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OPINIÓN
Columna
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La gran familia

Elvira Lindo

Escucho en la radio una especie de oferta de viaje que la Comunidad de Madrid pone a disposición de los familiares de madrileños que tengan a bien venir a la gran ciudad en plan turístico. Al principio creo que he oído mal, pero no, vuelven a repetirlo, hablan de rebajas que pretenden estimular a nuestros familiares 'de provincias', como antes se decía, para que pasen aquí sus vacaciones, para que nos visiten.

Por otra parte, cuentan que un 22 por 100 de los españoles se queda sin vacaciones. Es lógico imaginar que en Madrid ese tanto por ciento se reparte, en gran medida, en los barrios periféricos, donde los familiones sufren el calorazo en pisos diminutos con terracillas chicas en las que a veces se puede ver a un abuelo en camiseta y con las gafas de sol de su hija, que ha conseguido meter una silla en ese espacio angosto desde donde mira pasar los coches, que es lo único que actualmente puede ver un abuelo desde un balcón. Menos mal que ahora pueden ver compensado el sufrimiento de ser de 'los que se quedan' con la alegría de recibir parientes.

Visto así, en un anuncio, te parece hasta bonito, hasta un detalle por parte de las instituciones, pero, claro, como uno es retinto y malo, al momento empieza a verlo por el lado contrario: o sea, que encima de que te tienes que quedar en Madrid, encima de tener que aguantar a los niños en el calor de un piso, con lo empachosos que se ponen, encima de que tendrás que aguantar el relato prolijo de los que sí se han ido, que te lo contarán de una forma inmisericorde, ellos morenos y tú pálido -por mucho que se empeñen los contertulios en alabar al Madrid agostero, a la honrada grey le gusta marcharse para después contarlo-, ellos disfrutando de la vuelta al hogar y tú harto de no ser de él; encima, la Comunidad quiere poner a huevo que se te ponga perdida la casa de familia. Pero, hombre, por Dios, por qué ese castigo, esto ya es recochineo. ¿Es que no bastaba ya con la experiencia navideña?

Claro que debe haber algo malsano y retorcido en mi forma de ver las cosas, porque sigo escuchando en la radio ese estudio sociológico sobre los españoles y sus vacaciones y resulta que de esos que tienen la suerte de irse casi la mitad (¡casi la mitad!) optan por irse con sus familiares, a la casa del pueblo o a un apartamento que alquilan juntos. Ya sé que hay quien me diría que en esa marcha hacia los orígenes hay algo de precariedad económica, que siempre sale más barato aguantar a la familia en la casa del pueblo que irse quince días a solas al mar Menor. Pero, tengo mis dudas, siempre me pregunto: ¿y si la gente no es como yo, y si a la gente le va la marcha, y si a la gente, después de estar once meses trabajando, le gusta estar quince días quemándose la sangre con la familia?, y no hablo sólo de la familia política, que la propia también puede ponerte al borde del suicidio, ¿y si las discusiones con los de tu sangre te dan una vidilla que necesitas, y si a raíz de una pelea con un cuñado sales más unida a tu marido?; o en la pelea entre tus niños y tus sobrinos, ¿no sucede a veces que la unión familiar se salva gracias a las discusiones con los otros?

El caso es que la humilde venganza de los que se quedaban trabajando en Madrid durante los meses de julio y agosto es que el verano de los que se iban era algo parecido a los chistes de Forges: coche lleno hasta los topes, suegra, cuñado, quemazón Operación Salida y familión. Se quedaban en Madrid, pero se consolaban con leche merengada en la Dehesa de la Villa o en el Retiro de las incomodidades que habrían de soportar los que nos habían abandonado.

Ahora, gracias a esta entrañable iniciativa de Ruiz-Gallardón, tal vez el verano será como el invierno, un gran reencuentro familiar, el abrazo de aquel cuadro de Genovés, pero en la estación de Atocha y sin connotaciones políticas.

A Forges, que todos los años nos deleitaba con el sarcasmo sobre los coches abarrotados de los que partían, se le puede abrir otro gran campo de inspiración: la llegada a un piso de sesenta metros cuadrados en Getafe de la familia de Badajoz. Subvencionada por la Comunidad. Está visto que no hay forma de escapar: te quedes o te vayas, los españoles somos una gran familia.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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