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Tribuna
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Recuperar la cohesión social

Josep Borrell

La victoria de Blair puede ser histórica porque nunca antes un laborista había obtenido de los electores una segunda oportunidad. Pero está lejos de ser aplastante. Ha obtenido menos escaños y la abstención, 10 puntos superior a la de 1997, nunca había sido tan alta en 90 años.

Los británicos le han dicho a Blair, 'sí, pero...'. Después del caos que han soportado durante el invierno (inundaciones, epidemias, descarrilamientos), y unos servicios públicos tercermundistas, lo normal es que el Gobierno perdiese las elecciones. Pero la derrota de los conservadores, más que la victoria del New Labour, refleja la preferencia por un modelo de sociedad más cercano al de las socialdemocracias continentales.

Ahora si que se puede decir que Thatcher ha muerto. Y a pesar de su excesiva deriva hacia el centro, la oferta de los laboristas dista mucho de convertirles, como algunos pretenden, en sus dignos herederos. En efecto, el triunfo de Blair se apoya en la buena situación económica y en sus dotes de comunicador pero, sobre todo, en sus propuestas en materia de servicios públicos y en los errores de sus adversarios, que han centrado su campaña en el rechazo del euro.

Blair ha podido presentar un buen balance económico. Deuda pública reducida, más que en la virtuosa zona euro, inflación controlada, libra fuerte, presupuesto en superávit, déficit comercial razonable, paro en mínimos... Aunque no todo el mérito es suyo, Blair ha recogido el fruto de los ocho años, desde que la libra salió del SME, más prósperos desde el fin de la segunda guerra.

Es bueno recordar como los expertos y responsables de la política económica en Europa aseguraban que, fuera del anclaje del SME, a los ingleses se les comerían los déficits y la inflación. Probablemente no tenían entonces otra solución, pero los hechos han desmentido esas agoreras predicciones. La libra había recuperado todo lo perdido antes de la primera victoria de Blair. La economía ya estaba, desde principios de 1993, en una fase de expansión, ininterrumpida hasta la fecha, a un ritmo medio del 3%. De manera que, ni con los conservadores ni con los laboristas, el déficit y la inflación han devorado a los ingleses. Más bien, liberados del corsé monetario en el que el orgullo nacional mal entendido había convertido al SME, han obtenido resultados superiores en toda la zona euro.

Desde esta buena situación macroeconómica, Blair ha podido combinar rebajas fiscales con un incremento de la inversión pública que permitiese corregir los platos rotos de los gobiernos precedentes y recuperar un mínimo de calidad para unos servicios públicos desastrosos. Y aquí es donde se han puesto de manifiesto las diferentes opciones que, más allá de la retórica, se presentaban a los electores.

Los conservadores han insistido en las rebajas masivas de impuestos, como en los buenos tiempo de Reagan y Thatcher. Desde las gasolinas al ahorro, los recortes de impuestos alcanzaban los 20.000 millones de libras. Por lo que se ve bajar los impuestos no siempre ni en todas partes es de izquierdas.

Los laboristas han preferido ofrecer mejores servicios públicos, aumentando el gasto público y pasando del superávit al déficit presupuestario. Mientras los conservadores paseaban el cadáver viviente de una Thatcher convertida en una caricatura de sí misma y seguían clamando contra el euro y los impuestos, los laboristas proponían 'schools and hospitals first'. Con compromisos concretos, 3% del PIB en inversiones, 10.000 nuevos maestros, 20.000 enfermeras, restricción en las listas de espera de los hospitales y número de alumnos por clase.

Para que nunca más, como decía Blair, nadie pueda pretender gobernar este país reduciendo las escuelas, los hospitales y los servicios públicos.

Y los británicos han preferido mejores servicios a menores impuestos. Han percibido las reducciones masivas de impuestos como el símbolo de una irresponsabilidad social e incompatible con la satisfacción de las necesidades colectivas. No es sólo el poco atractivo y nada carismático Hague el que ha perdido sino también sus ideas.

El Gobierno de Blair es también responsable del deterioro de los servicios públicos británicos. Para ganar credibilidad económica ha gastado en ellos tan poco como los conservadores. Su balance social es insuficiente pero no es tan pobre como algunos pretenden. Ha implantado un salario mínimo, aunque muy bajo, y lo ha aumentado cuatro veces más que la inflación. Ha subido las pensiones y establecido créditos de impuestos para las familias más pobres. Nada de eso ha impedido que las desigualdades siguiesen creciendo y que el retorno al pleno empleo no bastase para convencer a los británicos de que su vida mejoraba. Pero por los menos Blair les ha propuesto gastar más para corregir esta situación.

Por eso, en estos tiempos de confusión ideológica en los que las denominaciones no definen adecuadamente las identidades, es imprescindible remitirse a las políticas que se proponen y practican y no quedarse en la imagen trucada y las retóricas declaraciones de principios.

Es cierto que el discurso político de la tercera vía le coloca lejos, demasiado a veces, de los postulados de la socialdemocracia. Pero la victoria de Blair, a pesar de sus ambigüedades, tiene mucho que ver con su compromiso de recuperar la cohesión social destruida por los derrotados conservadores.

José Borrell es diputado socialista y presidente de la Comisión Mixta Congreso-Senado para la Unión Europea.

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