Dos muertos y dos heridos en una reyerta a tiros entre familias rivales en Valladolid
Cientos de personas de etnia gitana claman venganza en el lugar del doble crimen
Cipriano y Eduardo Ferreruela, el Tarzán y el Boy, hermanos de 49 y 47 años, respectivamente, entraron en casa de Carlos M. Teixeira después de las seis de la tarde. Poco antes de las siete se produjo un tiroteo. Salieron de madrugada camino al Instituto Anatómico Forense.
Eso son datos comprobados, así como que la vivienda en la que se produjo la mortal reyerta, de unos 60 metros cuadrados, estaba habitada desde hacía pocos meses por la numerosa familia de Carlos M. Teixeira. Según los vecinos, se dedicaban a la recogida de la patata y, aunque vivían muchos bajo el mismo techo, no habían dado problema alguno.
También es un hecho comprobado que, tras el tiroteo, la policía se llevó detenidos a siete hombres y a dos mujeres, que trasladó a dos muchachos de unos quince años a un centro de acogida de menores, y que ingresó a una mujer joven y a sus cuatro hijos de muy corta edad en una residencia de monjas. Todos ellos de la familia de los Texeira. Otras dos personas, al parecer, resultaron heridas.
La policía se incautó en el piso de cinco escopetas del calibre del 12, tres pistolas 9 milímetros, abundante munición, un machete y un número indefinido de pequeñas armas cortas.
Falta por contrastar qué hay de verdad en las diferentes versiones sobre cómo y por qué se produjo el tiroteo. Parece claro que los dos hombres pretendían sacar del piso y llevarse con ellos a una joven de la familia Teixeira. Falta por saber cuál era el motivo. Los dos, Cipriano y Eduardo, murieron en el tiroteo. Otras dos personas resultaron heridas en la pelea.
Aparentemente, tras los disparos, los ocupantes del piso se atrincheraron en la vivienda por temor a una venganza del clan de los Ferreruela. Dijeron a la policía que en la calle, en una furgoneta, esperaban más miembros de la familia de los dos muertos.
La policía fue avisada por una vecina que escuchó una fortísima discusión seguida por disparos y un acusado olor a pólvora.
Antidisturbios
El tiroteo desencadenó tal algarabía en el vecindario, donde viven muchas personas de etnia gitana, que la policía antidisturbios tuvo que intervenir para apaciguar los ánimos y evitar nuevos enfrentamientos mortales. Fueron precisamente los antidisturbios quienes, en medio de los disparos, lograron llegar hasta la vivienda y sacar de allí, protegidas, a las personas que habían presenciado el doble asesinato, incluidos los presuntos autores de los disparos.
La autopsia a los dos cadáveres se realizará hoy. Uno de los fallecidos presentaba impactos de bala en la cara y en el costado y el otro en la cabeza. El arma de fuego utilizada en ambos casos fue, al menos, una escopeta y, al parecer, los dos hombres murieron en el acto.
Para calmar la furiosa exaltación del creciente número de personas congregadas en los alrededores de la casa clamando venganza por las dos muertes, la policía les comunicó que sólo había heridos y que varias ambulancias llegarían a socorrerles.
Dotaciones del Cuerpo Nacional de Policía, de la Guardia Civil y de la Policía Municipal tuvieron que acordonar la calle, adonde llegaron también dos ambulancias. Pero la información que aseguraba que en la pelea sólo había heridos se demostró claramente falsa al filo de las diez de la noche. En ese momento, un furgón de la funeraria llegó hasta el número 63 de la calle de Arca Real. Los alaridos de la multitud clamando venganza llegaron a ser ensordecedores.
La policía estableció dos cordones de seguridad. En un lado de la calle, el más cercano al portal de la vivienda, se congregó la familia de los ocupantes del piso, de origen supuestamente zamorano y gallego. Enfrente, los llegados a pedir cuentas por el supuesto asunto amoroso entre ambas familias que desencadenó el tiroteo. Estos últimos, al parecer, de Segovia. A sólo 20 metros de distancia, unos y otros intercambiaban amenazas de muerte a la espera del levantamiento de los cadáveres. Unos y otros, además, amenazaron a los cámaras de televisión y a los fotógrafos conminándoles a que no sacaran imágenes del enfrentamiento, que sólo fue en la calle verbal, entre ambos clanes.
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