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Columna
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Del síndrome de California a la amenaza nuclear

Plantear escenarios problemáticos o catastróficos, e incluso crear auténticos problemas con el objetivo de aparecer más tarde vendiendo soluciones es un asunto casi tan viejo como la humanidad. En los últimos tiempos nos hemos acostumbrado -y hasta resignado- a comprar costosos programas informáticos para defendernos de los virus que, en ocasiones, son introducidos en el sistema por quienes luego inventan la solución; muchos agricultores se ven obligados a comprar pesticidas y plaguicidas a las mismas compañías que les venden semillas de alto rendimiento que, sin embargo, apenas resisten las enfermedades; los bancos y compañías de seguros se afanan en vendernos planes privados de pensiones bajo la amenaza de quiebra del sistema público, mientras los auténticos expertos explican a quien les quiera oír que, de haberla -lo que depende de varios factores cuya evolución es hoy imprevisible-, tal crisis no se dará sino a partir de 2025, lo que da margen para estudiar más pausadamente las distintas alternativas. Es parte del marketing moderno: cree usted una necesidad, y luego dedíquese a vender.

Viene esto a colación de las informaciones publicadas durante las últimas semanas que amenazan con apagones eléctricos durante este verano, principalmente en las zonas ribereñas del mediterráneo. Vamos, lo de California pero en versión española. Lo curioso del asunto es que, a renglón seguido, aparecen diversas voces, como la de Alfonso Cortina que, imitando al inefable Bush, nos dicen que ello es irremediable si no se replantea la construcción de centrales nucleares. Ya se sabe, a río revuelto...

Sin embargo, lo cierto es que en España se produce bastante más energía eléctrica de la que se consume. Plantear la construcción de más plantas de producción, y pretender encima que éstas sean de origen nuclear, cuando sobra electricidad, es un insulto a la inteligencia de los ciudadanos de este país. Los problemas que ahora quieren sacudirse las compañías eléctricas mirando para otra parte son de su exclusiva responsabilidad y no están en la producción sino en la distribución. En los últimos años han crecido sustancialmente los ingresos que dichas compañías perciben por distribución, a la vez que aumentaban las cargas de los consumidores por ese concepto ¿A qué han dedicado las eléctricas ese incremento que graciosamente lograron del gobierno? ¿Porqué no se ha invertido en aumentar la calidad del servicio? ¿A qué viene crear alarma entre la población con amenazas de apagones, como si el problema fuera de otros?

Cuando Alemania ha fijado para el 2020 el cierre de la última planta nuclear; cuando asistimos a un auténtico boom de algunas energías renovables, como la eólica, que para el 2010 generará en España la electricidad equivalente a siete centrales nucleares; cuando toda la comunidad científica insiste en la necesidad de reducir el consumo energético y la producción de CO2; cuando se produce más de lo que se consume; cuando sucede todo eso, aquí aparecen unos señores pretendendiendo hacernos creer que necesitamos más energía eléctrica, preferiblemente de origen nuclear, si no queremos quedarnos a oscuras.

No sólo consiguen del gobierno un modelo de regulación de la distribución que les da pingües beneficios. No sólo no tienen que hacer frente a compromisos de calidad ni a sanciones por no prestar el servicio adecuado. Encima nos amenazan con centrales nucleares. Parece que la vuelta al pasado es el signo de los tiempos, y que algunos avispados tratan de aprovechar la ola reaccionaria desencadenada por Bush para vender mercancía obsoleta por estos pagos. De momento anuncian apagones para ver si cuela. Y, por si acaso, las compañías eléctricas españolas tratan a la vez de tomar posiciones en el mercado energético de los EE UU, donde los vientos parecen soplar más favorables para sus intereses, según anunciaba el otro día Jeffrey Merrifield, consejero del Órgano Regulador Nuclear de aquél país. Incorregibles.

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