La gran familia de Cinema Jove
El festival se clausura con una gala endogámica que depara muy pocos momentos para el recuerdo
Decía el escritor José Luis Sampedro a la entrada del Teatre Principal que Cinema Jove le había parecido un festival 'sencillo y familiar'. Tan familiar es que la gala de clausura celebrada el sábado, vista con los ojos de un profano, podría confundirse con la entrega de premios de un campeonato de futbito entre empresas o una convención de asociaciones de vecinos. Porque, a diferencia del boato de otros festivales cinematográficos, en las ceremonias protocolarias de Cinema Jove no hay lentejuelas, trajes de noche o fracs, y sí mucho pantalón vaquero, camiseta informal y sandalias. Tampoco se dejan caer los políticos de postín, si no tienen que promocionar una Bienal, ni las estrellas rutilantes del celuloide. Y todo resulta un espectáculo endogámico que provoca que el Principal sea demasiado grande para albergar a la gran familia del festival o que, a la hora de la foto final, el patio de butacas se quede semivacío ante la llamada para subir al escenario de organizadores, jurados y premiados.
Como todo este tipo de eventos, la gala de clausura de Cinema Jove fue un aburrido desfile de galardones sin solución de continuidad. Los esfuerzos de Alber Ponte, dinámico presentador del acto, por darle un poco de marcha a la tópica letanía de distinciones cayeron sepultados por el aluvión de premios y patrocinadores. Ponte, que se reveló como un showman al estilo Javier Gurruchaga, no paró en ningún momento de dar vueltas por el escenario y, como si jugara con los asistentes a ¿Dónde está Wally?, aparecía y desaparecía por los palcos del teatro intentando llamar la atención de la aburrida concurrencia.
Sin embargo, pocas cosas divertidas deparó una gala en la que el guión se cumplió a rajatabla. Alber Ponte presentaba el premio, salía el encargado de entregarlo y, con un suspense algo forzado (los galardones se conocían desde por la mañana), desvelaba el ganador. Éste subía al escenario y agradecía con un arsenal de tópicos tal honor. Sólo Gustavo Salmerón, premio Jameson Short Film al mejor cortometraje español por Desaliñado, puso una pizca de salero a su papel al hacerse acompañar de su propio traductor, quien, a su manera, iba repitiendo en inglés o en lenguaje de sordomudos las palabras del premiado para desesperación de los intérpretes oficiales del festival.
Salmerón puso la nota de humor y el veterano cineasta Jack Cardiff, las tablas. El director de fotografía de algunas de las películas míticas de Hollywood se llevó la ovación de la noche al entregar el premio al mejor largometraje. Acostumbrado a fastos de mayor enjundia, Cardiff se mostró bromista (al abrir el sobre para anunciar la película ganadora, premió a Lo que el viento se llevó) y complaciente, pero sufrió los rigores de una escenografía poco sensible a su avanzada edad. Los organizadores habían dispuesto un podio al que se accedía por medio de una rampa de las que se disponen en los pisos para el acceso a minusválidos. Cardiff cogió tal velocidad al bajarla que casi acaba en las cocinas del restaurante anexo al teatro.
Los parlamentos políticos de Rafael Maluenda y Carlos Mazón, director general del IVAJ, cerraron al acto para dar paso a la proyección de la película Tuvalu. Pero, sorprendentemente tratándose de gente de cine, casi nadie se quedó a verla.
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