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El reloj árabe-israelí

David Grossman

Una leyenda judía cuenta que un día, en una aldea perdida, se estropearon todos los relojes. Los primeros días, la gente trataba de ajustar los relojes en función del sol o la luna, pero enseguida se cansaron. Sólo un hombre, el tipo más raro de la aldea, no cejó en el empeño y durante muchos días siguió ajustando su reloj, hora tras hora, intentando ajustar con precisión el reloj a la hora correcta. Cuando finalmente llegó el relojero a la aldea consiguió ajustar todos los relojes únicamente gracias al extraño comportamiento de aquel hombre que no se desesperó y no se cansó.

La semana pasada se reunieron en Ramala unas cincuenta personas entre israelíes y palestinos, a las que mucha gente ve como unos tipos raros -incluso traidores- que, con una esperanza que muchas puede parecer ingenua, se obstinan todavía en 'ajustar los relojes' en medio de la locura de los combates.

Cincuenta intelectuales y escritores israelíes y palestinos se reunieron para dialogar por primera vez tras nueve meses de desconexión casi absoluta.

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En una habitación no muy grande, en suelo bajo la Autoridad Palestina, cerca del puesto fronterizo con Israel, estuvieron conversando algunos de los principales representantes del movimiento pacifista israelí con sus colegas palestinos. Juntos hablaron con toda sinceridad sobre lo que estaba pasando y sobre cómo se sentían.

Los palestinos se quejaron de la crueldad de la ocupación israelí, de que la izquierda no consiguiera convencer a la mayoría de los israelíes de lo justas que eran las reivindicaciones de los palestinos y, por último, de que, en la cuestión de los refugiados, la izquierda israelí siguiera la opinión oficial y generalizada en Israel y, por ello, rechazase de lleno el 'derecho de retorno'.

Los israelíes, por su parte, se quejaron de la increíble facilidad con la que Arafat, en septiembre pasado, pasó a la vía de la violencia, denunciaron el terror asesino e indiscriminado de los kamikazes e intentaron explicar el terror con que vive la sociedad israelí, y no a causa del pequeño Estado palestino que pueda en un futuro surgir, sino debido a las expresiones de odio y las llamadas explícitas al exterminio del Estado de Israel que se pueden oir en Irak, Libia o Irán.

Las quejas, tanto de unos como de otros, no eran nada nuevas. Tan conocida como deprimente era esa sensación de que cada uno de los lados está absolutamente preso de sus miedos y de su historia, y que eso hace que le cueste tanto entender realmente al otro.

Muchos de los allí reunidos han envejecido bastante tras tantos años de encuentros, deseos de diálogo, esperanzas, decepciones, guerras, atentados, humillaciones... Es fácil suponer que, si yo hubiera sido palestino, habría sentido y pensado seguramente como los palestinos que estaban conmigo en esa habitación. Y, que si el portavoz del Gobierno de Arafat fuera israelí, habría argumentado como lo hizo Amos Oz: 'La izquierda en Israel ha luchado durante años para convencer de la legitimidad de la existencia de un Estado palestino, y ahora, cuando reclamaís el 'derecho de retorno' para los refugiados, poneís en tela de juicio el derecho de la existencia del Estado de Israel'.

No obstante, fue un encuentro importante. En primer lugar, el hecho de que tuviera lugar era ya de por sí importante, porque en estos días en que casi el único diálogo entre israelíes y palestinos se establece a través de disparos, en estos días de odio y difamación recíprocas, era importante escuchar otras palabras, palabras de prudente esperanza, de comprensión del dolor del otro; palabras, en definitiva, que denunciasen esos hechos horribles que cometen los más ignorantes de entre tu pueblo. No menos importante fue ver el rostro del otro, salir de la trampa del terrorismo, de los clichés que asumimos arrastrados por el miedo, y recordar, por ejemplo, que hasta hace un año hablábamos con ellos de forma totalmente distinta y que, tras prolongados encuentros, en más de una ocasión logramos hallar una fórmula que nos permitía vivir uno junto al otro, en paz, confiando y respetándonos mutuamente. Recordar también que hace cinco meses, en Taba, se estuvo a punto de alcanzar un acuerdo global y preciso que hacía frente a los problemas más graves de este conflicto. Pero, sobre todo, conseguimos recordar que la lucha entre israelíes y palestinos no es, en realidad, ver 'quién logrará matar más', o cuál de los dos pueblos es más 'víctima', o quién incumplió mayor número de veces los frágiles acuerdos que se han ido firmando. Las personas que se reunieron en esa habitación de Ramala volvieron a recordar -y es muy posible quetambién otros más en ambos pueblos- el objetivo fundamental: la idea de la paz.

Es sorprendente lo fácil que se olvida la paz y lo pronto que uno se cansa de luchar por ella. Los inmensos brotes de odio y violencia han logrado que hoy día sean muy escasos los palestinos y los israelíes que recuerden qué es lo que pueden esperar. En ambos lados se habla con una extraña vehemencia de que no queda más remedio que luchar uno contra otro, como si las numerosas guerras que hemos vivido hubiesen solucionado algún problema, siendo así que en realidad lo que hicieron fue alimentar más el odio y la violencia.

En el encuentro del otro día se oyeron las viejas acusaciones de siempre, pero de una forma que quizá pueda servir de consuelo: no hubo sólo acusaciones y recriminaciones mutuas. Los unos escucharon a los otros y, a veces, llegaron incluso a bromear juntos proponiendo un intercambio de dirigentes. El conflicto adoptó sus vertientes más íntimas y dolorosas, y se pudo ver que parte de lo que se habló caló y traspasó la barrera del miedo. En las llamadas de teléfono que recibí después, tanto de israelíes como de palestinos, noté cierta suavidad en el tono, algo que llevaba nueve meses sin escuchar. Unos y otros descubrimos que no es cierta esa frase tan repetida en ambos lados de que 'no hay con quien hablar'; no sólo hay de lo que hablar, sino que también hay con quien.

No podemos dejarnos arrastrar por el optimismo. La voz de los más moderados en los dos lados es hoy muy débil. El ambiente que se respira en la zona es de preguerra. La contención israelí -que en el fondo no es tal- se parece a la contención del arco cuando se está a punto de tirar la flecha. A su vez, los palestinos rompen multitud de veces al día el acuerdo Michel y el acuerdo de alto el fuego. Ni siquiera en la reunión de Ramala se consiguió firmar un documento donde se acordasen unos principios, debido fundamentalmente a que los palestinos se negaron a que en él se recordase el derecho de Israel a ser el Estado de los judíos.

Con todo, en medio de esta inmensa oscuridad que va cayendo sobre nosotros ha brillado un pequeño rayo de luz. Un rayo aislado. Una única acción, de momento, para tratar de 'ajustar los relojes'.

David Grossman es escritor israelí

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