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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

<i>Oposición tranquila</i>

El peculiar estilo de oposición de Rodríguez Zapatero dio un tono insólitamente tranquilo al debate sobre el estado de la nación, iniciado ayer. Era el primero de este formato tras la mayoría absoluta alcanzada el año pasado por Aznar, y el estreno del nuevo secretario general del PSOE, elegido hace 11 meses. Ambos estuvieron a la altura esperada, lo que no es necesariamente un reproche, pero tampoco un elogio. Zapatero reveló cierta bisoñez, pero demostró un estilo personal propio, y en todo caso, más consistente de lo que transmitía Aznar cuando llevaba un año al frente de la oposición. El contrapunto lo puso el otro debutante, Gaspar Llamazares, que también estuvo a la altura que cabía esperar del sucesor de Anguita: muy ideológico, pero sabiendo ocupar los espacios abandonados por el líder socialista en asuntos como la política de privatizaciones o el caso Piqué, invocado de pasada por Zapatero y al que Aznar sólo se refirió para decir que no piensa destituir a ningún ministro.

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El debate entre Aznar y Zapatero fue el de un país en el que Gobierno y oposición se reparten los papeles sin dramatismo, con cierta complicidad. El hecho de que no haya elecciones en el horizonte inmediato, más la circunstancia de que en todo caso no van a enfrentarse en las urnas cuando toque -si el presidente del Gobierno mantiene su compromiso de no repetir-, favoreció ese tono. Pero también contribuyó a ello el estilo de oposición tranquila que reivindicó Zapatero, empeñado en demostrar que la oposición puede ser útil incluso cuando el Gobierno dispone de mayoría absoluta. Casi demasiado empeñado: dejó pasar con alusiones genéricas a las desigualdades sociales o al deterioro de los servicios públicos el discurso que identifica crecimiento con bienestar. Aznar, que exhibió la mejora económica como su principal activo, junto a la promesa de una nueva rebaja del IRPF que entraría en vigor en 2003 y mejoras en la enseñanza, se permitió la ironía de decirle a su oponente que lo estaba haciendo tan bien en la oposición que esperaba que repitiese.

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El anterior debate del estado de la nación se celebró en junio de 1999, cuando se llevaba casi un año de tregua de ETA. La ausencia de atentados desde el verano anterior fue entonces el primer mérito que se atribuyó Aznar. La vuelta de la violencia ha situado nuevamente al terrorismo como primera preocupación de los españoles. Aznar sólo reconoció que la iniciativa del Pacto Antiterrorista fue de los socialistas, tras mencionar que su propia aportación al mismo fue decisiva al introducir elementos que no se contemplaban en el texto inicial. Zapatero aseguró, por su parte, que su compromiso con el pacto no es coyuntural, sino que estará vigente mientras perviva el terrorismo.

Sin embargo, ninguno de los dos quiso entrar a valorar la incidencia que sobre los aspectos más coyunturales de aquel acuerdo podrían tener los resultados de las elecciones vascas. Por ejemplo, cómo hacer compatible la necesidad de recomponer la unidad de los demócratas, que invocaron ambos, con la exigencia de 'ruptura formal' con Lizarra que aquel acuerdo planteaba a los nacionalistas como condición para 'alcanzar cualquier acuerdo político o pacto institucional'. ¿Significa esto que hoy no serían posibles acuerdos con el PNV en los ayuntamientos, por ejemplo?

Las referencias al Estado autonómico, incluyendo el tema de la financiación, sirvieron a Aznar para deslizar algún sarcasmo sobre la existencia en el PSOE de propuestas diferentes, con especiales insinuaciones sobre los socialistas catalanes. Llama la atención que al PP le preocupen más las posiciones del sector del PSOE más sensible al nacionalismo que las de los nacionalistas mismos. Lo que éstos agradecen: el portavoz de CiU mostró una identificación casi total con el programa del PP y sólo le reprochó algún uso inconveniente de la mayoría absoluta y en la política redistributiva. Aznar también reprochó a Zapatero la división existente entre presidentes de comunidades gobernadas por los socialistas revelado por el debate sobre el Plan Hidrológico. En revancha, Aznar no encontró argumentos para defender su política de emigración, punto débil de su Gobierno.

Zapatero renunció a introducir en el debate el caso de dos ministros, Matas y Piqué, en riesgo de ser imputados por delitos no menores. Es posible que haya un relativo hartazgo de debates cainitas a los que tan adicto fue Aznar en la oposición. Pero que un ministro investigado por posibles delitos de apropiación indebida, fraude fiscal y alzamiento de bienes pueda ser la imagen de España durante el semestre de presidencia española de la UE es una cuestión demasiado grave como para pasar tan de puntillas. O con tanta tranquilidad.

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