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Tribuna:LA MÁQUINA HUMANA | Decimoquinta etapa | TOUR 2001
Tribuna
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Jefe, que no me suben las pulsaciones

'El atleta pierde su vitalidad. Le cuesta concentrarse o fijar su atención en algo. Se levanta cansado porque apenas ha dormido por la noche. Sus ojos están algo hundidos. Su carácter, mucho más irritable que de costumbre... Y, sobre todo, pierde peso. Incluso de un día para otro, y ni comiendo lo recupera. Lo más llamativo es que son necesarias semanas, incluso meses, para que se recupere del todo'. Así de bien describía en 1923 un estudioso del deporte, McKenzie, algunos de los signos y síntomas de lo que hoy conocemos como síndrome de sobreentrenamiento o fatiga crónica. ¡Seguro que por aquel entonces ya había deportistas sobreentrenados! Por ejemplo, en el Tour de aquel año, con 5.386 kilómetros en 15 etapas, pasando por los Alpes y los Pirineos, sólo 48 corredores, de los 139 que comenzaron la prueba, fueron capaces de llegar a París. Tan intuitivo era McKenzie, que atribuía el sobreentrenamiento a una especie de envenenamiento del sistema nervioso. Lo mismo que un eminente bioquímico de Oxford, Newsholme, unos setenta años después. En efecto, ahora sabemos que una sustancia, el triptófano, invade el cerebro del sobreentrenado. Una vez dentro, se transforma en un neurotransmisor, la serotonina, capaz de deprimir y adormecer al cerebro: es el envenenamiento o atontamiento que describía McKenzie.

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El ciclista se mantiene a salvo del temido sobreentrenamiento siempre que sea capaz de recuperarse de un día para otro, en las escasas 18 horas de que dispone entre el final de una etapa y el inicio de la del día siguiente. Y esto lo consigue en gran medida equilibrando las energías gastadas durante la etapa con las que consume en las comidas. Durante muchos días, como los de las típicas etapas llanas de cuatro o cinco horas de duración, sí puede alcanzar este equilibrio energético: debe comer unas 6.000 calorías al día, las mismas que ha gastado. ¿Qué significa comer 6.000 calorías en un día? Unas 19 hamburguesas con queso para el que le guste la comida rápida o 60 huevos fritos para los más castizos. El problema viene a partir de la segunda semana: llegan las maratonianas etapas de montaña. Algunas, de más de seis horas, o lo que es lo mismo, 8.000 y hasta 9.000 calorías gastadas al día, o 90 huevos fritos... No hay tiempo para tanta comida. Y llega el desequilibrio energético.

¿Qué hace el cuerpo en esta situación doblemente estresante (al estrés de las etapas se suma el estrés de la desnutrición)? Sacar energía de donde sea. Por ejemplo, de su propia masa muscular. Para ello, la glándula suprarrenal, que es la que se activa en las situaciones de estrés, ha de trabajar a todo trapo, produciendo grandes cantidades de una hormona, el cortisol, que es capaz de quemar (o catabolizar) las propias proteínas del cuerpo, como las que componen el tejido muscular, con tal de obtener energía. Mal asunto: el ciclista pierde peso enseguida (pues el músculo que se está empezando a consumir pesa más que la grasa), y fuerzas. Tanto trabajan las suprarrenales que al final del Tour pueden llegar a agotarse. Entre las hormonas que sufren esta situación de agotamiento o regulación a la baja está la adrenalina. Su misión es, entre otras, acelerar el corazón y hacerlo bombear con fuerza. Así, cuando el ciclista está fuerte, el pulso le sube rápido en los puertos y aguanta bien el sufrimiento: sus glándulas suprarrenales están intactas. En cambio, si a pesar de pasarlas canutas el pulso no le sube como de costumbre, hay que empezar a preocuparse: el sobreentrenamiento acecha. Por ejemplo, es el caso del ciclista acostumbrado a subir los grandes puertos a más de 180 lpm (latidos por minuto) y que de un día para otro comprueba que no puede pasar de 165 lpm. 'Hoy no me sube el pulso', se queja entonces al médico del equipo.

El sobreentrenamiento lleva a una situación paradójica, aparentemente absurda: cuando el cuerpo necesita estar activado y despierto (por el día, en plena etapa), la serotonina lo tiene deprimido y no hay suficiente adrenalina como para activarlo. De hecho, no suben las pulsaciones. Por la noche, cuando necesita descansar, el cortisol sigue trabajando hasta agotarse, intentando sacar energías del propio cuerpo, ya que las calorías que vienen de la comida son insuficientes. Así, el ciclista se despierta con el pulso elevado (por ejemplo, 50 en vez de 30 lpm). Algo así como si hubiera tenido etapa también por la noche.

Alejandro Lucía es fisiólogo de la Universidad Europea.

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