El maestro inquieto
Conocí a Ernest Lluch en su época de rector de la Universidad Menéndez Pelayo, en una de sus primeras visitas a la Quincena Musical Donostiarra. Desde el primer encuentro se estableció una cordial relación entre ambos, fundamentada en una pasión compartida, la música, como ocurrió también con Josep Lloret, director del Festival de Torroella de Montgrí.
En su condición de asiduo visitante a la San Sebastián estival, Lluch no tardó en convertirse en un abonado fiel al programa de la Quincena, además de ser una de las primeras personas en sumarse a la figura de Amigos de la Quincena. Nunca buscó un trato preferencial, es más, aseguraría que disfrutaba haciendo cola junto a otros aficionados para adquirir sus entradas. Recordaba él en un artículo 'las amistades hechas en las colas' de la Quincena, ocasiones en las que participaba activamente en animadas tertulias musicales.
Ernest Lluch transmitía la imagen y el comportamiento del maestro eternamente inquieto, abierto al diálogo y a las novedades. Su curiosidad y su pasión por la música le conducían al disfrute de nuevas obras y nuevos intérpretes.
Su relación con Torroella de Montgrí le llevó a sumergirse en viejos y polvorientos archivos musicales a la búsqueda de obras de autores catalanes que rescatar del olvido. Lloret fue su cómplice y convirtió en realidad algunas de sus investigaciones de musicólogo aficionado programando en el festival de la localidad gerundese las partituras que había contribuido a rescatar, como las óperas Il Telemaco nellìsola di Calipso, de Ferran Sor, y Tassarba, de Enric Morera.
En la Quincena Musical Donostiarra aprovechó las oportunidades brindadas por las salidas fuera de San Sebastián para gozar del memorable concierto que la Sinfónica de Galicia, dirigida por Víctor Pablo Pérez, ofreció en las cuevas de Zugarramurdi o para conocer de cerca el sonido del órgano Cavaillé-Coll de Azkoitia.
A través del ciclo de música de Siglo XX reforzaba su relación con la creación musical más actual, mientras en Torroella lo hacía con las del pasado. Y en sus visitas al ciclo de música antigua rebuscaba en los orígenes obras en consonancia con sus gustos particulares. En 1992 quiso estrechar su vinculación con el Orfeón Donostiarra y me solicitó el apadrinamiento para convertirse en socio de la formación coral.
Su disposición, siempre afable, le permitía disfrutar de un trato exquisito con intérpretes o con la crítica especializada, además de convertirle en un tertuliano de lujo. Recuerdo una cena memorable en la pasada Quincena Musical en la que compartí mesa con Ernest, en compañía del alcalde de San Sebastián, Odón Elorza, y los clásicos populares Araceli González Campa y Fernando Argenta.
Memorias y más memorias que perdurarán en el tiempo, en honor a un amigo injustamente arrebatado y a quien el sábado se recordó con música en Torroella de Montgrí.
'¡Créeme, no naciste en vano, / ni has vivido y sufrido para nada!' (Gustav Mahler, Sinfonía número 2).
José Antonio Echenique es director de la Quincena Musical Donostiarra.
Babelia
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