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Héroes anónimos del siglo XX

Francesc de Carreras

(A Gregorio López Raimundo, Miguel Núñez, Pere Ardiaca, Joan Pagès y tantos otros comunistas, héroes anónimos durante muchos años, en el 65º aniversario de la fundación del PSUC)

La novela de Javier Cercas Soldados de Salamina (Tusquets, Barcelona, 2001) es objeto de muchos comentarios en las últimas semanas. Se trata, sin duda, de una obra excelente, con una intriga bien trabada, un buen ritmo narrativo, entretenida y bien escrita. Además, sin ser propiamente una novela histórica, está centrada en un episodio de los días finales de la guerra civil y recrea con imaginación literaria, pero de forma ajustada y convincente, hechos reales que, a través sobre todo de pequeños detalles, nos permiten comprender la absurdidad de toda guerra y, muy especialmente, de la guerra civil española, la dificultad de determinar quién es tu amigo o tu enemigo, la horrible tragedia de un final desgraciado y los horrores de la primera posguerra.

Los comunistas, esa raza de sentimentales decentes que, cuando hace falta, se convierten en héroes, no están en fase de extinción: siguen ahí, en los más diversos rincones del planeta

El episodio histórico que centra la intriga novelesca es el fallido fusilamiento del escritor, y entonces alto jefe de la Falange, Rafael Sánchez Mazas, gracias a que el soldado de las tropas republicanas -miembro del famoso Quinto Regimiento del general Líster- que le persigue tras su huida, en lugar de dispararle al ser capturado, tras mirarle fijamente a los ojos, le perdona la vida. La novela trata, en síntesis, de indagar el sentido de esta mirada y encontrar las razones de este gesto.

Este artículo no pretende hacer un comentario de la obra de Javier Cercas, sino, a propósito de su extraordinaria novela, reivindicar la figura de un héroe del siglo XX hoy olvidado o, peor todavía, menospreciado: este artículo pretende ser un elogio del comunista.

Sería una grave injusticia histórica que la imagen de comunista que pasara a la memoria colectiva fuera únicamente la del oscuro funcionario de la nomenklatura soviética, o la del revolucionario fracasado en países del Tercer Mundo, o el ideólogo utópico al servicio de causas que se han perdido para siempre, aunque todos ellos sean personas, en principio, perfectamente respetables. El comunista al que me refiero tiene otro talante: es aquel luchador de causas a la postre ganadas al que la sociedad no le ha reconocido su papel. Como sabemos -por Marx, entre otros-, los movimientos históricos de fondo son muy lentos y aquello que aparece en un momento como un avance sin retroceso posible es derrotado al cabo de unos años. Pero esta derrota, producida por un avance de los intereses contrarios, nunca es definitiva, sino que genera fuerzas que, tarde o temprano, volverán a aparecer como triunfadoras aunque no lo serán para siempre. Y vuelta a empezar por el mismo comienzo...

Esta forma de progresar, lenta y contradictoria, exasperante a veces, este andar siempre a trancas y barrancas galopando siglos, tiene unos protagonistas que figuran en las letras de molde de la historia, cuyos nombres todos conocemos, pero también tienen otros, desconocidos e ignorados, simples obreros de la revolución sin empleo fijo, a punto siempre del despido cuando se desvanece el momento épico en que parece posible cambiar la historia para así poder cambiar también la vida, la puta vida. A éstos me refiero y les llamo comunistas, sea cual sea el matiz de su ideología revolucionaria. En el siglo XX han pasado por todo: por la revolución soviética, por el espartaquismo, por el trotskismo, por el estalinismo, por el anarquismo de la FAI, por el POUM, los maquis, la resistencia francesa, los partisanos italianos, la revolución cubana, el PCI, el maoísmo, la primavera de Praga y la fe en la perestroika. Quizá muchos de ellos no se han detenido suficientemente a pensar en tácticas, estrategias e ideologías, aunque no pararan de hablar constantemente de todo ello. Su obsesión era, como dice Cercas, ir hacia delante, 'sin saber muy bien hacia dónde, ni con quién, ni por qué, sin importarles mucho siempre que fuera hacia delante, hacia delante, hacia delante, siempre hacia delante'. Estos héroes anónimos, que en su lucha han encontrado la muerte ('todos muertos, muertos, muertos, muertos, todos', repite obsesivamente el gran héroe de la novela) con tanta frecuencia, son grandes protagonistas de los avances políticos y sociales de nuestro siglo: lucharon contra los fascismos y las dictaduras, estuvieron siempre al lado de los más pobres y oprimidos, exigieron justicia en las situaciones más difíciles y comprometidas, fueron los imprescindibles disidentes de los regímenes totalitarios, estuvieron siempre dispuestos a dar su vida por defender sus ideales. Y todo ello lo hicieron porque -como dice Cercas- eran conscientes de que 'la civilización pendía de ellos, estaban salvándola y salvándonos, sin saber [ni importarles, añado yo] que su recompensa final iba a ser una habitación ignorada de una residencia para pobres en una ciudad tristísima de un país que ni siquiera era su país y donde nadie (...) les echaría de menos'.

Nunca calcularon si su actitud les convenía o no desde el punto de vista estrictamente personal: 'En el comportamiento de un héroe hay casi siempre algo ciego, irracional, instintivo, algo que está en su naturaleza y a lo que no puede escapar', dice Roberto Bolaño en el libro de Cercas. Así fueron ellos. Pero hoy 'nadie se acuerda de ellos, ¿sabe? Nadie. Nadie se acuerda siquiera de por qué murieron (...) y, menos que nadie, la gente por la que pelearon. No hay ni va a haber nunca ninguna calle miserable, de ningún pueblo miserable de ninguna mierda de país que vaya a llevar nunca el nombre de ninguno de ellos'.

El gran personaje de la novela de Cercas -que se contrapone a la miseria moral del presuntuoso, cínico y cobarde Rafael Sánchez Mazas- ni siquiera se permite la pequeña vanidad final de revelar su secreto: mostrar como un héroe de verdad no puede permitirse a sí mismo matar a otro hombre si le mira fijamente a los ojos.

Pero la historia sigue. A estas alturas no es fácil confiar en la naturaleza humana, aunque sin duda hay excepciones que te reconcilian con ella. Los comunistas, esa raza de sentimentales decentes que, cuando hace falta, se convierten en héroes, no están en fase de extinción: siguen ahí, en muchos lados, en los más diversos rincones del planeta. Por favor, no les dediquemos ninguna calle, no nacieron para esto. Mejor encontrarlos literariamente vivos en las buenas novelas.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional en la UAB.

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