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Crítica:ÓPERA | 'GIULIO CESARE'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un Wernicke críptico

Concluye la temporada liceísta con ópera barroca: Giulio Cesare, de Händel, obra lírica mayor, junto con Serse, de un compositor en general mejor conocido por sus oratorios y su música instrumental que por la escénica. La operación se ha consumado echando mano de la fórmula que tan buenos resultados dio en 1999: la dirección escénica, mejor en su caso llamarla dramaturgia, de Herbert Wernicke.

Como ya hiciera aquel año con Alcina, del mismo Händel, Wernicke no se pone a hacer filología, sino espectáculo contemporáneo. El programa de mano advierte, en efecto, que se trata de una 'versión libre' en la que se han suprimido fragmentos -especialmente recitativos- y se han añadido otros -especialmente arias- procedentes de varios títulos del mismo autor (Rinaldo, Orlando, Tolomeo). Nada que objetar al procedimiento, por lo demás común en época barroca. Pero si en Alcina el método estaba al servicio de una tesis fuerte, clara y comprensible, aquí, en caso de haberla, está tan oculta que buscarla acaba por provocar el tedio, cuando no cierto sentimiento de burricie. Parece Wernicke obsesionado en decir tantas cosas a la vez que al final no dice ninguna. No propone, por ejemplo, un único cambio de época en el vestuario, sino un auténtico maratón de atuendos a través de los siglos: desde pelucas del XVIII a miriñaques del XIX, pasando por trajes de safari a lo Melitón y Babalu del viejo TBO, uniformes militares de la primera y de la segunda Guerra Mundial (y porque no ha habido otra, que si no...) y hasta por camisetas y bermudas turísticas de hace cinco minutos. Un mareo. Acompañado además por unos gags de imperdonable flojera: flashes cuando César y Tolomeo estrechan sus manos, bajada de pantalones de Achilla -todo un general egipcio- sin causa aparente, ironía sobre las veces que Sesto repite que vengará la muerte de Pompeo... Pero, hombre, ¿a estas alturas chanzas sobre la lentitud de la ópera? Francamente: impropio de quien en su día recuperó soberbiamente La Calisto.

Giulio Cesare

Dirección de escena, escenografía y vestuario: Herbert Wernicke. Teatro del Liceo.Barcelona, 19 de junio.

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¿Lo mejor? Un cocodrilo que repta por la escena durante todo el tiempo, el cual espanta a los romanos y deja tan anchos a los egipcios. Extraordinario trabajo del actor Héctor Manzanares. Sin menoscabo de muchos cuadros de plástica impactante y lograda, pero desgraciadamente al servicio de demasiado poco.

En cambio, en el lado musical, hay que colocar a este Giulio Cesare en la zona alta de la clasificación de la temporada. Harry Bicket, director británico, luce un polifacetismo propio de quien dirige indistintamente formaciones con instrumentos originales y modernos: contiene, por ejemplo, los vibratos sin ninguna pedantería. Sabe, además, poner la orquesta al servicio de las voces cuando es preciso y avivarla hasta ganar el primer plano cuando la partitura reclama mayor presencia. Sus tiempos son enérgicos, pero nunca llegan a incomodar a los fiatos.

El saldo del capítulo vocal también es positivo. Mejor aquí el frente femenino que el masculino. Cosechó todo tipo de parabienes Ewa Podlés (Cornelia), una auténtica contralto de las que ya no quedan y que deja en evidencia a las mezzosopranos que pretenden hacerse pasar por contraltos: es difícil dar con una calidez del registro bajo semejante, aunque en el reverso la línea no siempre es tersa. La gran Ann Murray (Giulio Cesare) empezo dejándose oír poco, pero al cabo impuso con dominio sus extraordinarios pianissimi. Revelación en el papel de Cleopatra: Ángeles Blancas, digna hija de la gran Ángeles Gulín, dio en el fraseo y en las complejas ornamentaciones la elegancia justa del regio personaje. Petia Petrova (Sesto), sin tener un timbre grato, sacó la parte con seguridad. No le anduvo a la zaga Itxaro Mentxaka, que compuso un decidido Nireno.

En cuanto al frente masculino, correcto el Curio de Enric Serra y más discutibles el Tolomeo de Christopher Robson y el Achilla de Lynton Black.

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