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Estado de la lengua y lengua del Estado

Félix de Azúa

Es obligado acudir a la invitación de Pilar Rahola en su artículo SOS lengua, del 7 de julio. Siendo así que piensa por su cuenta, dialogar con ella no es el sólito darse de cabezazos contra un muro. Comenzaré, sin embargo, matizando su preocupación. Yo diría que la lengua catalana está mejor que nunca, como no podría ser de otra manera. Si sobrevivió al franquismo, ¿va a matarla la democracia? Pero es cierto que tiene problemas de reconocimiento. Lo mismo le sucede al francés, que está dejando de ser lengua internacional. Y si bien el castellano, con el inglés, mantiene su posición de lingua franca, también agoniza. No de muerte extensiva, sino intensiva; no muere su cantidad, sino su calidad. Es una poderosa herramienta económica, pero cualquier campesino salvadoreño habla un español más rico y expresivo que todos los políticos, periodistas, locutores o gente de la tele de España. En el siglo XIX las lenguas eran el fundamento de las culturas nacionales. Hoy ya no lo son. Quien lea los exámenes universitarios de este año, en cualquier lengua del mundo, sabrá que se ha globalizado el analfabetismo lingüístico.

A un lado, la 'nomenklatura'; al otro, una modesta profesora más sola que un hongo. ¿Es ésta la imagen de sacrificio, de idealismo, de lucha que exige el catalán?

Pero, volviendo al catalán, ¿cuál es su problema específico? Hasta la década de 1980, quienes procedían de alguna fe comunista veían el catalanismo como un objetivo revolucionario. Defender el catalán implicaba sacrificio, ideas claras y objetivos liberadores. Hoy ya no es así. La escena de Tarragona, por citar el ejemplo de Rahola, con los rectores y otros funcionarios del establishment arropando a uno de los suyos, era una imagen terrible. Parecía una reunión de comandantes de Iberia protegiendo a un compañero de las denuncias de una pasajera. A un lado, la nomenklatura y sus coches oficiales; al otro, una modesta profesora más sola que un hongo. ¿Es ésta la imagen de sacrificio, de idealismo, de lucha que exige el catalán? No lo creo. Es más bien la evidencia de que, tras 20 años de esencialismo, el catalán se ha convertido en otra excusa de los poderosos, y el poder siempre es de la derecha. Así lo ven los jóvenes, y su apatía es absoluta. Serán analfabetos, pero no tontos. Una vez convertida en única lengua del Estado por la vía práctica, su capacidad épica de movilización se va desvaneciendo.

La astucia de Pujol al convertir la lengua en el rito de paso para acceder a las esferas de influencia de su poder es lo que, a mi entender, ha llevado a algunos intelectuales como Bohigas o Rubert de Ventós a afirmar que no son nacionalistas, sino independentistas. Ellos ven que la épica catalanista, antes patrimonio de la izquierda, es ahora monopolio de la derecha, de manera que sueñan con una Cataluña independiente, pero sin nacionalistas. Un paraíso al que se apuntaría incluso Vidal-Quadras.

De modo que nos las tenemos con una reivindicación devorada por la derecha (y los oportunistas que sólo hablan la lengua de los beneficios) y que, en consecuencia, supedita el Departamento de Cultura a la Dirección de Política Lingüística, o sea, la intensidad a la extensión, y la expresión a la dominación. El resultado es la indiferencia. Por eso me sorprende que Pilar hable de un pacto de no agresión. ¿Qué agresión? Si olvidamos el forcejeo de las burguesías, la central y las periféricas, con sus estrategias y artimañas simbólicas, ¿queda en Cataluña alguna organización que ataque al catalán? ¿Alguien protesta de lo que, por vía impositiva, se va en subvenciones? ¿Se conoce siquiera el monto de las mismas? Yo diría que en la vida ciudadana, la normalidad es absoluta. Hace mucho que no veo violencia por motivos lingüísticos, ni en la calle, ni en la universidad, ni en las casas privadas. A menos que esté presente un miembro de la nomenklatura. Entonces el pollo está garantizado.

A mediados de los años noventa firmé algunos manifiestos del Foro Babel porque me pareció que la política lingüística de Pujol culpabilizaba y humillaba a los sectores más pobres, aislados y desvalidos de la sociedad catalana. Pero hace ya muchos años que no hay manifiestos del Foro. No son necesarios. El éxito de la política de Pujol ha resuelto el problema de un modo inesperado. Ha conseguido la extensión (ya no hay un solo estudiante que no hable y escriba en catalán) y ha desactivado la movilización. Ahora, cuando los jóvenes destrozan comercios, muestran su furia contra lo lejano porque no pueden enfrentarse a lo próximo, milagrosamente idealizado en un arco parlamentario que sólo representa a la Cataluña simbólica. Pujol ha logrado que aquí sólo haya problemas simbólicos y ni un solo conflicto material. Por eso Bohigas dice que ya no hay izquierdas. Tiene razón. Y por eso hablo yo de nomenklatura. Los conflictos materiales se diluyen con el ácido de lo simbólico y la sumisión de todos los partidos a una política de grandes beneficios corporativos.

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Pilar pide la colaboración de los castellano hablantes y escribientes para vigorizar el catalanismo. No conozco a un solo castellano hablante o escribiente (bueno, conozco a dos) que no colabore, por crítico que sea con el régimen. Pero para regresar a una política intensa, antes debe cambiar el aparato burocrático y de negocios que ha impuesto la melancolía y la impotencia como únicas formas de lo político. También, por supuesto, habría que evitar que a Pujol lo sustituya su imitación posmoderna. Esa es la única esperanza. Cada vez más lejana, me temo.

Félix de Azúa es escritor.

Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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