Roxy Music reaparece en España con un sonido solvente y un espectáculo sin sorpresas
6.000 personas asisten al concierto de Bryan Ferry y su banda en Santiago de Compostela
No caben demasiadas dudas sobre los propósitos descaradamente alimenticios de esta gira que se inició hace tres semanas en Dublín y continuará por Estados Unidos, Canadá y Japón. Dentro de un par de meses, Ferry y sus chicos harán recuento de ingresos, volverán a casa a seguir 'cuidando de la familia', como dice el guitarrista, Phil Manzanera, y Roxy Music quedará enterrada otra vez. Una operación comercial que se puede hacer de muchas maneras y que Ferry, Manzanera y Mackay resuelven con profesionalidad y buen gusto. Los músicos de acompañamiento dan la talla, y los tres miembros originales del grupo ni se dejan llevar por un exceso de nostalgia ni son tan temerarios para desafiar el paso de los años.
En Inglaterra se ha hablado de cierta actualidad de Roxy Music por la reivindicación que del grupo de Ferry han hecho bandas como Radiohead o Pulp, pero el público juvenil español no parece muy interesado por redescubrir a estos dinosaurios que reinaron en el jurásico de los años setenta. Lo más joven que se vio en el concierto de Santiago estaba ya bien entrado en la treintena, y un considerable sector pertenecía a la generación que creció con las canciones de Ferry.
Roxy Music son británicos e impuntuales. Ya llegaron tarde a la comparecencia ante la prensa, el viernes por la mañana, y volvieron a demorarse más de veinte minutos antes de salir al escenario, pese a que el telonero, Paul Young, había anticipado media hora su actuación. Eran ya cerca de las once y media cuando Ferry empezó a cantar sentado al piano y con un traje de cuero negro. En un par de ocasiones más, Ferry regresó al teclado para protagonizar los momentos intimistas. También hizo gala de un gran fondo de armario y se cambió de ropa dos veces: a mitad de concierto se puso una americana blanca y terminó con otra plateada.
El concierto empezó con temas más antiguos y menos conocidos, interpretados con contundencia y alarde eléctrico. El espectáculo no incluía más que un sobrio juego de luces. Aunque Ferry acapara el escenario, hubo momentos para el lucimiento de todos. Manzanera, a quien su hijo de 18 años no había visto nunca tocar la guitarra, se resarció de tan larga sequía con un par de vibrantes solos y hasta un numerito a lo Pete Townsend, con amago de romper el instrumento. El saxofonista Andy Mackay también disfrutó de primeros planos, así como los otros músicos, en especial el guitarrista Chris Spedding, viejo conocido de la banda. Las notas del violín de Brian Eno -el único integrante original que no participa en la gira- sonaron un par de veces interpretadas por Lucy Wilkins, una chica que además toca los teclados.
A mitad de concierto, fueron cayendo los grandes éxitos: More than this, Jealous guy, My only love y Oh, yeah, entre otros. El público se quedó sin Avalon y Slave of love, pero la banda de Ferry -y no es un mérito menor- salió indemne de la infame sonoridad del pabellón de Sar, contra la que se han estrellado en los últimos años gente como Dylan o Smashing Pumpkins.
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