Seguridad ciudadana, bajo mínimos
Hace unos meses, en pleno día y por la Gran Vía, una muchacaha se me acerca con un mapa preguntándome por una calle. Al acercarse siento cómo me coge de la muñeca y un grupo nutrido de compañeros suyos comienza a cercarme. Reacciono gritando y dando golpes al aire con mi ordenador portátil y el grupo se disipa. Al poco tiempo llamo a una amiga de Dinamarca. Está psíquicamente destrozada y, físicamente, lesionada grave tras un atraco que tuvo lugar en pleno día en la Castellana. Unos hombres la acompañaron en el autobús del aeropuerto y la asaltaron en pleno centro, cerca del café Gijón, llevándoselo todo, dejándola tendida y malherida. Nadie se atrevió a acercarse para ayudarla.
Llevo ahora una semana en Madrid. Un día paseo por Las Vistillas al atardecer, y veo cómo un joven corre con el bolso de una mujer delante de una nutrida cafetería. En el mismo lugar, un par de días después mi compañera habla por su móvil y de repente un chico joven se le acerca sigilosamente por detrás y de un golpe certero le arrebata de la oreja el teléfono para salir corriendo; a dos metros le espera su compinche con una moto en marcha.
Ayer, caminando por la plaza Mayor, la cartera desaparece de un bolso. Detrás, tres personas muy cerca de nosotros caminan con tranquilidad. Les interpelamos para que nos devuelvan la cartera, pero responden que les registremos, demostrando con despecho y chulería que no la llevan encima. Una ciudadana extranjera testigo de un hecho que ha visto en repetidas ocasiones me comenta la estrategia: es un grupo que pasea a diario por allí y pasan la cartera robada a otro del grupo, que escapa, mientras que ellos siguen tan contentos tras los afectados. Mi compañera les persigue mientras yo hablo con testigos, quienes comentan resignados que no hay nada que hacer aparte de cancelar las tarjetas. Llamada al 092 mientras están a la vista los delincuentes, no llega nadie; a nuevas llamadas responde un contestador. En comisaría, colas para hacer denuncia, y nos enteramos de que una familia griega ha sido afectada exactamente por el mismo tipo de robo organizado.
Lo más deprimente es la impotencia del ciudadano agredido por robos impunes. Veo a los políticos con su autoridad en el Estado y los rateros con la suya en la calle. Recuerdo las palabras de un político tras un crimen atroz reciente apelando a que el ciudadano tiene que pagar más por su seguridad personal (privada). Cercado por impuestos y por rateros, el ciudadano queda en la más incólume indefensión. Ni Madrid ni España van tan bien como algunos quieren hacernos creer.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.