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VISTO / OÍDO
Columna
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Mujeres

Los primeros desnudos femeninos en el teatro de calidad por actrices serias me alegraron mucho. Me parecía una conquista de un cuerpo siempre cubierto, a veces maldito por los padres de la Iglesia; el síntoma claro de que Franco había muerto. La mujer recuperaba un derecho al cuerpo, a su ser. No cesan. Hoy me sorprendo de que sean mujeres las que se opongan, y denuncien su uso por la publicidad; el abuso de la imagen para vender café, tabaco o coches, cuando forma, para las personas de mi edad, y no necesariamente varones, una libertad, una alegría, una belleza. Los pechos al aire en playas y piscinas chocan con el extremo contrario, el de las afganas o las iraníes, donde el islam se ha convertido en dictadura, como aquí el catolicismo, que aún conserva sus malos hábitos, como los que Wojtyla comunicó a Bush en su charla cuando se vieron tras el escándalo de Génova: no he leído que el Papa condenara la bestialidad y el crimen de los guardias. Pero sí las píldoras.

Muchas personas de mi edad, y de menos, recordarán la época de la represión española de la mujer: cuando no se las podía citar en un café porque no se atrevían a entrar solas; y no iban en un taxi solas con un hombre, y cuando los trajecitos tenían que ser largos y con manga hasta la mano. He tenido que prestar mi chaqueta a una holandesa que quería visitar la catedral de Toledo (y a mí no me dejaron); cuando había que proteger a alguna turista porque en los pueblos les tiraban piedras por su descoco. Una señorita que se ocupaba de mis hijos no quería salir sin un paquete en la mano, para que pareciera que iba a un recado y no a pasear.

Después de muerto Franco, aún se las llevaba la policía a instancias de la familia. En la Reconquista hubo un sincretismo judío-musulmán-cristiano que se unió por ahí. Y hace unos días escuché al rabino Garzón en la ciudad de Ronda explicar el concepto de sociedad sefardí como pirámide y de la mujer como centro del hogar y guardia de la tradición. Parecen cuestiones secundarias, pero la esperanza de libertad es indivisible. No hay más razón para la prisión continua de la mujer en ciertos países que tener en la esclavitud sexual y laboral a la mitad de la población, y la de no compartir con esa mitad riqueza, poder, mando.

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