El bloqueo de Yago Lamela
El asturiano coge vacaciones anticipadas para meditar sobre su frustración de los últimos meses
Una semana después de alcanzar una cota inimaginable en el atletismo español, Yago Lamela comenzó un descenso imprevisto que le ha traído duras consecuencias para su carrera y para su vida. En el Mundial de Sevilla 99, ningún atleta había generado tanto entusiasmo. Fueron seis meses de celebridad inesperada. Casi sin previo aviso, Lamela convirtió el salto de longitud en un fenómeno social, producto de la rareza que suponía ver a un español con marcas siderales. Por dos veces superó la barrera de 8,50 metros, frontera que separa a los buenos de los grandes. Sólo dos europeos, el armenio Robert Emian y alemán oriental Lutz Dombrowsky lo habían logrado hasta 1999. Saltador de carácter vehemente, con el punto de arrogancia para desafiar a estrellas como Pedroso, confirmó en Sevilla su calidad con un segundo puesto. Una semana después acudió a la reunión Van Damme de Bruselas. Se sentía mejor que nunca. Había superado la extrema presión del Mundial, y ahora podía saltar libremente. Sin embargo, aquel día fue nefasto. Sufrió una grave lesión que le trajo consecuencias insuperables. Su recuperación fue tan difícil como angustiosa, a contrapelo de los Juegos Olímpicos. En aquella mañana desapacible de Sydney, Lamela no pudo clasificarse para la final. No alcanzó los ocho metros. El sábado, en los Campeonatos de España, tocó fondo. Acudió a Valencia, se preparó para competir, pero no saltó. No pudo. Apenas dos horas más tarde, decidió con su entrenador, Juan Carlos Álvarez, que era el momento de cerrar la temporada. Cambiará los Mundiales de Edmonton y las reuniones de agosto por unas vacaciones fuera de España, en algún sitio donde pueda desenchufar y meditar sobre el vértigo y la frustración de los últimos meses.
El bloqueo de Lamela parece más relacionado con el plano mental que con el físico o técnico. Juan Carlos Álvarez asegura que todas las pruebas son satisfactorias. Pero algo no funciona. Quizá sea la ansiedad por recuperar las marcas perdidas, o quizá acuse el efecto de un año que ha cambiado su vida radicalmente. En otoño abandonó Avilés y a Juanjo Azpeitia, el entrenador que había dirigido su carrera desde niño. Fue una despedida tormentosa de Asturias, donde Lamela recibió críticas muy dolorosas.
A última hora del sábado, Yago se tomó un par de cervezas con su entrenador. Le confesó que había llegado a un punto sin retorno. Desde su llegada a Madrid, ha buscado la manera de quitarse lastre, de comenzar una nueva vida, tanto en el plano personal como en el deportivo. Pero no ha podido con las dificultades. Su decepcionante actuación en la Copa de Europa, donde terminó en última posición, le afectó visiblemente. Acudió a un psicólogo -'algo que es habitual en los deportistas de primer nivel', dice Álvarez- para vencer las resistencias, pero todo ha sido demasiado rápido, sin tiempo para encontrar el botón que devuelva a Yago Lamela al lugar que le corresponde.
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