Culpable de inocencia
La comedia de la inocencia se dio a conocer hace un año en el Festival de Venecia, donde ambicionaba más de lo que finalmente se llevó, pero lo cierto es que obtuvo el mejor premio posible: fue bien acogida por la gente festivalera, que suele entender de cine. Es una película brillante, que juega inteligentemente con la luz de la imagen y su espejo sombrío, situándose en una difusa frontera entre lo real y lo fantástico o, más exactamente, lo ilusorio, la movediza materia de las alucinaciones. En este territorio metafórico, Raoul Ruiz, chileno instalado desde hace décadas en el cine francés, recupera su inclinación por el relato nebuloso, de contornos imprecisos o suavemente crípticos, pero esta vez atemperado por un trabajo de puesta en escena en el que hay ambición de transparencia, de busca de aire clásico, lo que rompe o cuando menos matiza su viejo gusto por el rizo retórico y por las ganas de buscar originalidad a toda costa, que caracterizaron la primera etapa de la filmografía de Ruiz. Desde hace unos años, el cineasta chileno se ha instalado en un territorio formal más equilibrado y menos retorcido y pomposo, y hay probablemente por eso en esta su etapa de madurez cine mejor y más libre que en la supuesta etapa libertaria y rompedora de su juventud, en la que abunda la pirotecnia visual hueca.
LA COMEDIA DE LA INOCENCIA
Director: Raoul Ruiz. Intérpretes: Isabelle Huppert, Jeanne Balibar, Charles Berling, Nils Hugon, Edith Scob, Denis Podalydes. Género: drama. Francia, 2000. Duración: 100 minutos.
Es La comedia de la inocencia un relato extraño y singular. Cuenta la chocante historia de un niño que dice tener dos madres y pide a la que hasta ahora ha ejercido su maternidad que le conduzca a la otra. No hace falta decir el berenjenal de equívocos, tensiones y emociones cruzadas que desencadena la sorprendente capacidad profética del liante y retorcido niño, que pone patas arriba algunos intocables sagrarios de la buena conciencia y la armonía de la vida burguesa de paredes adentro.
Lo mejor del filme, como de costumbre cuando esta formidable mujer entra en una pantalla, es la presencia de Isabelle Huppert, actriz últimamente en estado de gracia, que vuelve a alcanzar aquí un insuperable trenzado de dominio del oficio y de despliegue de ingenio gestual. No es equiparable su creación en La comedia de la inocencia a los prodigios que hizo en Un asunto de mujeres, La ceremonia, No va más y La pianista, que han convertido a Isabelle Huppert en una de las más grandes intérpretes del cine europeo de ahora y de siempre, pero no hay que desdeñar la facilidad con que elabora esta compleja composición, pues reduce a pleno estado de sencillez y transparencia un personaje desconcertado y fracturado, que en manos de otra actriz y desarrollado con patetismos y retóricas, se habría hecho opaco e insignificante. Emerge el rostro de Isabelle Huppert y una vez más brota el puro cine sin ruido ni furia; y de una película de fondo esotérico e inquietante mana mansamente gracias a ella la delicada energía de lo creíble, de lo vivo, de lo inteligente.
Babelia
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