'El día que no tenga imaginación me marcharé de la Quincena Musical'
José Antonio Echenique (Torreón, México, 1950) cumple en agosto 23 años al frente de la Quincena Musical de San Sebastián, pero se enfrenta al examen del público con el mismo 'pánico' que si fuera el primero. 'Con el tiempo', dice, 'la audiencia se ha vuelto más exigente, 'y su confianza es frágil'. Por eso trata cada año de exprimir su presupuesto -de 406 millones de pesetas- y ofrecer una programación equilibrada, con representaciones líricas, galas de danza clásica, conciertos sinfónico-corales y propuestas originales al aire libre. 'Siempre he dicho que el día que no tenga imaginación me marcharé'. Ofertas no le faltan.
Pregunta. Después de tantos años, ¿le resulta difícil innovar?
'El Kursaal tiene unas limitaciones y nuestra misión es buscar montajes de ópera que encajen'
Respuesta. Los modelos de los festivales de música clásica están muy definidos, como las ferias taurinas. Pero en los últimos años, los certámenes eclécticos como la Quincena, se han decantado por centrarse en temas concretos. Por ejemplo, en 2001, dedicamos buena parte del programa a Verdi -con motivo del centenario de su muerte-, y a Luciano Berio y Joaquín Rodrigo, dentro del ciclo de música del siglo XX. Antes la gente preguntaba: ¿qué artistas vienen?. Ahora se interesan por las líneas maestras de la programación, en la que este año ofrecemos 80 conciertos.
P. Se mantiene la presencia de artistas vascos.
R. La gente de casa ocupa un 60% del programa. Es un orgullo y también de sentido común. Hay intérpretes que están en el Kursaal, colaborando con los grandes del panorama internacional, y luego, en los distintos ciclos, gente de gran dignidad que además difunde nuestro patrimonio cultural, como La Capilla Peñaflorida con música de Salazar, o Ricardo Requejo con obras de Aita Donostia. Su presencia nos permite de alguna manera poder afrontar la presencia de intérpretes económicamente más ambiciosos.
P. ¿Cuándo encargará la Quincena un espectáculo de vanguardia como La Condenación de Fausto realizada por La Fura y el Orfeón Donostiarra para Salzburgo?
R. No podría hacerlo porque debería destinar todo su presupuesto. Salzburgo tiene otros medios y no hay que olvidar que las entradas costaban hasta 50.000 pesetas y que hubo una docena de representaciones. Además, por cuestión de política institucional nosotros nos tenemos que hacer cargo de todo. Y, por ejemplo, alquilar el Kursaal para las tres funciones del Rigoletto, de Verdi, nos cuesta 12 millones de pesetas.
P. ¿Se ha quedado satisfecho con el nuevo equipamiento para representar óperas?
R. El Kursaal nunca va a ser un Euskalduna o un Teatro Real. Tiene unas limitaciones escénicas y nuestra misión es buscar producciones de ópera que encajen. Tenemos gran ilusión en 2004, cuando podamos simultanear dos montajes diferentes en el Victoria Eugenia y en el Kursaal.
P. ¿Se les está quedando pequeño el auditorio?
R. A 27 de julio sólo quedan 2.100 de las 27.000 localidades que se pusieron a la venta. Para ediciones futuras quizá tengamos que doblar algunos conciertos sinfónico-corales porque los espectadores responden con tal generosidad que nos quedamos cortos.
P. ¿En qué ha cambiado el público en estos años?
R. La audiencia siempre ha tenido un comportamiento muy generoso con la Quincena y, esa confianza da enorme respeto y pánico. Porque es muy frágil y si fallamos, puede romperse. Y ahora nos encontramos con que los espectadores tienen una oferta musical interesante a lo largo de todo el año y luchamos para estar a la altura. Con la creación de las orquestas de Euskadi y Bilbao y los auditorios, ya no somos un oasis en un páramo musical. El público tiene mucha más oferta y se ha vuelto más exigente.
P. ¿Se plantea dejar en algún momento el festival?
R. Siempre he dicho que el día que no tenga imaginación me marcharé.
P. ¿Pero piensa en ello a corto plazo?
R. Tuve ofertas, ahora tengo otra propuesta para irme al festival de Coruña... Pero de momento no, no me lo planteo. Hay proyectos al aire libre que me seducen mucho más que programar a grandes estrellas.
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