Representaciones teatrales
El otro día, en La opinión del lector, A. I. Fuente narraba una visita de Celia Villalobos al hospital Clínico San Carlos que parecía una comedia de enredo. Se suponía que la ministra había acudido al centro para conocer la situación, pero salió de allí ignorante total, porque, a medida que pasaba, iban quitando las camillas de los pasillos y fregando los suelos. El relato tenía algo de vodevil también, pues uno se imaginaba un lugar con muchas puertas que se abrían y cerraban continuamente, como en este género teatral, para engañar al personaje. El personaje, nunca mejor dicho, era Celia Villalobos. Hay gente que tiene esta capacidad para representar lo que debería presentar. No sé si me siguen: Celia Villalobos hace como que es ministra de Sanidad, pero en el fondo no es más que una actriz que vive dentro de un guión de cine en el que no existen ni el hacinamiento ni las listas de espera. Ella asegura que, pese a las críticas, por la calle le dicen que lo hace muy bien, pero uno jamás ha visto a esta señora en la calle. Menos lobos, Villalobos.
Al día siguiente de la aparición de esa carta, este suplemento de Madrid publicaba en primera página una información de Oriol Güell según la cual el servicio de urgencias del Doce de Octubre llevaba semanas colapsado. Esto ya no era un vodevil, sino una novela rusa. 'El personal de enfermería', decía el artículo, 'lava y cambia a los enfermos a la vista de todos y los pacientes hacen sus necesidades confiando en que nadie los mire'. Más cosas: 'Ante la falta de espacio, alguna cama debe situarse junto al lugar dedicado al desecho de los flujos humanos (excrementos, sangre y otros despojos) para su procesado. El hedor en el lugar es insoportable'.
Lo malo de ir más allá de los titulares es que encuentras piezas magistrales, como las que acabo de entrecomillar, que parecen escritas por el propio Solzhenitsin. Un texto de novela rusa, en fin. Este país siempre se mueve entre géneros literarios extremos. En el momento de redactar estas líneas, no he visto que temblaran los cimientos del Ministerio de Sanidad. Ni siquiera se han molestado en desmentir la información. Lo más probable es que a la ministra, del mismo modo que le retiran las camillas a su paso, le retiren también las noticias desagradables. Luego sale a la calle y 'la gente' la aclama. No sería raro que 'la gente' fueran actores con cargo a los presupuestos generales cuya función sería tranquilizar a doña Celia. Y la verdad es que es mejor que no se enfade, pues si se entera de que los pasillos de sus hospitales están llenos de camillas es muy capaz de prohibir las camillas. O los pasillos. Doña Celia es tan imprevisible como los funcionarios de las novelas rusas de Solzhenitsin, y perdón por la redundancia.
A otro al que le deben de quitar las noticias según pasa la vista por el periódico es a Ansuátegui, el delegado del Gobierno. El otro día hubo en Madrid tres asesinatos en seis horas. Se dice pronto. La estadística no hace más que subir mientras el número de policías no hace más que bajar. Cito, literalmente también, las palabras de un representante policial, José Canales Romero, contenidas en una crónica de J. Francés y A. Zafra, cuya lectura te ponía los pelos de punta: 'Estamos llegando a unos extremos de inseguridad casi alarmantes, y aquí no sólo está en juego el prestigio de las fuerzas de seguridad, en concreto el del Cuerpo Nacional de Policía, sino sobre todo la seguridad del ciudadano'. En los últimos cuatro años, Madrid ha perdido 1.600 agentes.
No ignoramos, señor Ansuátegui, que nuestra obligación es contratar seguridad privada, pero tienen que darnos un tiempo para hacernos a la idea. No podemos pasar de un modelo de seguridad a otro en 24 horas.
En este sentido, el servicio de Correos, por ejemplo, lo está haciendo con mucha inteligencia, porque se va deteriorando poco a poco y uno, de forma paulatina también, va contratando más y más servicios de mensajería. Antes, por ejemplo, nos llegaban las cartas todos los días. Ahora sólo vienen día sí y día no. Al mes que viene vendrán un día a la semana. Hay una graduación, que es de lo que se trata. Si en Madrid mataran o atracaran los lunes, miércoles y viernes, pongamos por caso, la gente iría poco a poco acostumbrándose, pero es que matan todos los días, oiga. Y casi mejor que le maten a uno, porque cuando le dejan malherido y le llevan a las urgencias del Doce de Octubre acaba tirado en medio de un pasillo, sobre todo si ese día no ha ido de visita Celia Villalobos. Cuándo nos llevará el Señor.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.