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Columna
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Las cajas de zapatos

Quizá sea una impresión personal, pero tengo para mí que en el País Valenciano se habla poco de turismo, no obstante constituir nuestra principal fuente de riqueza. No es un asunto que se debata y cuestione en los foros profesionales, empresariales y políticos indígenas. Las referencias ocasionales suelen ser ditirámbicas o, como mínimo, felicitarias. En realidad, no hay para menos. Cada ejercicio mejora el precedente y no parece que nada amenace tan opulento como dilatado ciclo. Por si hubiese alguna duda, periódicamente se encarga de aventarla el subsecretario de este negociado, Roc Gregori, auténtico dechado de euforias, que para eso está. No habiendo problemas, ¿para qué, pues, invocarlos?

Sin embargo, una cosa es mentar innecesariamente la bicha, digo de los problemas, y muy otra anticiparse a ellos ejercitando la prospectiva y el análisis de tendencias, que sin duda practicarán los interesados para su consumo particular. Pero de tales observaciones poca cosa trasciende a la opinión pública, ni siquiera a la mejor informada. De ahí lo llamativas que han resultado las reflexiones del presidente de la cadena Sol Meliá, el empresario balear Gabriel Escarrer, efectuadas en el curso de un seminario sobre naturaleza y turismo celebrado en Santo Domingo, la capital de la República Dominicana, y copatrocinado por Bancaixa, lo que nos sugiere que eso de la globalización ya compromete incluso nuestros modestos ahorros. Pero a lo que íbamos.

Ha dicho el mentado líder turístico que, en adelante, los hoteles no se construirán siguiendo el modelo de las cajas de zapatos, sino que se impondrán las instalaciones horizontales integradas en la naturaleza, en su entorno. El turista, asegura también, huye de la masificación, de la contaminación acústica y de la arquitectura vertical a menudo embutida entre otras arquitecturas similares y competitivas en punto a falta de espacios abiertos y verdes. O sea, que nos avecindamos a un turismo más selectivo, menos gregario y seguramente más consumidor, pero de calidad. Ignoramos si el cualificado patrón citó alguna zona en concreto o sólo fue un mensaje urbi et orbe para que cada quién se rascase donde le pica.

En este sentido sería del género autista no darnos por aludidos, siendo como somos una potencia turística que responde casi exclusivamente a un modelo desarrollista concebido 50 años atrás para atraer masas ingentes de clientes. Tal es nuestra especialidad y es en ella donde obviamente hemos alcanzado una indudable primacía y un parque extraordinario de cajas de zapatos sembradas a voleo a lo largo del litoral sin la menor previsión medioambiental. Eso es lo que hay y, además, unánimemente bendecido por los industriales hosteleros, convencidos de que ésta, y no otra, es la oferta más adecuada. La demanda y las cuentas de explotación abonan este parecer, por no aludir a la irreversibilidad de nuestra realidad.

¿Quiere esto decir que el diagnóstico del señor Escarrer no nos concierne, que hemos de renunciar por fuerza y gusto a ese mercado de calidad que se pespunta, en beneficio de la masificación, el ruido y el desdén por el paisaje? El asunto invita, cuanto menos, a un debate.

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