Sobre la píldora poscoital
Supongamos, en contra, claro, de los criterios científicos, que la píldora llamada poscoital es moralmente abortiva y que, por ello, hay farmacéuticos dispuestos a no venderla en sus establecimientos. Supongamos que la moral religiosa rige las leyes de la naturaleza. Supongamos que todo es moral y armonía religiosa. ¿Acaso seríamos lo que somos? Evidentemente no. Seríamos un sueño. Pero no somos un sueño -ojalá-.
Algunos científicos tienen moral y tendencias religiosas que las anteponen a determinadas aplicaciones científicas, demasiadas, si las comparamos con otros científicos sin ese tipo de tendencias, la mayoría, según las estadísticas. El caso es que los primeros, aun siendo minoría, tienen mayor eco social que los segundos. Algo comprensible en una sociedad donde los mitos mantienen su naturaleza atávica.
La moral de los farmacéuticos es muy respetable. El caso es que ellos viven en una sociedad llena de 'malditas normas democráticas' que les alejan de su sueño de amor divino. Tienen que vivir rodeados de gente con una mortal diferente a la suya. Incluso con una moral racional. Es un fastidio. Me hago cargo. Y es un fastidio porque el dogma -sea cual sea su naturaleza- siempre intenta imponerse. La discusión se excluye por principio. He aquí la eterna lucha. En la Edad Media éramos más dogmáticos que en el Renacimiento. Ahora nos hemos inventado una forma de convivencia social a la que llamamos democracia. Un evidente progreso humano salvo para aquellos que aún creen en misticismos sociales.
Yo no soy un místico. Y se me nota porque respeto las leyes democráticas de los humanos que las aceptan. Por eso no entiendo cómo el presidente democrático de nuestra comunidad, señor Chaves, que haya farmacéuticos que se niegan a vender la píldora poscoital, dado que la consideran moralmente abortiva. Deberían saber dichos farmacéuticos que, así como respetamos su objeción moral, ellos deberían respetar nuestro 'superficial respeto a las leyes laicas'. No se abrumen, señores farmacéuticos objetores. Dios nos comprende a todos. Incluso a los pecadores laicos.
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