Anti-G
Estar contra la globalización es como oponerse a los seísmos, luchar contra las erupciones volcánicas o hacer frente común ante las tormentas tropicales o los accidentes de tráfico, una gloriosa pérdida de tiempo. Los mal llamados movimientos antiglobalización no son tales, aunque así les denominen sus enemigos, los pretendidos globalizadores que, a la hora de la verdad, abjuran de sus principios e impiden la libre circulación de los ciudadanos, que se oponen a su forma de globalizar, dando muestras de su pertinaz y peligrosa inconsecuencia.
Los denigrados manifestantes, que presuntamente se oponen a los estatutos de la nueva aldea global, demuestran con su movilidad de globe trotters, que diría Lucas, ser auténticos ciudadanos del mundo que ignoran las fronteras, tal como propugnan sus farisaicos rivales que, cuando se sienten rodeados, son los primeros en abominar de sus planteamientos, recurren al estado de excepción y cancelan temporalmente los acuerdos del Tratado de Schengen hasta que escampe.
Los anti-G (G de G-8) madrileños que no pudieron desplazarse a Italia salieron a manifestarse por la calle de Génova que les quedaba más cerca, por la coincidencia onomástica y quizá también porque en este tramo de los antiguos 'bulevares' se encuentra la sede del Partido Popular, que engloba a los globalizadores más entusiastas y cuyo líder eximio es uña y carne con el condottiero Berlusconi y fan acérrimo del presidente Bush.
En Madrid, decir Génova es decir PP y decir Ferraz es decir PSOE, aunque esta vez en los informativos de algunas cadenas de televisión, que dieron parca noticia del evento, no se hiciera mención de la infeliz coincidencia. La fantasmal manifestación madrileña debió transcurrir de forma pacífica y sin que se registraran graves incidentes. Si se hubieran registrado, los telediarios habrían dedicado más minutos y más énfasis al suceso.
Todo parece indicar que próxima reunión de los globalizadores se celebrará en un remoto y mal comunicado lugar del globo, de tapadillo, como si fueran conspiradores preparando un complot y no representantes elegidos democráticamente de los países más prósperos del planeta. Sería una lástima, un desprestigio y un desperdicio, porque en este orbe globalizado, y pese a los riesgos que conlleva, deben existir numerosas urbes dispuestas a hacerse cargo del paquete.
Los riesgos y los daños quedan suficientemente compensados por la fama y la publicidad que comporta ver el nombre de la ciudad elegida a todas horas en todos los medios de comunicación, en las primeras páginas y en las cabeceras de los noticiarios. Además, se puede hacer negocio porque los anti-G son también turistas, aunque un tanto especiales, que algún dinero se tienen que dejar en viajes, comidas, bebidas y, algunos, en alojamientos. A lo que hay que sumar el gasto que hacen los participantes en la cumbre con sus comitivas y los periodistas enviados a cubrir el acontecimiento.
Madrid, por si no prosperara su candidatura olímpica, podría presentar su opción para un próximo encuentro de los más poderosos, así el presidente Aznar incrementaría su colección de fotos con famosos, Piqué tendría oportunidad de perfeccionar su técnica cabeceadora, Álvarez del Manzano exhibiría orgulloso su pericia y su experiencia levantando fosos, murallas, vallas, barricadas, parapetos y alambradas y el señor Ansuátegui viviría su mejor momento como contundente estratega antidisturbios al frente de una fuerza bien entrenada. Claro que Barcelona podría ser una fuerte competidora en este terreno, porque su homóloga en la ciudad condal, la delegada Valdekasas, azote de okupas y martillo de libertarios, no hace más que acumular méritos últimamente. Si el G-8 eligiese Madrid como sede para una de sus tumultuarias convocatorias, la policía nativa tendría que esforzarse para quedar a la altura de sus expeditivos colegas genoveses, que según el relato de uno de los españoles detenidos, golpearon, escupieron, vejaron y amenazaron de muerte a sus víctimas obligándoles a gritar 'Viva il Duce [Benito Mussolini] ', inaudita y sospechosa contraseña en labios de estos defensores de la ley global dentro de un orden nuevo.
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