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Columna
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Sobran piezas

Juan José Millás

La realidad, dividida en porcentajes, siempre me produce un raro desasosiego. Leo que un 37% de los madrileños considera que en cualquier momento uno se puede quedar sin trabajo o ser asaltado por un imprevisto inevitable. Por eso, deduce un estudio patrocinado por la patronal del seguro, hay un 14% de los encuestados que, pudiendo ahorrar algo de dinero, no lo hace. Sólo el 22% de los que pueden ahorrar, ahorran. Lo curioso es que los que ahorran lo hacen por las mismas razones que los que no: porque no hay nada seguro en esta vida.

En mi cabeza, el ahorro está asociado a la desgracia. Mi madre ahorraba, o eso creía ella, por 'si venía alguna desgracia'. Crecí con la idea de que las desgracias eran muy caras. Con frecuencia, se pagaban a plazos. Así, todos los meses llegaba un señor a casa a cobrar el recibo de la sepultura. Mis padres se pasaron la vida adquiriendo un nicho que no llegaron a usar porque al final prefirieron ser incinerados. La casa de seguros nos devolvió parte del dinero invertido y no sabíamos qué hacer con él. ¿Qué se puede hacer con un capital pensado, en principio, para una sepultura? Un escritorio, logré deducir después de mucho tiempo, ya que hay una oscura relación entre muerte y sintaxis. Tengo, pues, un escritorio que debería haber sido un sarcófago, porque escribimos a pie de sepultura, con una pierna en este lado y otra en aquél. No hay actividad más cercana a la muerte que la del escritor. Si le da repugnancia a usted invertir en nichos, invierta en escritorios, que viene a ser lo mismo.

Pero cuando mi madre hablaba de ahorrar para una desgracia, se refería a otra cosa. A una operación, por ejemplo. Al hacerme mayor conocí gente que ahorraba para irse a Cuba, para comprarse un coche, o un apartamento en la playa, lo que a mí me parecía inconcebible:

-¿Pero tú no ahorras para operarte?

-Para operarme de qué.

-De la vesícula, del corazón, del hígado.

-Pues no, no está en mis proyectos.

Mi madre se operó mucho al final de su vida, pero no gracias al dinero ahorrado. Se creía que ahorrar consistía en meter monedas de dos reales en botellas de cristal. Tenía varias, pero una vez reunido su contenido no daba ni para ir al callista. Hay personas que ahorran para comprarse un piso que cada vez está más lejos de su objetivo, porque los pisos suben y los sueldos menguan.

El caso es que hay un porcentaje de gente que considera que en cualquier momento uno se puede quedar sin trabajo o ser asaltado por un imprevisto inevitable. A mí, esto me produce una tristeza infinita, sobre todo porque es verdad. De un día para otro tu vida puede cambiar 180 grados, y no digo 360, porque si cambiara 360 volverías al punto de partida, me parece. Lo que no sabemos es si cuando llega ese momento conviene tener ahorros o no.

Más de la mitad de los madrileños, según el mismo estudio, no tiene este problema filosófico porque no puede ahorrar. De donde se deduce que para filosofar tienes que contar con algunos excedentes. Si una persona que no llega a fin de mes se enterara de que en un momento de mi vida no sabía si gastarme la herencia paterna en un nicho o en un escritorio, me habría tachado de loco con toda la razón.

El 80% de los madrileños considera, por otra parte, que deben ser ellos mismos los que velen por su futuro, mientras que el 32,4% opina que debería ser el Estado; un 12,6% opina que esta responsabilidad compete a la empresa para la que trabaja. Resulta consolador que ochenta de cada cien personas tengan tanta confianza en sí mismas. A esta comunidad le sobra, como vemos, autoestima. Pero si el 50% no llega a fin de mes, ¿cómo es posible que el 80% se crea que puede cuidar de sí misma? Misterios de la estadística.

Mi madre era anarquista, pero le habría encantado vivir del Estado, como a todos los anarquistas que conozco, por otra parte. Si le hubieran hecho esta encuesta a ella, se habría situado simultáneamente en el 80%, en el 32,4, y en el 12,6. Yo también. Yo creo que uno debe velar por sí mismo en un 80%; el Estado en un 32,4%, y su empresa en un 12,6%. La suma es superior al 100%. Por eso decía al principio que la realidad, dada en porcentajes, desasosiega un poco, ya que nunca cuadra. Es como cuando desarmas un juguete, o un reloj, que luego siempre sobran piezas. Pues eso, que he desarmado el escritorio y ahora me sobran piezas, aunque me faltan palabras, como siempre.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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