'¡Pasen, pasen y vean cómo se vende droga!'
En la explanada entre Campanar y Mislata, la Feria consume sus días sin público por la presencia de toxicómanos
El pulpo, el sapito loco, el Rancho Apache, el tiro, los columpios con cadenas y hasta los autos de choque dibujan un siniestro paisaje en la explanada de la avenida de Campanar, donde está instalada la feria. Las atracciones están cerradas hasta casi las ocho de la tarde. Entre los hierros y chapas que sustentan las fantasías de los más pequeños deambulan los feriantes y los toxicómanos. A menos de 20 metros, centenares de personas se agolpan en busca de droga y otras tantas se esconden entre las cañas para suministrársela.
En la feria, sólo los puestos de mazorcas, helados y chucherías captan el capricho de los niños. Los mayores que les acompañan no quieren que descubran el tren de la bruja o el castillo encantado. De camino a un corto viaje de ilusión en vacaciones se cruzan con quienes acaban de pincharse.
La entrada a la feria es la misma que permite el acceso al mercadillo de droga instalado en Campanar-Mislata. El tráfico continuo hacia las cañas deja sin público a las casetas de la feria.
'No imaginábamos que nos íbamos a encontrar esto. No viene nadie. Es una ruina. Llevamos aquí desde el día uno y no recuerdo un sitio en el que haya venido menos público. Nos instalamos aquí desde hace cuatro años. Siempre nos ha ido muy bien. Abríamos a las cinco de la tarde y esto estaba vivo, lleno de niños. Ahora... ni el gato', explica Paco, feriante de raza que pasa las horas vigilando una especie de gusano que recorre hacia delante y hacia atrás unas vías elevándose sobre el suelo. Las vistas desde su atracción son perfectas para descubrir qué ocurre cuando pasas el barranco que les separa de las cañas.
En el recinto no hay vigilancia y varios puestos han recibido ya la visita de los ladrones. 'Se meten por entre los hierros, en las casetas donde dormimos. Tenemos que hacer ronda durante toda la noche para vigilar esto. ¿Cómo puede ser que el Ayuntamiento consienta esto? Si yo mismo no vendría aquí con mis hijos, ¿cómo entienden las autoridades que van a venir los vecinos?', dice Paco.
De su misma opinión es el responsable de una especie de montaña rusa pero con agua y barquitas. 'Estamos de brazos cruzados. Ni siquiera el día que hemos puesto los tiques a 150 pesetas hemos tenido público. No me sorprende. Aquí la atracción es otra', cuenta mientras señala a tres toxicómanos muy deteriorados apostados justo delante de su atracción.
'Pasen, pasen y vean... esto no es el circo, esto es la vida real. ¿Hay alguien que pueda disfrutar con esto?', se pregunta una mujer que coloca muñecos de trapo y recoge del suelo restos de papel aluminio quemado.
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