Bailando con números
En este final de curso, mientras hacemos maletas y preparamos viajes, aparecen los números con más fuerza que nunca en nuestra vida social y política. Y mucho me temo que esta plaga numérica sólo sea el comienzo de lo que nos espera cuando regresemos. Si es cierto que hay un tiempo para cada cosa, habrá que prepararse para estar bailando con números durante una larga época.
De momento surgen con fuerza los números sucios, extraños fondos de inversión que comienzan como un pequeño problema familiar, pero que luego evolucionan como una epidemia por toda la estructura del parentesco. No hay nada más igualitario que los números y cuando se ponen a cantar arrasan por igual a derechas que a izquierdas, pasan por encima de arzobispados, incluyen organizaciones que antes eran caritativas y ahora pasan por solidarias, y hasta silban alrededor de los organismos oficiales. Los antiguos decían que los números tienen música y, en el caso de Gescartera, los ecos de su melodía nos llegan hasta la Comunidad Valenciana.
Bailan también las cifras de la financiación autonómica, un tema complicado de analizar pero que repercute directamente en el bienestar social de todos nosotros. Ya sé que es muy torpe y bastante vulgar hacer la media por habitante, pero produce un gran impacto psicológico saber que un castellanoleonés o un extremeño recibe más de doscientas cincuenta mil pesetas mientras que un valenciano, por ejemplo, no llega ni a las doscientas quince mil. Es inevitable, aunque absurdo, fantasear sobre las diferencias anatómicas o fisiológicas de ambos ciudadanos, porque es indudable que los dos tienen un tubo digestivo bastante similar. Y es que los repartos siempre son conflictivos y algo fúnebres, como ocurre con las herencias. Sería mejor plantear el tema en términos de producción y no tanto como reparto, porque siempre es más agradable multiplicar que dividir.
Y esto no es nada. Al regresar de vacaciones entramos en la recta final ante el euro. Habrá que traducir todo lo anterior y lo que venga por delante a un nuevo idioma. Las calculadoras estarán agazapadas en los sitios más sorprendentes, en los bolígrafos, junto al reloj, en las gafas de sol y hasta en el papel de las compras. Y a quien no le gusten estos aparatos, ya sabe lo que le espera, porque tendrá que canturrear de nuevo una tabla distinta de multiplicar. Pero ya sabemos que toda traducción es imperfecta, pierde algo por el camino, implica otra mentalidad. Por ejemplo, para ser millonario bastará con tener unos miles. Ya no habrá peseteros, que tendrán que reciclarse en otra moneda. En las rebajas ya no podremos ahorrar pelas, porque todos nos quedaremos sin pelas. Es otro idioma más que tenemos que aprender y que sólo conoceremos bien cuando ya no sea necesario traducirlo, cuando pensemos directamente en euros. Por entonces la peseta será una lengua muerta, que ocupará su lugar junto al latín y el griego.
Los números pueden representar cualquier cosa, se pueden referir a lobos financieros, a caperucitas inversoras o a tubos digestivos autonómicos. Pero en cualquier caso, lo que parece inevitable es que estaremos bailando con números durante bastante tiempo.
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