense es el riesgo de la gente que ha hecho las encuestas. Imagínese, si no, que entra usted en una casa y se enfrenta a solas con un chaval de dos metros de estatura, que a la pregunta de si está de acuerdo con la frase de que 'cuando una mujer es agredida por su marido algo habrá hecho' contesta que sí, que está de acuerdo. Pues doce de cada cien adolescentes con rostro de querubín están de acuerdo con esa afirmación. Es decir, que sale usted a la calle y de cada diez y pico jóvenes que cuenta uno es un cerdo. Mejor aún: es dos cerdos, porque seguro que también estaba de acuerdo con la discriminación salarial.
Pero es que el 61% afirma que para tener una buena relación de pareja es deseable que la mujer sea sumisa. El 61%, o sea, que sale usted a la calle y de cada dos chicos con los que se cruza uno y pico es un cerdo. Tres cerdos, porque es el mismo, sin duda, de las guarradas anteriores. Quede patente, en fin, mi admiración por los encuestadores y encuestadoras, que se han jugado la vida sin mover un músculo. Bush, de pequeño, tenía fantasías sexuales con las encuestadoras, pero sus papás no le permitían establecer relaciones sexuales con ellas; sólo ejecutarlas. Qué mundo.
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